Cuentos de Animales

Arturito y la Ranita del Río

Lectura para 8 años

Tiempo de lectura: 4 minutos

Español

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Un día soleado de primavera, Arturito salió a caminar por el campo, disfrutando del suave viento y del canto de los pájaros. Arturito era un niño muy curioso, con el cabello rizado y castaño, siempre listo para explorar el mundo que lo rodeaba. Llevaba puesta su camiseta azul favorita y unos pantalones cortos que le permitían correr libremente por los prados.

El campo estaba lleno de flores de todos los colores: rojas, amarillas, azules, y el aire olía a tierra húmeda y frescura. Arturito caminaba feliz, observando todo a su alrededor, cuando escuchó un sonido suave que venía del río cercano. Curioso, se acercó para ver qué era.

Cuando llegó a la orilla del río, vio una pequeña ranita verde sentada en una piedra, con sus grandes ojos tristes. Sus patas colgaban al borde del agua, pero se veía desanimada, como si algo la estuviera preocupando.

—Hola —dijo Arturito, agachándose cerca de la ranita—. ¿Por qué estás tan triste?

La ranita levantó la mirada y respondió con una voz suave y melancólica:

—Me llamo Ranita, y estoy triste porque no sé nadar. Todas las demás ranas del río nadan y juegan en el agua, pero yo siempre me quedo aquí, sola, porque tengo miedo de ahogarme.

Arturito la miró con sorpresa. Nunca había conocido a una rana que no supiera nadar. Era algo inusual, pero también entendía lo que era tener miedo de algo nuevo.

—No te preocupes, Ranita —dijo con una sonrisa amable—. Puedo ayudarte a aprender. Nadar no es tan difícil, y te prometo que estaré contigo todo el tiempo.

Ranita parpadeó con asombro, pero también con un poco de esperanza. Nadie antes se había ofrecido a ayudarla, y la idea de poder unirse a sus amigas en el agua le hacía sentir un pequeño destello de emoción.

—¿De verdad harías eso por mí? —preguntó con voz temblorosa.

—¡Claro que sí! —exclamó Arturito—. Todos necesitamos un poco de ayuda a veces. Vamos, intentémoslo.

Arturito se quitó los zapatos y metió los pies en el agua, que estaba fresca pero no demasiado fría. Ranita lo miró con nerviosismo, pero al ver la confianza de Arturito, se decidió a intentarlo. Despacio, se deslizó desde la piedra hacia la orilla, y con un pequeño salto, cayó al agua, aunque seguía pegada a la orilla.

—Muy bien, Ranita —la animó Arturito—. Lo primero que debes hacer es aprender a flotar. No te preocupes, solo relájate y deja que el agua te sostenga.

Ranita, aunque todavía algo asustada, cerró los ojos y empezó a mover lentamente sus patitas. Sentía el agua rodeándola, pero no la hundía. Poco a poco, comenzó a sentir cómo su cuerpo flotaba ligeramente sobre la superficie.

—¡Mira, Arturito! —dijo emocionada—. ¡Estoy flotando!

Arturito le sonrió con orgullo.

—¡Lo estás haciendo genial, Ranita! Ahora, vamos a aprender a movernos. Solo tienes que agitar tus patitas con suavidad, como si estuvieras saltando, pero en el agua.

Ranita siguió las instrucciones de Arturito, moviendo sus patitas con cuidado, y, para su sorpresa, empezó a avanzar. Al principio, solo se movía unos pocos centímetros, pero con cada intento, se sentía más segura. El miedo que había tenido durante tanto tiempo comenzaba a desvanecerse, reemplazado por una sensación de alegría y libertad.

Después de un rato, Ranita estaba nadando de un lado a otro, riendo y chapoteando en el agua.

—¡Esto es maravilloso! —exclamó mientras hacía pequeños saltos en el agua—. ¡No puedo creer que tuve miedo todo este tiempo!

Arturito la observaba desde la orilla, sonriendo ampliamente. Estaba muy feliz de ver cómo Ranita había superado su miedo y ahora disfrutaba de algo que antes le causaba tanto temor.

—Te lo dije, Ranita —dijo Arturito—. Solo necesitabas un poco de práctica y creer en ti misma.

La tarde avanzaba, y mientras el sol comenzaba a descender, coloreando el cielo de tonos naranjas y rosados, Arturito y Ranita se sentaron juntos en la orilla del río. Ranita se sacudía las gotas de agua de su piel verde, mientras Arturito descansaba después de haber pasado toda la tarde jugando en el agua.

—Gracias, Arturito —dijo Ranita, mirando al niño con gratitud—. Nunca habría aprendido a nadar sin tu ayuda. Ahora podré jugar con las otras ranas y disfrutar del río como siempre quise.

Arturito la miró y le dio una palmadita en la cabeza.

—No fue nada, Ranita. Me alegra haber podido ayudarte. Todos tenemos miedo de algo en algún momento, pero con un poco de apoyo, siempre es posible superarlo.

Los dos se quedaron en silencio por un momento, disfrutando de la calma del río y del suave sonido del agua fluyendo.

—¿Crees que podríamos seguir siendo amigos? —preguntó Ranita, con una pequeña sonrisa.

Arturito asintió.

—Por supuesto, Ranita. Siempre seremos amigos. Además, ya sabes nadar, pero tal vez podamos descubrir otras cosas nuevas juntos.

Ranita saltó de alegría y dio un pequeño brinco al agua, salpicando a Arturito en el proceso, lo que hizo que ambos estallaran en risas.

Y así, con una amistad que acababa de comenzar, Arturito y Ranita siguieron disfrutando de sus aventuras junto al río. Ranita ya no sentía miedo, y cada vez que nadaba, recordaba que todo era posible con un poco de valentía y la ayuda de un buen amigo.

Los días pasaron, y Arturito volvía a visitar a Ranita con frecuencia. Juntos exploraban nuevos lugares a lo largo del río, descubriendo pequeñas cuevas ocultas, charcas secretas llenas de pececitos brillantes, y árboles altos donde las aves construían sus nidos. Ranita, que antes solo veía el mundo desde su piedra al borde del agua, ahora se sentía libre para ir donde quisiera.

Una tarde, mientras exploraban una parte más profunda del río, escucharon un chapoteo inusual. Curiosos, fueron hacia el sonido y descubrieron a otra ranita, que parecía estar luchando por mantenerse a flote. Ranita se acercó rápidamente, recordando cómo se había sentido antes cuando no sabía nadar.

—¡No te preocupes! —le dijo a la nueva ranita—. Yo también tenía miedo de nadar, pero mi amigo Arturito me enseñó cómo hacerlo. Te ayudaré.

Con la misma paciencia que Arturito había mostrado con ella, Ranita guió a la nueva ranita paso a paso, enseñándole a flotar y a mover sus patas para nadar. Arturito observaba con orgullo desde la orilla, viendo cómo su amiga aplicaba lo que había aprendido para ayudar a alguien más.

La nueva ranita, que al principio estaba asustada, pronto comenzó a nadar con confianza, igual que Ranita lo había hecho. Al final del día, las tres ranas estaban saltando y jugando en el agua, riendo y disfrutando del río.

Esa noche, mientras el sol se ponía y las estrellas comenzaban a brillar en el cielo, Arturito y Ranita se sentaron una vez más en la orilla del río. Esta vez, no solo eran dos amigos, sino tres, porque la nueva ranita también se había unido a sus aventuras.

—¿Ves, Ranita? —dijo Arturito—. Ahora tú también puedes enseñar a otros. Lo que aprendemos siempre es más valioso cuando lo compartimos.

Ranita asintió, sintiéndose orgullosa y feliz. Había superado su miedo, había aprendido una nueva habilidad, y ahora era capaz de ayudar a otros a hacer lo mismo.

Y así, Arturito y Ranita continuaron su amistad, explorando, aprendiendo y enseñando a todos aquellos que se cruzaban en su camino. El río se había convertido no solo en un lugar de juegos, sino en un símbolo de la valentía y el poder de la amistad. Pero un día, mientras caminaban cerca de una parte del río que no habían explorado antes, escucharon un ruido extraño. Era como un crujido profundo, acompañado de un leve zumbido.

Intrigados, se acercaron lentamente a la fuente del sonido y encontraron algo que jamás hubieran imaginado: un viejo puente de madera que cruzaba el río. Estaba muy deteriorado, con tablones rotos y cuerdas colgando, pero parecía que alguna vez había sido utilizado para cruzar a la otra orilla.

—¡Mira eso, Arturito! —exclamó Ranita, saltando emocionada—. ¡Nunca habíamos visto este puente antes!

Arturito frunció el ceño mientras examinaba el puente con cuidado.

—Parece que es muy viejo y frágil —dijo—. No estoy seguro de que sea seguro cruzarlo.

Ranita, sin embargo, estaba llena de curiosidad.

—¿No te preguntas qué habrá al otro lado? Siempre hemos jugado de este lado del río, pero tal vez haya cosas increíbles al otro lado. ¡Podría haber más amigos que aún no conocemos!

Arturito sonrió, comprendiendo la emoción de su amiga. Sabía que siempre había algo emocionante en descubrir lo desconocido, pero también era consciente de que debían ser cautelosos.

—Podemos intentarlo —dijo finalmente—, pero vayamos con mucho cuidado. Si vemos que es peligroso, regresamos de inmediato.

Con esa decisión, ambos se acercaron al puente. Arturito, siendo más grande y fuerte, fue el primero en pisar los tablones, probando cuidadosamente cada paso antes de continuar. Ranita, más ligera y ágil, saltaba detrás de él, manteniendo siempre una pequeña distancia.

Al principio, el crujido de la madera bajo sus pies los hacía sentir inseguros, pero mientras avanzaban lentamente, el puente parecía aguantar. El sonido del río fluyendo debajo de ellos era relajante, y el aire fresco les daba confianza para continuar.

A medida que se acercaban al otro lado, la vista comenzó a cambiar. El paisaje al otro lado del río era diferente, más exuberante y lleno de árboles enormes cuyas ramas formaban un dosel verde sobre sus cabezas. Parecía un lugar completamente nuevo y misterioso.

—¡Lo logramos! —gritó Ranita, saltando alegremente una vez que llegaron a tierra firme.

Arturito también se sintió aliviado y emocionado por lo que podrían encontrar. Empezaron a explorar el nuevo terreno, y pronto descubrieron un pequeño lago escondido entre los árboles. Pero lo más sorprendente fue lo que encontraron en la orilla: una familia de ranas gigantes.

—¡Oh, cielos! —exclamó Ranita al verlas—. ¡Son enormes!

Las ranas eran al menos tres veces más grandes que cualquier otra rana que hubieran visto antes. Tenían la piel de un color verde oscuro y ojos brillantes que los observaban con curiosidad. Parecían amigables, pero al mismo tiempo, eran imponentes.

Arturito, siempre dispuesto a hacer nuevos amigos, se acercó con cautela.

—Hola —dijo con una sonrisa—. Soy Arturito, y esta es mi amiga Ranita. Hemos cruzado el río y nos gustaría conoceros.

Una de las ranas gigantes, que parecía ser la mayor del grupo, saltó hacia ellos con suavidad.

—Bienvenidos, pequeños viajeros —dijo con una voz profunda pero amable—. Nosotros somos los Guardianes del Lago Escondido. No muchos cruzan el puente viejo para llegar hasta aquí.

Ranita, fascinada por su tamaño y sabiduría, no pudo evitar preguntar:

—¿Qué significa ser Guardianes?

La rana gigante sonrió.

—Cuidamos este lugar y nos aseguramos de que el río y sus alrededores estén siempre en armonía. Si alguien necesita ayuda o si el equilibrio del río se rompe, somos los encargados de restaurarlo.

Arturito y Ranita se miraron, asombrados por el descubrimiento.

—Quizás podamos aprender de ustedes —dijo Arturito—. Hemos ayudado a otros en el río, pero aún tenemos mucho que aprender.

Las ranas gigantes asintieron, y así comenzó una nueva etapa en las aventuras de Arturito y Ranita, aprendiendo de los Guardianes del Lago Escondido, ampliando su mundo, y descubriendo que siempre había algo nuevo por explorar cuando uno tenía el coraje de cruzar puentes, tanto reales como figurados.

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Soy Francisco J., apasionado de las historias y, lo más importante, padre de un pequeño. Durante el emocionante viaje de enseñar a mi hijo a leer, descubrí un pequeño secreto: cuando las historias incluyen a amigos, familiares o lugares conocidos, la magia realmente sucede. La conexión emocional con el cuento motiva a los niños a sumergirse más profundamente en las palabras y a descubrir el maravilloso mundo de la lectura. Saber más de mí.

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