Había una vez en la profunda y bulliciosa selva, cuatro amigos que amaban jugar juntos bajo el sol dorado y las copas de los árboles gigantes. Pepe el elefante, con su piel gris y sus grandes orejas, siempre estaba listo para la aventura. Lucas el león, con su melena dorada, rugía con entusiasmo cada vez que comenzaban un nuevo juego. Lola la mona, ágil y vivaz, saltaba de rama en rama con una sonrisa traviesa. Y María la jirafa, alta y elegante, observaba el mundo desde arriba con sus grandes ojos amables.
Un día especial, mientras el sol brillaba alto en el cielo, Pepe propuso jugar a la pelota. «¡Vamos a ver quién puede lanzarla más alto!» exclamó con emoción. Todos estuvieron de acuerdo y comenzaron a jugar entre risas y alegría. Pepe la lanzaba con su trompa, Lucas la golpeaba con su fuerte pata, y Lola la empujaba con su pequeña mano.
Sin embargo, María se sentía un poco triste y apartada. Aunque quería unirse y jugar, sus amigos pensaban que su largo cuello le daría ventaja y decidieron que sería mejor si solo observaba. María trató de sonreír y disfrutar del juego desde la distancia, pero en su corazón, deseaba poder participar.
De repente, en medio del juego, Lola, con toda su fuerza, lanzó la pelota tan alto que se fue directamente hacia una rama muy alta de un árbol antiguo y quedó atrapada allí. Pepe intentó alcanzarla con su trompa, pero no pudo. Lucas saltó tanto como pudo, pero la pelota estaba demasiado alta. Lola trepó al árbol, pero las ramas cercanas a la pelota eran demasiado delgadas para sostenerla.
Los tres amigos se miraron preocupados. La diversión había terminado, o eso parecía. Fue entonces cuando María, que había estado observando en silencio, dio un paso adelante. «¿Puedo intentarlo?» preguntó con voz suave.
Los otros no estaban seguros, pero no tenían otras opciones. Así que asintieron, y María se acercó al árbol. Con su cuello largo y elegante, se estiró tanto como pudo. Subió su cabeza entre las hojas, y con un pequeño empujón con su hocico, logró liberar la pelota, que cayó directamente en las manos de Pepe.
«¡María, lo lograste!» exclamó Lucas, y todos comenzaron a celebrar. María sonrió, feliz de haber podido ayudar. Desde ese día, nunca más jugaron un juego en el que no todos pudieran participar. Aprendieron que cada uno de ellos, con sus diferencias, tenía algo especial que ofrecer al grupo.
Jugando juntos y valorando las habilidades únicas de cada uno, los cuatro amigos pasaron muchos más días felices en la selva, aprendiendo y riendo juntos. María, con su gran altura; Pepe, con su fuerza; Lucas, con su valentía; y Lola, con su agilidad, formaron un equipo imbatible, recordándose siempre que la diversidad no solo es algo para aceptar, sino para celebrar.
Y así, entre juegos y aventuras, la selva se llenó de risas y el cálido sol de la tarde los envolvió en un abrazo de amistad y comprensión. Porque en la selva, como en cualquier lugar, cada amigo es importante y cada uno tiene algo único que aportar.
Cuentos cortos que te pueden gustar
El Valor de la Amistad
The Vain Peacock
Aventuras en el Valle Encantado
Autor del Cuento
Soy Francisco J., apasionado de las historias y, lo más importante, padre de un pequeño. Durante el emocionante viaje de enseñar a mi hijo a leer, descubrí un pequeño secreto: cuando las historias incluyen a amigos, familiares o lugares conocidos, la magia realmente sucede. La conexión emocional con el cuento motiva a los niños a sumergirse más profundamente en las palabras y a descubrir el maravilloso mundo de la lectura. Saber más de mí.