Cuentos de Animales

El Patito Engreído

Lectura para 10 años

Tiempo de lectura: 2 minutos

Español

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En un hermoso lago rodeado de altos árboles y flores de colores, vivía una familia de patos. La madre, Paty, era una pata elegante con suaves plumas grises que brillaban bajo el sol. Ella cuidaba con esmero a sus dos hijos, Fredy y Alfred. Fredy era un patito alegre y muy inquieto, con plumas de un amarillo intenso. Siempre estaba correteando por todas partes, explorando cada rincón del lago y haciendo nuevas amistades con los otros animales del lugar.

Alfred, en cambio, era diferente. Desde que había nacido, sus plumas eran de un blanco puro y brillante, y sus ojos tenían un brillo especial que nadie en la familia había visto antes. Pero Alfred no se daba cuenta de su belleza. Pasaba sus días siguiendo a su madre y a su hermano, sin prestar mucha atención a su reflejo en el agua o a los susurros admirativos de los otros animales del lago.

Patricia, la tía de Alfred y Fredy, era una pata muy cariñosa y alcahueta. Le encantaba mimar a sus sobrinos y siempre los llenaba de elogios. “¡Alfred, qué hermoso eres! Tienes las plumas más bonitas que he visto en toda mi vida,” le decía mientras le acariciaba la cabeza con su pico. Alfred solo sonreía tímidamente, sin entender realmente lo que esas palabras significaban.

Un día, mientras Fredy jugaba con otros patitos en la orilla del lago, Alfred decidió explorar un poco más lejos. Caminó hasta un pequeño arroyo que desembocaba en el lago y, mientras bebía un poco de agua, algo llamó su atención. Era su propio reflejo en el agua. Alfred se quedó mirando fijamente su imagen, sorprendido por lo que veía. Sus plumas blancas brillaban con intensidad, y su aspecto era diferente al de los demás patos que conocía.

“¿Soy yo?” se preguntó Alfred, inclinando la cabeza para ver mejor su reflejo. Cuanto más se miraba, más se daba cuenta de lo hermoso que era. Desde ese momento, algo cambió en él. Comenzó a caminar con el pecho inflado y la cabeza en alto, mostrando una actitud de orgullo que nunca antes había tenido.

Alfred empezó a disfrutar de la atención que recibía de los otros animales. Cuando iban al supermercado con su madre, los demás patos y aves se quedaban mirándolo, susurrando entre ellos sobre lo bonito que era. Alfred disfrutaba de esos momentos, y pronto empezó a buscar cualquier oportunidad para salir de casa y mostrar su belleza al mundo.

Le encantaba ir al cine con su familia, no tanto por las películas, sino porque era una ocasión perfecta para que todos lo vieran. Caminaba lentamente entre los asientos, asegurándose de que todos los ojos estuvieran puestos en él. Su madre, Paty, comenzó a notar este cambio en su hijo y empezó a preocuparse.

Paty recordaba a su esposo, Godofredo, un pato fuerte y digno, que había sido admirado por su sabiduría y carácter. Sin embargo, su debilidad había sido su vanidad, que finalmente lo llevó a tomar decisiones equivocadas, alejándolo de su familia. Godofredo había fallecido tiempo atrás, pero su historia siempre había sido una lección para Paty. No quería que Alfred tomara el mismo camino.

Una tarde, mientras Alfred se admiraba en el reflejo del lago, su madre se acercó a él. “Alfred, mi querido hijo, he notado que últimamente pasas mucho tiempo preocupándote por tu apariencia. La belleza es un regalo, pero también puede ser una trampa si no sabes cómo manejarla.”

Alfred miró a su madre, algo confundido. “Pero mamá, todos dicen que soy hermoso. ¿No es eso algo bueno?”

Paty suspiró y se sentó junto a él. “Sí, lo eres. Pero la verdadera belleza no está solo en cómo te ves, sino en cómo actúas y en cómo tratas a los demás. Tu padre, Godofredo, era un pato muy hermoso también, pero dejó que su vanidad lo consumiera. Se olvidó de lo que realmente importaba y eso lo llevó por un camino que no quiero que tú sigas.”

Alfred nunca había oído a su madre hablar tan seriamente sobre su padre. Sabía que Godofredo había sido un gran pato, pero nunca había entendido realmente qué había sucedido. Las palabras de su madre comenzaron a resonar en su mente, y por primera vez, Alfred empezó a cuestionar su comportamiento.

Los días pasaron y Alfred trató de ser más consciente de sus acciones. Volvió a pasar más tiempo con su hermano Fredy, corriendo y jugando juntos como solían hacer. Empezó a hablar con los otros patitos y animales del lago, no solo para ser admirado, sino para conocerlos mejor y hacer nuevos amigos. Poco a poco, Alfred fue entendiendo que había más en la vida que solo su apariencia.

Una tarde, mientras jugaba con Fredy cerca del arroyo, Alfred volvió a ver su reflejo en el agua. Esta vez, no solo vio su belleza exterior, sino también la tranquilidad en sus ojos y la satisfacción de ser un buen amigo y hermano. Se dio cuenta de que, aunque era hermoso por fuera, lo que realmente importaba era cómo usaba esa belleza para hacer el bien.

Alfred sonrió para sí mismo, sabiendo que había aprendido una lección importante. Prometió no dejar que su vanidad lo consumiera y seguir los consejos de su madre, recordando siempre a su padre y la historia que ella le había contado.

Desde ese día, Alfred continuó siendo un patito hermoso, pero también se convirtió en un pato sabio y bondadoso, respetado y querido por todos los que lo conocían. Y así, con el apoyo de su madre, su tía Patricia y su hermano Fredy, Alfred creció sabiendo que la verdadera belleza siempre comienza en el corazón.

Fin.

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Soy Francisco J., apasionado de las historias y, lo más importante, padre de un pequeño. Durante el emocionante viaje de enseñar a mi hijo a leer, descubrí un pequeño secreto: cuando las historias incluyen a amigos, familiares o lugares conocidos, la magia realmente sucede. La conexión emocional con el cuento motiva a los niños a sumergirse más profundamente en las palabras y a descubrir el maravilloso mundo de la lectura. Saber más de mí.

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