Era una mañana muy especial para Iván. El sol brillaba en el cielo, y los pajaritos cantaban alegremente en las ramas de los árboles. Iván abrió sus ojitos, todavía medio dormido, y se estiró en su cama. Pero algo diferente llamó su atención esa mañana. Al lado de su cama, sobre el tocador, había un regalo con un lazo brillante. ¡Qué sorpresa! Iván saltó de la cama, emocionado, y corrió hacia el tocador.
“Mamá, ¡Mira lo que encontré!” gritó Iván mientras levantaba el regalo con sus pequeñas manos. Su mamá, que estaba justo en la puerta, sonrió y se acercó a él.
“Es para ti, Iván, por ser tu primer día de jardín,” dijo Mamá con una voz suave y llena de amor. Iván abrió el regalo con mucho cuidado, deshaciendo el lazo y levantando la tapa de la caja. Dentro, encontró varias cositas mágicas: una estrella de peluche, una botellita con líquido brillante, un pequeño espejo y una cajita con dibujitos de dinosaurios.
“¿Qué es todo esto, Mamá?” preguntó Iván, con los ojos muy abiertos de curiosidad.
“Son cosas muy especiales que te ayudarán en tu primer día de jardín, Iván,” explicó Mamá. “Cada una tiene un propósito y te acompañará mientras descubres nuevas aventuras y emociones hoy.”
Iván estaba muy emocionado. No podía esperar para ver cómo lo ayudarían esas cosas mágicas. Se vistió rápidamente, se puso su mochila colorida y, con su regalo en mano, salió de la casa junto a Mamá, listo para su gran aventura.
Al llegar al jardín, Iván se sintió un poco nervioso. Había muchos niños que no conocía, y todo era nuevo para él. Pero entonces, recordó la cajita con dibujitos de dinosaurios. La sacó de su mochila y, al abrirla, vio que había pequeños dinosaurios de juguete dentro. Los colocó sobre una mesa y, de repente, otros niños se acercaron, curiosos.
“¡Mira! ¡Qué chulos!” dijo un niño llamado Saturno, señalando los dinosaurios.
“¿Puedo jugar contigo?” preguntó una niña con coletas llamada Lula.
Iván sonrió y asintió con la cabeza. Pronto, los tres estaban jugando juntos, moviendo los dinosaurios y creando historias de aventuras. Iván se sintió feliz y ya no estaba nervioso. Había hecho nuevos amigos.
Más tarde, en el recreo, Iván sintió algo extraño en su estómago. Vio que algunos niños estaban tristes porque extrañaban a sus mamás. Entonces, Iván sacó la estrella de peluche de su bolsillo. La apretó fuerte y, de repente, se sintió mejor. La estrella parecía brillar un poquito, como si le diera valor y consuelo.
Iván decidió compartir su estrella con uno de los niños que estaba llorando. Se acercó a él y le dijo: “Puedes abrazar mi estrella. Ella me ayuda cuando me siento triste.” El niño, sorprendido, tomó la estrella y la abrazó. Pronto, dejó de llorar y le dio las gracias a Iván.
Cuando regresaron a la clase, la maestra les pidió que dibujaran algo que les hiciera felices. Iván pensó en su estrella, en sus nuevos amigos y en su regalo mágico. Dibujó un gran sol, igualito al que había visto esa mañana, con muchas estrellas y dinosaurios alrededor. Mientras dibujaba, sintió una alegría inmensa en su corazón.
Sin embargo, más tarde, algo le dio un poco de miedo. Estaban en el salón y la maestra apagó las luces para mostrarles unas sombras en la pared. Las sombras eran grandes y algunas parecían monstruos. Iván se encogió un poquito en su silla, pero entonces recordó la botellita de líquido brillante. La sacó y la abrió con cuidado. Al instante, el líquido comenzó a brillar suavemente, iluminando el espacio a su alrededor.
Iván miró la luz y, de repente, las sombras ya no le parecieron tan aterradoras. Se dio cuenta de que solo eran formas que la luz podía cambiar. Sonrió y decidió que no tenía por qué tener miedo. Después, incluso ayudó a otros niños a entender que las sombras no eran malas, solo diferentes.
Al final del día, cuando era hora de regresar a casa, Iván se sintió muy orgulloso de todo lo que había vivido. Había experimentado muchas emociones: la alegría de hacer nuevos amigos, la tristeza de estar lejos de su mamá, el miedo a las sombras y, al final, una gran felicidad.
De regreso en casa, Mamá lo esperaba con una gran sonrisa. Iván corrió hacia ella y le dio un abrazo fuerte.
“Mamá, ¡Hoy fue un día increíble!” exclamó Iván. “Conocí a Saturno y a Lula, y jugamos con dinosaurios. Cuando me sentí triste, mi estrella me ayudó, y también ayudó a un niño que estaba llorando. ¡Y cuando tuve miedo de las sombras, mi botellita de luz me protegió!”
Mamá lo escuchó con atención, asintiendo y sonriendo mientras Iván le contaba cada detalle de su día. Luego, le preguntó: “¿Y qué aprendiste hoy sobre tus emociones, mi amor?”
Iván pensó un momento y luego respondió: “Aprendí que está bien sentir muchas cosas diferentes. Cuando estoy feliz, puedo compartir mi alegría con los demás. Si me siento triste, puedo buscar algo que me haga sentir mejor. Si tengo miedo, la luz siempre me ayuda. Y si me enojo, puedo respirar hondo y recordar que todo tiene solución.”
Mamá abrazó a Iván con mucho cariño y le dijo: “Estoy muy orgullosa de ti, Iván. Aprendiste mucho hoy, y sé que mañana será otro día lleno de aventuras y nuevas emociones por descubrir.”
Iván, muy contento, se fue a su cuarto, donde colocó la estrella, la botellita y los dinosaurios en su estante especial. Se puso su pijama, se metió en su cama y se quedó mirando las estrellas que brillaban en el techo de su cuarto.
Cerrando los ojos, pensó en todas las aventuras que aún le esperaban. Sabía que con su regalo mágico y su valentía, cada día en el jardín sería especial. Y así, con una sonrisa en su carita, se quedó dormido, soñando con nuevos amigos, aventuras y un mundo lleno de emociones por descubrir.
Fin.
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Autor del Cuento
Soy Francisco J., apasionado de las historias y, lo más importante, padre de un pequeño. Durante el emocionante viaje de enseñar a mi hijo a leer, descubrí un pequeño secreto: cuando las historias incluyen a amigos, familiares o lugares conocidos, la magia realmente sucede. La conexión emocional con el cuento motiva a los niños a sumergirse más profundamente en las palabras y a descubrir el maravilloso mundo de la lectura. Saber más de mí.