En un pequeño pueblo situado cerca de la selva, vivía una niña llamada Laura. Laura era una chica curiosa y valiente, siempre lista para una nueva aventura. Tenía dos mejores amigas: Vanessa, que era muy inteligente y le encantaba leer libros sobre animales y plantas, y Piquin, su fiel perrito que siempre la seguía a donde fuera. Además, siempre estaba Lola, la gata juguetona de Vanessa, que se unía a sus travesuras.
Una mañana, mientras disfrutaban de un delicioso desayuno de frutas frescas en la casa de Laura, escucharon a su madre hablando sobre algo que estaba sucediendo en el pueblo. “Parece que ha habido un brote de chikungunya en la selva”, comentó. “Los mosquitos están transmitiendo la enfermedad, y todos deben tener cuidado”.
Laura miró a sus amigas, un poco preocupada. “¿Qué es el chikungunya?”, preguntó. Vanessa, que había estado leyendo sobre enfermedades en su libro, le explicó: “Es una enfermedad causada por un virus que se transmite a través de mosquitos. Los síntomas incluyen fiebre, dolor en las articulaciones y erupciones en la piel. ¡Pero no hay que asustarse! Si cuidamos de no ser picados, podemos disfrutar de la selva de manera segura”.
Laura se sintió un poco más tranquila, pero aún quería explorar la selva. “¿Qué tal si vamos a ver cómo está todo? Podríamos hacer una pequeña expedición y aprender más sobre los mosquitos y cómo protegernos de ellos”, sugirió emocionada.
“¡Esa es una gran idea! Aprender es lo mejor”, respondió Vanessa, ajustándose las gafas. Piquin ladró felizmente, como si estuviera de acuerdo con la aventura, y Lola se estiró, lista para seguirlas.
Así que, tras equiparse con un poco de agua, algunos bocadillos y protector solar, las tres amigas decidieron adentrarse en la selva. “Recuerden, lo más importante es no alejarnos demasiado y estar atentas a cualquier mosquito”, recordó Vanessa mientras caminaban.
Al entrar en la selva, se encontraron rodeadas de árboles altos, plantas coloridas y sonidos exóticos. Los pájaros cantaban y los insectos zumbaban a su alrededor. “¡Mira qué bonito es todo!”, exclamó Laura, mirando las hojas brillantes y las flores.
Mientras caminaban, se encontraron con un pequeño río que corría rápido. “¡Mira! Podemos cruzar por esas piedras”, sugirió Laura. Con mucho cuidado, empezaron a saltar de una piedra a otra, ayudándose mutuamente. Piquin ladraba emocionado, mientras Lola se mantenía en equilibrio sobre las piedras, haciendo piruetas.
Una vez que cruzaron el río, continuaron su aventura. De repente, escucharon un ruido extraño. “¿Qué fue eso?”, preguntó Lola, mirando a su alrededor con curiosidad. “No lo sé, pero deberíamos investigar”, dijo Laura, decidida.
Siguieron el sonido y, para su sorpresa, encontraron una pequeña cabaña hecha de troncos y hojas. “¿Quién vive aquí?”, se preguntó Vanessa. “Tal vez podamos preguntar si han visto algo raro con los mosquitos”, sugirió.
Decididas a saber más, se acercaron y tocaron la puerta. Un anciano apareció, con una sonrisa amable. “Hola, jóvenes aventureras. ¿Qué les trae por aquí?”, preguntó. Las chicas le contaron sobre su expedición y la enfermedad del chikungunya.
El anciano asintió, entendiendo su preocupación. “Sí, los mosquitos han estado más activos últimamente. Es importante que se protejan. Pueden hacer un repelente natural con citronela y eucalipto que mantiene a los mosquitos alejados. ¿Quieren aprender a hacerlo?”, les ofreció.
“¡Sí, por favor!”, respondieron las chicas con entusiasmo. El anciano las guió hacia su cabaña, donde tenía un pequeño jardín con plantas de citronela y eucalipto. Juntas, comenzaron a recolectar las hojas. “Ahora, vamos a machacar estas hojas y hacer un aceite que puedan aplicar en su piel”, explicó el anciano.
Mientras trabajaban, las chicas aprendieron no solo sobre los ingredientes, sino también sobre la importancia de cuidar el medio ambiente. “Los mosquitos no solo son un problema; también son parte del ecosistema. Debemos encontrar un equilibrio”, les enseñó.
Después de un rato, lograron hacer el repelente natural. “Recuerden, también es importante no dejar agua estancada, ya que es donde los mosquitos ponen sus huevos”, les recordó el anciano. Laura, Vanessa, Piquin y Lola agradecieron al anciano por su ayuda y continuaron su camino, sintiéndose más seguras y preparadas.
A medida que avanzaban, decidieron que sería divertido jugar un poco antes de regresar. “¡Hagamos una carrera hasta el árbol grande allá!”, sugirió Laura, señalando un imponente árbol que se alzaba en el horizonte. Las chicas se alinearon, listas para correr, y al sonar “¡ya!”, salieron disparadas.
Piquin y Lola los siguieron, disfrutando de la carrera. Risas y ladridos resonaron en el aire mientras competían. Pero, de repente, mientras corrían, una nube de mosquitos apareció, zumbando a su alrededor. “¡Rápido, apliquen el repelente!”, gritó Vanessa. Todas se detuvieron y comenzaron a aplicarse el repelente que habían hecho.
Los mosquitos se alejaron al instante. “¡Funciona!”, exclamó Laura, aliviada. “Debemos recordar siempre llevar esto con nosotras”, agregó Vanessa. Después de aplicar el repelente, continuaron su carrera hasta el árbol.
Al llegar, se sentaron a descansar. “Hoy ha sido un día increíble. Aprendimos mucho y tuvimos una gran aventura”, dijo Laura, sonriendo. “Sí, y ahora sabemos cómo protegernos mejor”, agregó Vanessa, sintiéndose orgullosa de lo que habían logrado.
Mientras descansaban, Piquin comenzó a ladrar y Lola se movía inquieta. “¿Qué sucede, amigos?”, preguntó Laura. “Quizás hay algo interesante por allí”, sugirió Vanessa, mirando hacia un arbusto cercano. Las chicas se acercaron, curiosas.
De repente, un pequeño grupo de mariposas de colores brillantes salió volando del arbusto, llenando el aire con sus alas. “¡Son hermosas!”, gritaron las chicas, asombradas por la belleza de las mariposas. “Miren, parece que nos están guiando a algo”, dijo Laura, siguiendo a las mariposas mientras volaban.
Las mariposas los llevaron a un claro lleno de flores exóticas. “¡Esto es un paraíso!”, exclamó Vanessa. Comenzaron a explorar el lugar, disfrutando de la belleza que las rodeaba. Cada flor era diferente, con colores y formas que nunca habían visto antes.
Mientras jugaban y recolectaban algunas flores para llevar a casa, Laura recordó la advertencia del anciano. “Debemos tener cuidado y no recoger demasiadas flores. No queremos dañar el ecosistema”, dijo. Las amigas asintieron, sabiendo que era importante cuidar la naturaleza.
Al caer la tarde, decidieron que era hora de regresar a casa. Aunque no querían que la aventura terminara, sabían que tenían que contarle a sus familias sobre su día. Mientras regresaban por el sendero, se sintieron felices y satisfechas. No solo habían aprendido sobre el chikungunya y cómo protegerse, sino que también habían vivido una experiencia increíble juntas.
Al llegar al pueblo, compartieron su historia con sus familias. Contaron cómo habían hecho repelente natural, aprendido sobre los mosquitos y disfrutado del esplendor de la selva. Todos estaban emocionados por lo que habían vivido y agradecidos por las lecciones aprendidas.
Laura, Vanessa, Piquin y Lola se prometieron que seguirían explorando y aprendiendo más sobre el mundo que las rodeaba. Sabían que cada aventura era una oportunidad para descubrir algo nuevo y para ayudar a proteger el medio ambiente.
Con el corazón lleno de alegría y la mente llena de nuevas ideas, las cuatro amigas se fueron a dormir, soñando con sus próximas aventuras y los maravillosos secretos que la naturaleza aún tenía para ellas.
Fin.
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Autor del Cuento
Soy Francisco J., apasionado de las historias y, lo más importante, padre de un pequeño. Durante el emocionante viaje de enseñar a mi hijo a leer, descubrí un pequeño secreto: cuando las historias incluyen a amigos, familiares o lugares conocidos, la magia realmente sucede. La conexión emocional con el cuento motiva a los niños a sumergirse más profundamente en las palabras y a descubrir el maravilloso mundo de la lectura. Saber más de mí.