Cuentos de Terror

El Grito de Miguel

Lectura para 11 años

Tiempo de lectura: 5 minutos

Español

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Miguel siempre había sido un niño curioso. Desde pequeño, su amor por las aventuras y los misterios lo había llevado a explorar cada rincón de su vecindario. Los bosques cercanos a su casa, llenos de árboles altos y antiguos, siempre lo habían atraído, pero había algo extraño en ellos. Los adultos evitaban hablar de ese lugar. «No vayas allí, Miguel», le decía su madre, con la voz temblorosa. «Es peligroso. Nadie que haya entrado en el bosque ha vuelto sin cambios.»

Pero esas advertencias solo incrementaban la curiosidad de Miguel. Sabía que, algún día, tendría que enfrentarse a la oscuridad del bosque, descubrir qué era lo que tanto aterraba a los mayores. Fue una tarde nublada, cuando el viento soplaba fuerte y las nubes cubrían el sol, que Miguel decidió aventurarse en el bosque. Estaba decidido a descubrir el misterio por sí mismo.

Con una mochila ligera, una linterna y un poco de valentía, Miguel cruzó el umbral del bosque. La atmósfera cambió de inmediato. El aire estaba cargado de humedad, y una niebla espesa se deslizaba por el suelo, cubriendo todo a su paso. Los árboles, altos y con ramas retorcidas, parecían moverse al ritmo del viento, como si susurraran secretos oscuros entre sí. A pesar de todo, Miguel siguió adelante, decidido a no dejarse vencer por el miedo.

Después de caminar durante unos minutos, algo extraño ocurrió. La luz de su linterna comenzó a parpadear, como si la niebla estuviera absorbiendo la energía. Intentó encenderla nuevamente, pero la linterna se apagó por completo. Miguel se quedó inmóvil, sus ojos ajustándose a la oscuridad. Los sonidos del bosque, los ruidos naturales que siempre había escuchado en sus caminatas, ahora parecían más cercanos, más intensos. El crujir de las ramas, el murmullo del viento, todo se mezclaba en un sinfín de ruidos aterradores.

Fue entonces cuando escuchó el primer susurro.

Un susurro débil, casi imperceptible, que parecía venir de todos lados y de ningún lado al mismo tiempo. «Miguel…» El nombre resonó en su cabeza como un eco. No podía saber si era real o si su mente le estaba jugando una mala pasada, pero algo dentro de él sabía que no estaba solo. Algo, o alguien, lo observaba. Intentó girarse rápidamente, pero no vio nada. La niebla lo envolvía por completo, y el bosque parecía haberse transformado en una cárcel de sombras.

Siguió caminando, con el corazón latiendo fuerte en su pecho. La sensación de estar siendo observado era abrumadora, y cada paso que daba lo acercaba más a la oscuridad. De repente, una figura apareció frente a él, moviéndose entre los árboles. Era una sombra, difícil de definir, pero claramente humana. Miguel se detuvo en seco, el miedo congelándolo en el lugar. La figura se acercaba lentamente, pero no podía distinguir su rostro. Solo veía un contorno, como una silueta envuelta en la niebla. Los pasos de la figura eran suaves, como si caminara sobre un colchón de hojas secas, pero el silencio del bosque hacía que cada sonido fuera amplificado.

«Miguel…» volvió a decir la figura, esta vez con más claridad. La voz era profunda, gutural, y sonaba como si viniera de una boca que no existía.

El niño intentó retroceder, pero sus pies no respondían. Estaba paralizado, atrapado en un estado de miedo que lo mantenía inmóvil. La figura avanzó hacia él, y con cada paso, el aire parecía volverse más pesado, como si la atmósfera estuviera siendo absorbida por esa presencia oscura.

De repente, la figura se detuvo a solo unos pasos de Miguel. En ese momento, el niño pudo ver algo más en la niebla. Un par de ojos brillaron en la oscuridad, rojos como la sangre, mirando fijamente a Miguel. El miedo se apoderó de él como una ola gigante, arrastrándolo hacia lo más profundo de su ser. Intentó gritar, pero su garganta estaba cerrada. El aire se volvía más denso, más frío, y una extraña sensación de desesperación lo envolvía.

La figura levantó una mano, señalando hacia el corazón de Miguel. «Escucha…» susurró nuevamente. «El grito es lo único que puedes hacer para liberarte.»

Miguel no entendió al principio. ¿Liberarse de qué? ¿De quién? Pero en ese instante, algo dentro de él se rompió. El miedo, la desesperación, la presión… todo se combinó en un estallido de pánico. Un grito se formó en su garganta, un grito de terror absoluto que recorrió todo su cuerpo. Y entonces, de repente, la figura desapareció, como si nunca hubiera estado allí.

Miguel se desplomó al suelo, su respiración entrecortada, su mente llena de caos. No entendía lo que acababa de suceder. ¿Era real? ¿Había sido solo una alucinación causada por el miedo? Pero no importaba. Lo único que sabía era que algo oscuro habitaba en el corazón del bosque, y que él había sido elegido, por alguna razón, para enfrentarse a ello.

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Soy Francisco J., apasionado de las historias y, lo más importante, padre de un pequeño. Durante el emocionante viaje de enseñar a mi hijo a leer, descubrí un pequeño secreto: cuando las historias incluyen a amigos, familiares o lugares conocidos, la magia realmente sucede. La conexión emocional con el cuento motiva a los niños a sumergirse más profundamente en las palabras y a descubrir el maravilloso mundo de la lectura. Saber más de mí.

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