Era una noche tranquila cuando Dalia, un pequeño bebé recién nacido, llegó al mundo. Papá y Mamá la esperaban con mucha ilusión, sin saber exactamente cómo sería cuidar a alguien tan pequeñito. Pero en cuanto la vieron, envuelta en una suave mantita blanca, sus corazones se llenaron de amor. Dalia era muy especial. Sus ojitos brillaban como dos estrellitas, aunque aún no podía ver bien el mundo que la rodeaba.
El primer día en casa fue muy emocionante para todos. Mamá la acunaba en sus brazos, mientras Papá la miraba con ternura. Todo era nuevo para Dalia. El sonido de la voz de Mamá, que le cantaba suavemente, era algo que nunca había escuchado antes. Dalia escuchaba atentamente, con sus orejitas muy atentas, y poco a poco se iba calmando. La música de Mamá era suave como el viento que soplaba fuera de la ventana, y ayudaba a Dalia a sentirse segura y tranquila.
Papá, siempre cuidadoso, le mostraba a Dalia los colores que había en su nuevo hogar. En su cuna, colgaban móviles de colores brillantes. Había pelotas azules, estrellitas amarillas y pequeños animalitos de colores que se movían despacio cuando soplaba una ligera brisa. Dalia no podía entender todo lo que veía, pero los colores empezaban a ser parte de su mundo. Sus ojitos seguían las formas y las luces, y a veces, soltaba un pequeño suspiro de curiosidad.
Una mañana, mientras el sol se asomaba por la ventana, Mamá decidió mostrarle algo nuevo a Dalia: el olor de las flores. Junto a la ventana, había un jarrón con flores recién cortadas. Mamá las acercó suavemente a Dalia, quien respiró hondo por primera vez ese aroma dulce y fresco. Aunque Dalia aún no podía hablar, su carita mostraba sorpresa. Era como si el mundo le estuviera regalando pequeños secretos, y cada uno la hacía más curiosa.
Papá también tenía algo especial que mostrarle a su pequeña. Una tarde, cuando el viento soplaba suave, decidió llevar a Dalia al jardín por primera vez. La envolvieron bien en su mantita, y juntos salieron al aire libre. Afuera, el sonido de los pájaros llenaba el aire. Papá le mostró a Dalia cómo el viento movía las hojas de los árboles, haciendo un susurro suave, casi como una canción. Dalia miraba hacia arriba, donde las ramas se movían, y aunque no podía entender lo que estaba sucediendo, el sonido la hacía sonreír.
Cada día, Dalia aprendía algo nuevo. El mundo era grande y lleno de cosas maravillosas por descubrir. Papá y Mamá la llevaban a ver los colores del arcoíris después de la lluvia, le mostraban cómo el agua del río brillaba bajo el sol, y le enseñaban los sonidos que hacían los distintos animales. Los días estaban llenos de pequeñas sorpresas, y cada una de ellas hacía que Dalia se sintiera más conectada con todo lo que la rodeaba.
Una noche, mientras el cielo se llenaba de estrellas, Mamá le susurró a Dalia una de sus canciones favoritas. Dalia, acurrucada en los brazos de Mamá, sentía el calor y el amor que la rodeaban. Cerraba los ojos poco a poco, y en su pequeña mente comenzaba a imaginar todas las cosas que había visto durante el día. Los colores, los olores y los sonidos se mezclaban en su cabecita, formando un mundo de sueños lleno de maravillas.
Esa noche, Dalia soñó con el viento que soplaba suave, con los pájaros que cantaban en las ramas y con las flores que olían a primavera. Soñó con los brazos de Papá y Mamá, que siempre la abrazaban y la mantenían segura. En su sueño, las estrellas del cielo brillaban más que nunca, como si cada una de ellas le estuviera contando una historia.
Cuando Dalia despertó al día siguiente, Papá y Mamá estaban allí, sonriéndole. Mamá la acunaba en sus brazos, mientras Papá le hablaba con voz suave. El día apenas comenzaba, pero Dalia sabía que habría más cosas nuevas por descubrir. Papá le había prometido que ese día verían más flores, y Mamá le cantaría nuevas canciones antes de dormir.
A medida que pasaban los días, Papá y Mamá también aprendían de Dalia. A veces, Dalia soltaba pequeños ruiditos que los hacían reír. Otras veces, se quedaba mirando fijamente un juguete, como si estuviera descubriendo un gran misterio. Y aunque Dalia aún era muy pequeña para entender el mundo, Papá y Mamá sabían que su bebé ya estaba comenzando a conocerlo, paso a paso, olor a olor, y canción a canción.
Cada noche, cuando el día terminaba, Dalia volvía a acurrucarse en los brazos de Mamá y Papá. El mundo podía ser grande y nuevo, pero con ellos, siempre se sentía segura. Las estrellas del cielo brillaban suavemente a través de la ventana, y la luna les daba su luz plateada, como si les dijera que el mundo, aunque lleno de sorpresas, siempre sería un lugar seguro para Dalia.
Y así, noche tras noche, Dalia siguió descubriendo el mundo, siempre acompañada por el amor de Papá y Mamá, quienes le mostraban cada día algo nuevo, algo maravilloso. Porque en los ojos de Dalia, el mundo era un lugar mágico, y cada olor, cada sonido, y cada color, era una nueva aventura por vivir.
Fin.
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Autor del Cuento
Soy Francisco J., apasionado de las historias y, lo más importante, padre de un pequeño. Durante el emocionante viaje de enseñar a mi hijo a leer, descubrí un pequeño secreto: cuando las historias incluyen a amigos, familiares o lugares conocidos, la magia realmente sucede. La conexión emocional con el cuento motiva a los niños a sumergirse más profundamente en las palabras y a descubrir el maravilloso mundo de la lectura. Saber más de mí.