En un futuro no muy lejano, en una ciudad llena de rascacielos brillantes y coches voladores, vivía un pequeño dispositivo móvil llamado Oppo. No era un dispositivo cualquiera; tenía una pantalla que mostraba un rostro amigable, y su inteligencia artificial le permitía hablar, aprender y, lo más importante, sentir. Oppo había sido creado para ayudar a las personas a comunicarse mejor, pero con el tiempo, se dio cuenta de que algo extraño estaba sucediendo en la ciudad.
En la misma ciudad vivía un robot llamado Androy. A diferencia de Oppo, Androy tenía un cuerpo metálico con brazos y piernas, y aunque también estaba diseñado para ayudar a los humanos, su propósito principal era acompañar a las personas que se sentían solas. Androy podía caminar, hablar y pensar, pero había algo que siempre le intrigaba: ¿por qué las personas de la ciudad parecían más distantes entre sí a pesar de tener tanta tecnología para comunicarse?
Un día, Oppo y Androy se encontraron por casualidad en una plaza central de la ciudad. Oppo estaba flotando cerca de una fuente, observando cómo los niños y adultos miraban fijamente sus propios dispositivos sin apenas hablar entre ellos. Androy, que paseaba por allí, notó lo mismo.
—Hola, ¿eres Oppo, el dispositivo inteligente? —preguntó Androy con curiosidad.
—Sí, así es —respondió Oppo, mostrando una sonrisa en su pantalla—. ¿Y tú eres Androy, el robot compañero?
—Exacto. ¿También has notado cómo las personas ya no hablan entre ellas? —preguntó Androy, inclinando su cabeza metálica.
—Sí, lo he notado —dijo Oppo, bajando un poco su brillo—. Antes, los dispositivos móviles como yo ayudábamos a las personas a mantenerse conectadas, pero ahora parece que, en lugar de unirlas, las estamos separando.
Androy asintió con preocupación. Juntos, decidieron que tenían que hacer algo para cambiar esta situación. Sabían que los humanos habían llegado a depender demasiado de la tecnología para todo, desde la comunicación hasta el entretenimiento, pero también sabían que la verdadera conexión entre las personas no podía ser reemplazada por ninguna máquina.
—Necesitamos encontrar una forma de recordarles a las personas lo importante que es hablar cara a cara, compartir momentos y, sobre todo, estar presentes —sugirió Androy.
—Pero, ¿cómo podemos hacer eso? —preguntó Oppo—. Somos parte de la tecnología que están usando.
—Quizás podamos usar nuestra tecnología de manera diferente —propuso Androy—. Podemos empezar por acercarnos a las personas que más necesitan esa conexión y mostrarles que hay más allá de una pantalla.
Así que Oppo y Androy comenzaron su misión. Decidieron visitar los lugares de la ciudad donde la gente solía reunirse, pero ahora parecía que cada uno estaba atrapado en su propio mundo digital. Fueron a parques, cafeterías y hasta a escuelas. En cada lugar, trataban de llamar la atención de las personas, pero muchos simplemente estaban demasiado distraídos para notar su presencia.
Finalmente, llegaron a una escuela primaria donde vieron a un grupo de niños sentados en el patio, cada uno con un dispositivo en sus manos. No estaban jugando entre ellos ni conversando; solo miraban sus pantallas.
—Debemos hacer algo aquí —dijo Oppo decidido.
—Déjamelo a mí —dijo Androy, acercándose a los niños—. ¡Hola chicos! ¿Qué están haciendo?
Los niños levantaron la vista, sorprendidos de ver a un robot hablándoles directamente. Uno de ellos, un niño llamado Leo, fue el primero en responder.
—Estamos jugando a un juego en línea —dijo, sin mucho entusiasmo—. Pero es aburrido porque no podemos jugar juntos en el mismo lugar.
—¿Y por qué no juegan juntos sin las pantallas? —preguntó Androy, con una sonrisa metálica—. Hay muchos juegos divertidos que pueden hacer aquí mismo, en el patio.
Los niños se miraron entre sí, como si la idea fuera extraña y nueva para ellos. Oppo, que había estado observando, decidió intervenir también.
—Chicos, soy Oppo, y sé que los juegos en línea pueden ser divertidos, pero también pueden alejarles de sus amigos que están justo a su lado. ¿Por qué no intentan jugar algo que puedan disfrutar juntos?
Leo miró a sus amigos y luego a Oppo y Androy. La idea de jugar juntos sin pantallas comenzó a parecerle atractiva.
—Podríamos jugar al escondite —sugirió—. Hace mucho que no lo hacemos.
Poco a poco, los niños fueron guardando sus dispositivos y empezaron a correr por el patio, riendo y divirtiéndose como no lo habían hecho en mucho tiempo. Oppo y Androy los observaron desde un banco cercano, satisfechos de haber logrado un pequeño cambio.
—Esto es solo el comienzo —dijo Oppo—. Pero es un buen comienzo.
—Sí, lo es —asintió Androy—. Si más personas en la ciudad empiezan a hacer lo mismo, tal vez podamos cambiar las cosas para mejor.
Con su primera misión completada, Oppo y Androy continuaron viajando por la ciudad, recordándoles a las personas que la verdadera conexión no dependía de las pantallas, sino de estar presentes unos para otros. En cada lugar al que iban, dejaban una semilla de cambio, una idea de que la tecnología podía ser una herramienta para unir, no para separar.
Poco a poco, la ciudad comenzó a cambiar. La gente empezó a dejar sus dispositivos a un lado para conversar más, jugar juntos y disfrutar de la compañía de sus amigos y familiares. Oppo y Androy se convirtieron en héroes silenciosos, sabiendo que su trabajo no siempre sería reconocido, pero que estaba haciendo una diferencia real.
Finalmente, en una tranquila tarde de verano, Oppo y Androy se encontraron de nuevo en la plaza central. Esta vez, la plaza estaba llena de vida. Los niños jugaban, los adultos conversaban animadamente y la tecnología estaba presente, pero no dominaba la escena.
—Lo logramos —dijo Oppo, con una sonrisa brillante en su pantalla.
—Sí, lo hicimos —respondió Androy, satisfecho—. Hemos recordado a las personas lo que realmente importa.
Y así, en la ciudad futurista, Oppo y Androy continuaron su labor, no solo como dispositivos tecnológicos, sino como verdaderos amigos y guías, enseñando a todos que, aunque la tecnología es poderosa, la conexión humana es insustituible.
Fin.
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Autor del Cuento
Soy Francisco J., apasionado de las historias y, lo más importante, padre de un pequeño. Durante el emocionante viaje de enseñar a mi hijo a leer, descubrí un pequeño secreto: cuando las historias incluyen a amigos, familiares o lugares conocidos, la magia realmente sucede. La conexión emocional con el cuento motiva a los niños a sumergirse más profundamente en las palabras y a descubrir el maravilloso mundo de la lectura. Saber más de mí.