Cuentos Clásicos

El Sueño de Javier

Lectura para 11 años

Tiempo de lectura: 5 minutos

Español

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En un pequeño pueblo de Argentina, donde el fútbol es más que una pasión, es una forma de vida, vivía un joven llamado Javier Zamorano. Desde pequeño, Javier soñaba con jugar fútbol profesionalmente, y no cualquier fútbol, sino representar a su país en el mundial. Todos en el pueblo conocían su talento y determinación, pero pocos sabían hasta dónde lo llevaría su sueño.

Javier había ascendido rápidamente en las ligas juveniles, mostrando una habilidad natural y una dedicación sin igual. Su viaje lo llevó al otro lado del mundo, al club Celtic de Escocia, donde se convirtió en una estrella ascendente. Era un día especial para Javier y su equipo, enfrentándose al Atlético de Bilbao en un partido que terminaría 4 a 2 a favor del Celtic. Javier jugó un papel crucial, marcando dos de los goles que aseguraron la victoria.

Al terminar el partido, exhausto pero eufórico, Javier se dirigió al camarín. Su teléfono sonaba insistentemente. Era una llamada de Carlos Pevete, su técnico en Argentina. La noticia no pudo ser más impactante: había sido convocado para representar a Argentina en el Mundial de Fútbol del año 2040, a celebrarse en Noruega.

La felicidad de Javier no conocía límites. Llamó inmediatamente a su amigo de toda la vida, Teo Callo, quien había estado a su lado en cada paso de su carrera. Teo, que siempre había creído en él, estaba tan emocionado como Javier. Juntos, celebraron la noticia, soñando con lo que estaba por venir.

La preparación para el Mundial fue intensa. Javier y el equipo nacional pasaron meses entrenando, afinando sus habilidades y formando un vínculo inquebrantable. Carlos Pevete, el técnico, era un maestro en estrategia y motivación, y bajo su guía, Javier alcanzó niveles de juego que ni él sabía que tenía.

El torneo comenzó con Argentina mostrando una forma impresionante, avanzando rápidamente a través de las etapas. Javier se convirtió en el corazón del equipo, su espíritu y talento impulsando a sus compañeros hacia adelante. Partido tras partido, Argentina se acercaba a la final, y con cada victoria, el sueño de Javier se hacía más tangible.

Finalmente, llegó el día de la final. Argentina se enfrentaría a Nigeria en un partido que prometía ser épico. La tensión era palpable, no solo entre los jugadores sino en todo el país, donde millones de argentinos se reunieron frente a sus televisores, esperando con el aliento contenido.

El partido fue un torbellino de emociones, con ambos equipos luchando ferozmente. Javier estaba en todas partes, corriendo, pasando, defendiendo, y, sobre todo, liderando. El marcador estaba empatado cuando, en los últimos minutos, Javier encontró el balón a sus pies. Con el corazón latiendo fuerte y la mirada fija en la portería, avanzó. La defensa de Nigeria se cerraba sobre él, pero con un movimiento magistral, se abrió paso y disparó.

El tiempo pareció detenerse. El balón voló, rozando las manos del portero antes de estrellarse contra la red. Gol. Argentina estaba adelante, y el silbato final confirmó lo que parecía un sueño: eran campeones del mundo.

Las celebraciones fueron a lo grande, con Javier y sus compañeros siendo recibidos como héroes a su regreso. Pero Javier sabía que la verdadera celebración estaba en su pueblo, donde todo había comenzado.

Después de la euforia del mundial, la vida de Javier Zamorano tomó un giro inesperado. La victoria había sido dulce, un momento que marcó la cumbre de su carrera y la realización de sus sueños más profundos. Sin embargo, con la fama y el reconocimiento también llegaron las distracciones y las tentaciones.

Una noche, celebrando el triunfo con su amigo Teo Callo y otros compañeros en una fiesta llena de excesos, Javier perdió el control. La celebración se prolongó hasta altas horas de la madrugada, y lo que empezó como una noche de alegría y celebración, terminó en tragedia. Javier y Teo, en un estado de embriaguez, decidieron regresar a casa en coche. Fue entonces cuando sucedió lo impensable: un auto, surgiendo de la nada, los atropelló.

Javier despertó en el hospital, confundido y asustado. La habitación estaba en silencio, excepto por los pitidos constantes de las máquinas que lo rodeaban. Su cuerpo entero dolía, pero lo que más le dolía era el corazón al recibir la noticia de que Teo estaba en estado crítico. La culpa lo consumía; su decisión imprudente había puesto en peligro la vida de su amigo más querido.

Los días siguientes fueron un torbellino de emociones y reflexiones para Javier. Carlos Pevete, su técnico y mentor, estuvo a su lado, ofreciéndole apoyo y sabiduría en ese momento oscuro. «El fútbol es más que un juego, Javier. Es una metáfora de la vida. Y al igual que en el campo, enfrentarás retos fuera de él. Lo importante es cómo te levantas después de caer», le dijo Carlos en uno de sus muchos encuentros.

Inspirado por las palabras de su técnico y movido por el deseo de redimirse, Javier dedicó los siguientes meses a su recuperación física y emocional. Visitaba a Teo todos los días, prometiéndole que este incidente los cambiaría para mejor. La recuperación de Teo fue lenta pero segura, y con cada día que pasaba, la amistad entre ambos se fortalecía aún más.

Javier también se comprometió a hablar en escuelas y clubes juveniles sobre los peligros del alcohol y la importancia de tomar decisiones responsables. Su historia, marcada tanto por el éxito en el campo como por los errores fuera de él, se convirtió en una poderosa lección para muchos.

Finalmente, llegó el día en que Teo fue dado de alta del hospital. Aunque el camino hacia la recuperación completa aún sería largo, había una luz de esperanza. Javier, por su parte, había regresado al campo de entrenamiento, decidido a regresar más fuerte, no solo como futbolista sino como persona.

El primer partido de Javier tras el accidente fue un momento emotivo. Al entrar al campo, sintió una mezcla de nerviosismo y determinación. Miró hacia las gradas y vio a Teo, sonriendo y agitando una bandera argentina, como en aquellos días de gloria durante el mundial. En ese instante, Javier supo que este era un nuevo comienzo.

El partido fue duro, pero Javier jugó con una pasión renovada, marcando el gol de la victoria en los últimos minutos. Al finalizar, corrió hacia las gradas, hacia donde estaba Teo, y se fundieron en un abrazo lleno de lágrimas y risas. Habían superado juntos la adversidad, demostrando que la verdadera victoria es la que se gana fuera del campo.

La historia de Javier Zamorano es un testimonio de triunfo y tragedia, de errores y redención. A través de su viaje, aprendió que la grandeza no se mide solo por los trofeos o los goles, sino por la capacidad de enfrentar las pruebas de la vida con coraje, humildad y la determinación de mejorar cada día. Su legado no sería solo el de un campeón mundial, sino el de un verdadero modelo a seguir, dentro y fuera del campo.

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Soy Francisco J., apasionado de las historias y, lo más importante, padre de un pequeño. Durante el emocionante viaje de enseñar a mi hijo a leer, descubrí un pequeño secreto: cuando las historias incluyen a amigos, familiares o lugares conocidos, la magia realmente sucede. La conexión emocional con el cuento motiva a los niños a sumergirse más profundamente en las palabras y a descubrir el maravilloso mundo de la lectura. Saber más de mí.

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