Era un día soleado en el pequeño pueblo de Sabores, donde todos los habitantes disfrutaban de una buena comida. En el centro del pueblo, había un restaurante muy especial llamado “La Comida Mágica”. Este lugar era famoso por su deliciosa comida y su simpático mozo, que siempre estaba listo para atender a los clientes con una gran sonrisa.
Un día, un cliente llamado Juan decidió visitar “La Comida Mágica” por primera vez. Juan era un hombre curioso y le encantaba probar cosas nuevas. Al entrar al restaurante, se sintió atraído por el aroma de los platos que salían de la cocina. “¡Qué rico huele aquí!” pensó mientras buscaba una mesa.
El mozo, un joven llamado Miguel, se acercó rápidamente a Juan. “¡Hola! Bienvenido a ‘La Comida Mágica’. ¿Te gustaría sentarte?” preguntó Miguel con una sonrisa. Juan asintió y se sentó en una mesa cerca de la ventana, disfrutando de la vista del pueblo.
“¿Te traigo el menú?” preguntó Miguel, todavía sonriendo. “Sí, por favor,” respondió Juan, emocionado por ver qué opciones había. Miguel le entregó el menú y, mientras lo hacía, notó que Juan miraba con gran interés los platos que se ofrecían.
Juan comenzó a revisar el menú, pero de repente, se sintió un poco abrumado. “¿Por qué hay tantas opciones?” se preguntó. En su mente, empezaron a aparecer nubes de dibujos de diferentes platos: lasañas, pescados, empanadas, y mucho más. “No sé qué elegir,” murmuró Juan, frunciendo el ceño.
Al ver la expresión de confusión en la cara de Juan, Miguel se acercó de nuevo. “¿Te gustaría que te recomendara algo?” preguntó con amabilidad. “Sí, por favor,” respondió Juan, sintiéndose un poco perdido.
Mientras Miguel pensaba, una nube apareció sobre su cabeza, como si estuviera meditando. “Podrías probar la lasaña, es muy popular,” sugirió. Juan asintió, pero aún tenía dudas. “¿Y qué hay del pescado?” preguntó, curioso. Miguel sonrió y dijo: “El besugo es fresco y delicioso. ¡No te arrepentirás!”
Juan se quedó pensativo, sintiendo que había muchas opciones. “¿Y la empanada?” inquirió. Miguel asintió, “Es una de las favoritas de la casa. La hacemos con cariño.”
Sin embargo, en ese momento, las dudas de Juan comenzaron a convertirse en frustración. “¡No entiendo qué elegir!” exclamó, llevándose las manos a la cabeza. “Tengo tantas opciones que no sé cuál es la mejor.” Miguel observó a Juan, tratando de no perder la paciencia. “Tómate tu tiempo,” le aconsejó.
Al ver que Juan seguía confundido, decidió ayudarlo de otra manera. “¿Te gustaría que te trajera un poco de cada plato para que los pruebes?” sugirió Miguel, con una chispa de alegría en sus ojos. “¡Eso sería genial!” exclamó Juan, sonriendo aliviado. “Así podré probarlo todo.”
Miguel se fue a la cocina y comenzó a preparar una deliciosa selección de platos. Mientras tanto, Juan miraba a su alrededor y notaba cómo otros clientes disfrutaban de su comida. Algunos reían, otros compartían historias, y todos parecían felices.
Finalmente, Miguel regresó con una bandeja llena de comida. “Aquí tienes: lasaña, besugo, y empanada. ¡Disfruta!” dijo Miguel, dejando los platos sobre la mesa. Juan no podía creer lo que veía. “¡Esto se ve delicioso!” dijo, emocionado.
Comenzó a probar la lasaña, y sus ojos se iluminaron. “¡Mmm, esto es increíble!” dijo, mientras masticaba con gusto. Luego probó el besugo. “¡Es tan fresco y sabroso!” exclamó. Por último, tomó un bocado de la empanada. “¡Esto es lo mejor que he probado!” gritó con alegría.
Mientras disfrutaba de la comida, Juan se dio cuenta de que no solo estaba saboreando una comida deliciosa, sino que también estaba aprendiendo algo importante. “A veces, puede ser difícil elegir, pero es bueno pedir ayuda y probar cosas nuevas,” pensó para sí mismo.
Cuando terminó de comer, Miguel se acercó y le preguntó: “¿Te gustó todo?” Juan sonrió y respondió: “¡Fue maravilloso! Gracias por ayudarme a elegir. ¡Todo estaba delicioso!”
Miguel sonrió, feliz de haber ayudado. “Me alegra que lo hayas disfrutado. Siempre estamos aquí para hacer que tu experiencia sea especial,” dijo mientras recogía los platos.
Antes de irse, Juan decidió que quería hacer algo especial para mostrar su agradecimiento. “¿Puedo dejar un pequeño regalo para la cocina?” preguntó. “Por supuesto,” respondió Miguel, intrigado. Juan tomó una moneda de su bolsillo y la dejó en la mesa. “Esto es para la próxima comida. ¡Gracias por hacer mi día tan especial!”
Miguel sonrió, sorprendido y agradecido. “¡Muchas gracias, Juan! Esto significa mucho para nosotros.”
Con el estómago lleno y el corazón contento, Juan se despidió de Miguel y salió del restaurante. Mientras caminaba por el pueblo, se sintió feliz. Había aprendido que, a veces, pedir ayuda puede llevarte a descubrir cosas maravillosas, y que la comida es aún más deliciosa cuando se comparte con amabilidad.
Esa noche, al llegar a casa, Juan contó a su familia sobre su experiencia en “La Comida Mágica”. “Aprendí que es bueno probar cosas nuevas y que siempre puedo contar con la ayuda de otros,” les dijo con una sonrisa. Su familia lo escuchó atentamente, y todos compartieron su entusiasmo por probar un nuevo restaurante juntos.
Y así, Juan no solo disfrutó de una comida deliciosa, sino que también hizo un nuevo amigo en Miguel. Desde ese día, siempre regresó a “La Comida Mágica”, disfrutando de cada bocado y cada momento, recordando que la comida, como la amistad, se disfruta mejor en compañía.
Fin
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Autor del Cuento
Soy Francisco J., apasionado de las historias y, lo más importante, padre de un pequeño. Durante el emocionante viaje de enseñar a mi hijo a leer, descubrí un pequeño secreto: cuando las historias incluyen a amigos, familiares o lugares conocidos, la magia realmente sucede. La conexión emocional con el cuento motiva a los niños a sumergirse más profundamente en las palabras y a descubrir el maravilloso mundo de la lectura. Saber más de mí.