Cristal siempre había tenido una fascinación por los lugares remotos, aquellos donde la naturaleza dominaba el paisaje, y la modernidad quedaba en el olvido. Por eso, cuando sugirió a Shawn, su novio, que fueran a acampar en un bosque apartado, él aceptó, aunque con algo de cautela. Sabía que Cristal adoraba las aventuras, pero el bosque que había elegido no era cualquier bosque; las leyendas locales lo describían como un lugar extraño, donde más de una persona había sentido la sensación de ser observada, pero Cristal no se dejaba asustar fácilmente.
Era un día despejado cuando comenzaron su viaje en auto hacia el bosque. El plan era simple: llegar al sitio de acampada, pasar una noche bajo las estrellas y regresar al día siguiente. Sin embargo, en medio del trayecto, algo inusual sucedió. Mientras conducían por un camino desolado, vieron un auto detenido en la orilla. Junto a él, una joven de aspecto preocupado estaba intentando arreglar algo bajo el capó.
Shawn desaceleró el auto y, sin pensarlo mucho, detuvo el vehículo junto a la joven.
—¿Te pasa algo? —preguntó Cristal, bajando la ventanilla.
La chica levantó la vista y, visiblemente aliviada, respondió:
—Sí… mi auto se averió, y no sé qué hacer. Mi nombre es Madeleine, y estaba yendo al mismo bosque donde ustedes se dirigen. ¿Creen que podrían llevarme?
Cristal y Shawn intercambiaron una mirada rápida. Ayudarla no parecía peligroso, así que accedieron. Después de algunos intentos fallidos por reparar el auto, decidieron dejarlo allí y continuar juntos hacia el bosque.
Mientras avanzaban por el camino, el sol comenzaba a ponerse, y la conversación entre los tres fue amigable, aunque poco a poco, un aire de incertidumbre comenzó a surgir. Madeleine no parecía nerviosa, pero había algo en su mirada que transmitía una especie de inquietud. Cristal notó que, de vez en cuando, Madeleine miraba hacia el espejo retrovisor, como si esperara ver algo detrás de ellos.
Finalmente, llegaron a la entrada del bosque. Era un lugar denso, donde los árboles formaban una muralla oscura que casi impedía la entrada de la luz. Se bajaron del auto y comenzaron a caminar hacia el lugar donde habían decidido acampar. El silencio era profundo, roto solo por el crujido de las ramas bajo sus pies.
—Este lugar es… diferente —comentó Shawn, mientras miraba alrededor—. ¿Estás segura de que es buena idea acampar aquí?
—¡Claro que sí! —respondió Cristal, con su típica sonrisa aventurera—. ¡Va a ser divertido!
Madeleine, en cambio, permanecía en silencio. Parecía perdida en sus pensamientos, y cada vez que escuchaba un ruido extraño, se tensaba.
Pronto llegaron a un claro y comenzaron a montar las tiendas. Mientras lo hacían, el ambiente se volvía cada vez más extraño. Los árboles crujían de manera inquietante, y la sensación de ser observados era innegable. Shawn fue el primero en mencionarlo:
—¿No sienten como si… alguien nos estuviera mirando?
Cristal se rió nerviosamente, pero Madeleine no dijo nada. En su lugar, se quedó mirando hacia la oscuridad del bosque, como si esperara ver algo surgir de entre los árboles. La noche cayó rápidamente, y decidieron encender una fogata para mantenerse cálidos.
Mientras la leña chisporroteaba y las llamas iluminaban sus rostros, Cristal intentó animar el ambiente contando historias de miedo. Sin embargo, cada vez que terminaba una historia, el silencio del bosque parecía responder con más fuerza. Un viento helado comenzó a soplar, haciendo que las ramas se sacudieran de manera violenta.
De repente, un ruido fuerte se escuchó entre los arbustos. Todos se quedaron en silencio, sus miradas fijas en la oscuridad.
—Debe ser un animal —dijo Cristal, aunque su voz temblaba ligeramente.
Pero el ruido se repitió, esta vez más cerca. Era como si algo o alguien se estuviera moviendo alrededor del campamento, observándolos, acechando. Madeleine se levantó de un salto, mirando a todos lados.
—Hay algo en este bosque —susurró, con la voz llena de temor.
Shawn intentó calmarla, pero incluso él sentía que algo no estaba bien. Sin pensarlo mucho, tomó una linterna y decidió ir a investigar.
—No irás solo, voy contigo —dijo Cristal, tomando su mano.
Madeleine, temblando, decidió quedarse junto a la fogata. Mientras Shawn y Cristal se adentraban en la oscuridad, el aire a su alrededor se volvía cada vez más denso. Los árboles parecían moverse, como si estuvieran vivos, y los ruidos del bosque eran cada vez más fuertes.
—Esto es muy raro —susurró Cristal—. No deberíamos habernos alejado tanto.
De repente, un ruido detrás de ellos hizo que ambos se voltearan bruscamente. Un hombre alto, con una sonrisa siniestra, emergió de las sombras. Su rostro estaba parcialmente cubierto por una máscara de tela, y en su mano llevaba un cuchillo largo y oxidado.
—Bienvenidos a mi bosque —dijo el hombre, con una voz baja y gélida.
Era Jackson, el asesino que había estado acechando ese bosque durante años. Sin previo aviso, se abalanzó hacia ellos. Shawn empujó a Cristal fuera del camino, y ambos comenzaron a correr hacia el campamento. Pero Jackson no se detuvo; disfrutaba del miedo en sus víctimas, jugando con ellas antes de atacar.
Al llegar al campamento, encontraron a Madeleine en un estado de pánico total. Les bastó una mirada para entender que también lo había visto.
—¡Tenemos que salir de aquí! —gritó Shawn—. ¡Hay alguien en el bosque!
Pero antes de que pudieran moverse, Jackson apareció detrás de ellos, su figura oscura iluminada solo por la débil luz de la fogata. Estaba disfrutando de cada momento, jugando con sus mentes.
—No hay salida —dijo Jackson con una sonrisa maliciosa—. Este es mi lugar, y ustedes son mis invitados especiales.
La adrenalina corrió por las venas de Shawn, Cristal y Madeleine. No podían quedarse ahí, y sabían que debían actuar rápido. Tomando todo el valor que les quedaba, comenzaron a correr hacia el auto, pero Jackson los seguía de cerca, su risa resonando entre los árboles como un eco macabro.
Finalmente, llegaron al auto de Shawn, pero las llaves no estaban. En medio del pánico, las habían dejado junto a la fogata. No había tiempo de volver. Jackson estaba demasiado cerca.
—¡Tenemos que escondernos! —gritó Cristal.
Corrieron hacia el bosque nuevamente, tratando de encontrar algún lugar donde el asesino no pudiera encontrarlos. Se ocultaron detrás de un grupo de rocas grandes, con la esperanza de que Jackson no los viera.
El silencio volvió a llenar el aire. Se quedaron allí, inmóviles, escuchando cada pequeño sonido, cada crujido. Pero entonces, justo cuando pensaban que estaban a salvo, una risa baja y escalofriante se escuchó justo detrás de ellos.
Jackson estaba ahí, disfrutando del juego.
Conclusión:
La oscuridad del bosque era un terreno perfecto para los juegos de Jackson, un asesino que no solo buscaba acabar con sus víctimas, sino que disfrutaba haciéndolos perderse en el terror.
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Autor del Cuento
Soy Francisco J., apasionado de las historias y, lo más importante, padre de un pequeño. Durante el emocionante viaje de enseñar a mi hijo a leer, descubrí un pequeño secreto: cuando las historias incluyen a amigos, familiares o lugares conocidos, la magia realmente sucede. La conexión emocional con el cuento motiva a los niños a sumergirse más profundamente en las palabras y a descubrir el maravilloso mundo de la lectura. Saber más de mí.