Leire, África y Ainara eran tres amigas inseparables. Las tres tenían cinco años y asistían al mismo colegio, en la clase de los más pequeños. Aunque eran muy distintas entre ellas, juntas formaban un equipo perfecto, siempre con alguna idea divertida en la cabeza.
Leire era la más alegre del grupo, siempre sonriente y con su melena rizada que saltaba cada vez que ella lo hacía. Le encantaba hacer reír a los demás, y no había día en que no inventara alguna broma para sus amigas. África, por otro lado, era la más aventurera. Nunca tenía miedo de explorar nuevos lugares, y siempre estaba buscando algo emocionante que hacer. Con su cabello negro recogido en dos coletas, corría por el patio como si estuviera en una misión secreta. Ainara era la más tranquila y pensativa del grupo. Le gustaba observar todo a su alrededor, y aunque a veces parecía más seria, siempre estaba dispuesta a unirse a las ideas locas de Leire y África.
Un día, mientras estaban en el recreo, Leire tuvo una idea que no tardó en compartir con sus amigas. «¿Y si hoy hacemos la gran travesura de la semana?», propuso con una sonrisa pícara en los labios. África, emocionada, ya estaba lista para cualquier cosa. «¡Sí! ¿Qué haremos esta vez?» Ainara, aunque algo dudosa, decidió que no quería perderse la aventura, así que también estuvo de acuerdo. «Pero no nos metamos en problemas, por favor», dijo Ainara con una leve sonrisa.
La travesura comenzó en el salón de clases. Mientras todos los niños pintaban con sus crayones, Leire, África y Ainara se pusieron manos a la obra. Leire comenzó a dibujar en secreto un mapa del «cofre del tesoro» que supuestamente estaba escondido en algún lugar del colegio. África, emocionada, comenzó a planear cómo lo encontrarían, y Ainara, que era muy buena dibujando, hizo un retrato de una llave dorada que, según ellas, abriría el cofre.
Cuando llegó la hora del recreo, las tres salieron al patio como si fueran detectives en una misión súper importante. Se escondieron detrás de los árboles del jardín, observando a los demás niños como si estuvieran buscando pistas. «El cofre está cerca, lo sé», dijo Leire, agachándose para evitar ser vista por la maestra. «¡Vamos a la caja de arena, ahí puede estar escondido!» África ya estaba corriendo hacia allí antes de que Leire terminara de hablar, y Ainara, aunque más tranquila, las siguió de cerca.
En la caja de arena, las tres comenzaron a cavar. «¡Lo encontraremos!», gritó África, lanzando arena por todos lados. Ainara se agachó, buscando con cuidado entre la arena, y de repente se detuvo. «Chicas, mirad esto…» Entre la arena, había algo brillante. Las tres abrieron mucho los ojos. «¡Es la llave dorada!» exclamó Leire, aunque en realidad era solo un trozo de papel de aluminio que alguien había dejado allí. Pero para ellas, en ese momento, era como si hubieran encontrado un verdadero tesoro.
«¡Ahora solo falta el cofre!» dijo África, emocionada. Y así, siguieron corriendo por todo el colegio, buscando en cada rincón. Pasaron por detrás de los columpios, revisaron debajo de las mesas del comedor y hasta miraron en la biblioteca. Todo era parte de su gran aventura.
Pero entonces, cuando estaban en medio de su búsqueda, escucharon la campana del colegio. ¡El recreo había terminado! Las tres se miraron con ojos sorprendidos. «¡Oh, no! ¡No hemos encontrado el cofre!» dijo Leire, preocupada. África se cruzó de brazos, un poco decepcionada. «¡Estábamos tan cerca!» Ainara, con su calma habitual, sonrió. «Quizá no hemos encontrado un cofre, pero hemos tenido una gran aventura, ¿no?»
Las tres amigas volvieron a clase, riéndose y recordando lo divertido que había sido correr por todo el colegio. Aunque no encontraron ningún tesoro, se dieron cuenta de que lo mejor de todo había sido estar juntas y compartir esa tarde de risas y juegos.
Al día siguiente, mientras la maestra explicaba algo en la pizarra, Leire volvió a susurrar a sus amigas. «¿Y si mañana seguimos buscando el cofre?» África sonrió con emoción. «¡Sí, esta vez lo encontraremos!» Y Ainara, con una mirada de complicidad, dijo: «Pero esta vez, con un mapa mejor.»
Y así, día tras día, Leire, África y Ainara continuaron inventando nuevas travesuras y aventuras en el colegio. Porque, al final, no importaba lo que hicieran, siempre y cuando estuvieran juntas. La verdadera amistad era el mayor tesoro que habían encontrado.
Fin.
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Autor del Cuento
Soy Francisco J., apasionado de las historias y, lo más importante, padre de un pequeño. Durante el emocionante viaje de enseñar a mi hijo a leer, descubrí un pequeño secreto: cuando las historias incluyen a amigos, familiares o lugares conocidos, la magia realmente sucede. La conexión emocional con el cuento motiva a los niños a sumergirse más profundamente en las palabras y a descubrir el maravilloso mundo de la lectura. Saber más de mí.