Era una fría tarde de invierno cuando Alicia se aventuró por primera vez en el Bosque de las Nieves. Vestía un elegante manto verde que le había regalado su abuela, quien siempre le decía que ese manto tenía propiedades mágicas. Alicia no sabía si creer en las historias de su abuela, pero esa tarde, decidió llevarlo consigo. La nieve caía en suaves copos, cubriendo todo a su alrededor con un manto blanco que hacía crujir sus pasos a cada movimiento.
El bosque era oscuro y silencioso, con árboles altos y delgados que parecían inclinarse sobre ella, como si quisieran observarla más de cerca. Había algo en el aire, un aroma peculiar, una mezcla de pino fresco y algo más dulce, como la vainilla. Alicia inhaló profundamente, sintiendo cómo el olor invadía sus sentidos. A pesar del frío, ese aroma la hacía sentir cálida y reconfortada.
El sendero era estrecho y serpenteaba entre los árboles, haciéndose más tenebroso a medida que avanzaba. Las ramas parecían alargarse y entrelazarse, formando sombras que danzaban bajo la luz pálida de la luna que apenas se filtraba entre las nubes. Alicia no tenía miedo, pero sí sentía una extraña tensión en el aire, como si el bosque guardara secretos antiguos que no estaban dispuestos a revelarse tan fácilmente.
Mientras caminaba, la nieve se hacía más profunda, y el manto verde que llevaba la protegía del viento helado que comenzaba a soplar con fuerza. De repente, notó algo peculiar en el camino: unas huellas pequeñas y delicadas que no pertenecían a ningún animal conocido. Se agachó para observarlas más de cerca. Eran huellas de un ser pequeño, quizás de un niño o de algo mágico. La curiosidad de Alicia creció y decidió seguir las huellas.
El sendero se volvió cada vez más estrecho, y las sombras parecían alargarse aún más. Pero Alicia, con su manto verde ondeando detrás de ella, seguía decidida. Sabía que algo extraordinario la esperaba al final de ese camino.
Pronto llegó a un claro en el bosque. La nieve aquí brillaba de una manera distinta, como si estuviera iluminada desde dentro por una luz mágica. En el centro del claro había un árbol enorme y majestuoso, cuyas ramas se extendían como brazos protectores. Alicia se acercó cautelosamente y, al hacerlo, notó que el árbol no era común. En sus raíces había pequeños cristales de hielo que relucían con un destello encantador. Pero lo que más llamó su atención fue una figura que estaba sentada bajo el árbol, rodeada de esos cristales brillantes.
Era una criatura diminuta, de aspecto frágil y delicado, con alas de hielo que reflejaban la luz de la luna. Su rostro era suave y lleno de bondad, aunque su piel parecía hecha de la misma nieve que cubría el bosque. Alicia se detuvo a unos metros, observando en silencio.
—No temas, pequeña humana —dijo la criatura con una voz que parecía un susurro del viento—. Mi nombre es Nivara, y soy el guardián del Bosque de las Nieves.
Alicia, fascinada, se acercó un poco más. No sentía miedo, solo una inmensa curiosidad.
—¿Eres un hada? —preguntó con asombro.
Nivara sonrió y sus alas se agitaron suavemente.
—Podría decirse que sí. Pero no soy como las hadas de tus cuentos. Mi deber es proteger este bosque y los secretos que guarda. Tú eres la primera en muchos años que ha llegado hasta aquí. Debes ser especial.
Alicia se sonrojó ligeramente bajo el manto verde. Nunca se había considerado especial, solo era una niña curiosa que amaba explorar.
—¿Por qué huele tan bien este bosque? —preguntó Alicia de repente, recordando el aroma dulce que había sentido desde el principio.
Nivara extendió una de sus delicadas manos y señaló el árbol gigante.
—Este es el Árbol del Invierno Eterno. Sus raíces se nutren de los cristales mágicos que ves, y emiten ese aroma. Es un perfume que protege el bosque y atrae solo a aquellos con un corazón puro. Solo aquellos que son lo suficientemente valientes y curiosos pueden olerlo.
Alicia miró el árbol con más atención. Parecía respirar suavemente, como si estuviera vivo de una manera que no podía entender.
—¿Y qué pasará ahora? —preguntó Alicia—. ¿Tengo que hacer algo?
Nivara la observó por un momento, como si estuviera evaluando su corazón y su espíritu.
—Has demostrado que tienes el alma de una exploradora. Pero también debes saber que este bosque es antiguo, y quienes entran deben dejar una parte de sí mismos aquí, para mantener el equilibrio de la magia.
Alicia frunció el ceño. No entendía del todo lo que Nivara quería decir.
—No te preocupes —agregó Nivara suavemente—. No perderás nada importante. Solo quiero que me dejes un recuerdo, algo que sea valioso para ti. Algo que puedas regalar sin temor.
Alicia pensó por un momento. Miró el manto verde que llevaba. Aunque le tenía mucho cariño, sabía que su valor no estaba en el objeto en sí, sino en las aventuras que viviría con o sin él. Decidida, se quitó el manto y lo ofreció a Nivara.
—Este manto era de mi abuela. Es lo más valioso que tengo, pero creo que este lugar lo necesita más que yo.
Nivara sonrió, y el árbol comenzó a brillar con más intensidad. Las raíces se movieron suavemente, como si aceptaran el regalo de Alicia. En ese momento, una cálida brisa envolvió a Alicia, y aunque el manto ya no estaba con ella, no sentía frío.
—Has demostrado tu generosidad —dijo Nivara—. Ahora, este bosque siempre estará abierto para ti. Cada vez que necesites guía o protección, solo ven y el Árbol del Invierno Eterno te recordará.
Con una última sonrisa, Nivara desapareció entre los cristales de hielo, y Alicia, aunque sola, no se sintió abandonada. Sabía que había hecho algo importante, algo mágico. Dio media vuelta y comenzó a caminar de regreso por el estrecho sendero, mientras la nieve seguía cayendo suavemente a su alrededor.
Alicia nunca olvidó su aventura en el Bosque de las Nieves. Y aunque el manto verde ya no la acompañaba, sabía que su verdadero poder residía en su corazón.
Fin.
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Autor del Cuento
Soy Francisco J., apasionado de las historias y, lo más importante, padre de un pequeño. Durante el emocionante viaje de enseñar a mi hijo a leer, descubrí un pequeño secreto: cuando las historias incluyen a amigos, familiares o lugares conocidos, la magia realmente sucede. La conexión emocional con el cuento motiva a los niños a sumergirse más profundamente en las palabras y a descubrir el maravilloso mundo de la lectura. Saber más de mí.