Cuentos de Fantasía

Un lazo eterno a través de la distancia, papá siempre estará contigo

Lectura para 2 años

Tiempo de lectura: 2 minutos

Español

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Mariangel era una niña llena de imaginación y curiosidad. Cada mañana, al despertar, su primer pensamiento era para su querido papá, que siempre le contaba historias fascinantes. A ella le encantaba escuchar esos cuentos y muchas veces los repetía con su suave voz. Pero un día, algo inusual ocurrió. Cuando Mariangel se levantó de la cama, vio un destello de luz en su habitación. Era un brillo suave que parecía bailar en el aire.

—¡Mira, papá! —gritó emocionada mientras corría a buscarlo—. Hay algo mágico en mi cuarto.

Su papá, que estaba en la cocina preparando el desayuno, vino rápidamente al cuarto.

—¿Qué sucede, Mariangel? —preguntó, con una sonrisa en su rostro.

Mariangel señaló la luz brillante, y su papá se agachó para observarla mejor.

—Es un pequeño destello, como si tuviera vida —dijo él, maravillado.

De repente, la luz se fue acercando a ellos y, en un parpadeo, se transformó en una criatura adorable: un pequeño duende con alas de mariposa y ojos chispeantes.

—¡Hola! —dijo el duende con una voz suave—. Soy Lúmix, el guardián de los sueños. He venido a llevarlos a un lugar mágico.

Mariangel no podía creer lo que veían sus ojos. Su corazón latía con emoción y un poco de nervios.

—¿A dónde nos llevarás? —preguntó Mariangel, llena de curiosidad.

—A un bosque encantado —respondió Lúmix—. Allí los sueños se hacen realidad y cada árbol cuenta una historia. Podrán ver cosas maravillosas.

El papá de Mariangel miró a su hija y vio la emoción en su rostro.

—¿Qué te parece, Mariangel? —le preguntó—. ¿Quieres ir con Lúmix?

Ella asintió con fuerza, su pelo castaño alborotándose con el movimiento.

—¡Sí, sí! ¡Quiero ir! —exclamó feliz.

Entonces, Lúmix acarició el aire con sus manos y una puerta brillante se abrió en el cuarto. Todo parecía hecho de luz y colores. Mariangel y su papá se tomaron de la mano y, juntos, cruzaron la puerta.

Al otro lado, se encontraron en un bosque deslumbrante. Los árboles eran altos y sus hojas brillaban como si estuvieran hechas de oro. Florcitas de colores llenaban el suelo, y pequeños ríos cantores corrían por todas partes. Mariangel estaba asombrada.

—¡Es hermoso! —dijo, mirando hacia todos lados.

Lúmix sonrió y voló un poco más arriba, mostrándoles el camino.

—Vamos, hay mucho por descubrir —dijo el duende.

Mientras caminaban, encontraron un claro lleno de criaturas mágicas. Había hadas que danzaban entre las flores, un unicornio que relinchaba juguetonamente y hasta un dragón pequeño que respiraba humo de colores.

—¡Papá, mira! —gritó Mariangel, señalando al unicornio—. ¡Es como el de los cuentos!

Su papá sonrió y le dijo:

—Sí, Mariangel. Cada lugar aquí tiene algo especial. Este es un mundo donde la imaginación no tiene límites.

De repente, una de las hadas se acercó a ellos. Era muy linda, con alas brillantes y una risa contagiosa.

—Hola, soy Floreta —dijo la hada—. Bienvenidos al bosque encantado. ¿Quieren jugar con nosotros?

Mariangel, entusiasmada, miró a su papá.

—¡Sí, papá! ¡Queremos jugar!

—¡Súper! —exclamó él—. Vamos a jugar.

Y así, comenzaron una divertida jornada de juegos. Corrieron, saltaron y se hicieron amigos de las criaturas. Mariangel estaba tan feliz que sentía que podía volar. Jugaron al escondite entre los árboles dorados y participaron en carreras con los unicornios. Cada risa era música en el aire.

Mientras jugaban, Lúmix, el duende, les contó historias sobre el bosque, sobre cómo cada flor tenía un deseo y cómo cada estrella brillaba para cumplir sueños. La magia estaba en cada rincón, y el tiempo parecía detenerse.

Pero después de un rato, Mariangel sintió que era tiempo de volver a casa. Se sentó bajo un árbol y miró a su papá, que estaba disfrutando a su lado.

—Papá, me gustaría quedarme aquí para siempre —dijo, sintiendo un poco de tristeza.

Su papá acarició su cabeza dulcemente y le dijo:

—Sé que este lugar es maravilloso, mi querida. Pero siempre llevaremos un pedacito de su magia en nuestros corazones. Cada vez que pienses en todas estas maravillas, sentirás que estás aquí nuevamente.

La pequeña sonrió, entendiendo que la magia no terminaba allí. Cada historia que su papá le contaba llevaba un poco del bosque en ella.

Lúmix se acercó y dijo:

—No se preocupen, los lazos que hemos creado aquí son eternos. A donde vayan, siempre recordarán este lugar mágico y a sus amigos. Cada vez que miren al cielo y vean una estrella, ¡pueden recordar que aquí están con ustedes!

Mariangel sintió su corazón lleno de alegría. Entonces, el duende tocó su mano y una luz brillante apareció.

—Es hora de regresar, pero recuérdenme siempre —dijo Lúmix—. La magia de los sueños nunca se apaga.

De repente, la luz los envolvió y, en un abrir y cerrar de ojos, se encontraron de nuevo en la habitación de Mariangel. La luz del duende se desvaneció, y aunque no estaba físicamente presente, la magia aún resonaba en el aire.

Mariangel miró a su papá y le dijo:

—Papá, nunca olvidaré este día. La magia siempre estará conmigo.

Su papá sonrió, abrazándola con cariño.

—Exacto, mi amor. La magia está en cada uno de nosotros y en cada historia que compartimos. Siempre que tengamos amor y amistad, la magia será eterna.

Desde ese día, Mariangel siempre recordaría sus aventuras en el bosque encantado y sabía que, sin importar la distancia, su papá siempre estaría con ella a través de la magia de los sueños y los recuerdos. Y así, Mariangel y su papá aprendieron que los lazos que crean juntos son más fuertes que cualquier distancia, y la magia verdadera vive en sus corazones.

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Soy Francisco J., apasionado de las historias y, lo más importante, padre de un pequeño. Durante el emocionante viaje de enseñar a mi hijo a leer, descubrí un pequeño secreto: cuando las historias incluyen a amigos, familiares o lugares conocidos, la magia realmente sucede. La conexión emocional con el cuento motiva a los niños a sumergirse más profundamente en las palabras y a descubrir el maravilloso mundo de la lectura. Saber más de mí.

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