Cuentos de Terror

El Misterio de la Biblioteca

Lectura para 11 años

Tiempo de lectura: 5 minutos

Español

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Diego nunca había sido un chico supersticioso. A sus once años, se consideraba bastante valiente para las historias que sus amigos contaban en la escuela. Sin embargo, todo cambió cuando se mudó con su familia a una nueva ciudad. El lugar era pequeño, tranquilo, y algo alejado del bullicio que conocía. Pero lo que más llamó su atención fue la biblioteca local.

La biblioteca no era como las modernas que él había visitado antes. Era un edificio antiguo, con ventanas altas y oscuras, y un aire de misterio que parecía impregnar cada rincón. Los vecinos siempre hablaban de la «vieja biblioteca» con respeto, pero también con un cierto temor. Sin embargo, Diego, curioso como siempre, decidió visitarla.

Una tarde, después de clases, caminó hasta la biblioteca. Al entrar, fue recibido por un silencio abrumador, interrumpido solo por el crujido de las maderas bajo sus pies. El lugar estaba casi vacío, con estanterías llenas de libros que parecían no haber sido tocados en años. Mientras Diego caminaba por los pasillos, una sensación extraña comenzó a crecer en su pecho. Algo no estaba bien.

Mientras recorría los estantes, su mirada se desvió hacia una esquina oscura de la sala de lectura. Allí, una figura pálida lo observaba desde las sombras. Al principio, pensó que era alguna persona más en la biblioteca, pero pronto se dio cuenta de que había algo inusual en ella. Era una chica, pero no se movía. Parecía desvanecerse, como si fuera parte del aire mismo.

Diego sintió un escalofrío recorrer su espalda. Trató de apartar la mirada, pero algo en esa figura lo mantenía atrapado. Sus ojos oscuros, profundos y llenos de una tristeza inexplicable, lo seguían a cada paso.

“Diego…”

Escuchó su nombre en su mente. No fue una voz física, sino un pensamiento que invadió su cabeza sin su permiso. El corazón de Diego comenzó a latir con fuerza.

«Diego…»

Era la chica. Su figura parecía cada vez más borrosa, pero sus ojos permanecían fijos en él. No había movimiento en su boca, pero de alguna manera, podía oírla claramente en su mente.

“Sal de aquí. No es seguro.”

Diego dio un paso atrás, tropezando con una pila de libros apilados. La sensación de peligro se hizo más intensa. Salió corriendo de la biblioteca, sin atreverse a mirar atrás. Mientras huía, sentía que la presencia de la chica lo seguía, pero no físicamente. Estaba en su mente, como una advertencia constante.

Esa noche, Diego no pudo dormir. Cada vez que cerraba los ojos, veía a la chica en su mente. Su rostro pálido, su cabello oscuro y lacio, y esos ojos que lo observaban sin pestañear.

Al día siguiente, le contó a sus padres lo que había sucedido, pero, como era de esperarse, no le creyeron. Su padre se rió, diciendo que probablemente había estado demasiado tiempo en la biblioteca, mientras que su madre le recomendó que se calmara y se concentrara en la escuela. Pero Diego no podía ignorar lo que había visto.

Durante los días siguientes, evitó la biblioteca, pero algo en su interior lo empujaba a volver. Era como si la presencia de la chica lo llamara, pidiendo su ayuda. Finalmente, después de varios días de luchar contra su curiosidad, decidió regresar.

Cuando entró de nuevo en la biblioteca, el ambiente parecía aún más opresivo. Caminó lentamente hacia la misma esquina donde había visto a la chica, con la esperanza de no encontrar nada. Pero allí estaba. Esta vez, su figura era más clara, aunque seguía siendo etérea, como una sombra de lo que alguna vez fue.

«Elizabeth», dijo la voz en su cabeza.

—¿Quién eres? —susurró Diego, con el corazón acelerado.

“Me llamo Elizabeth.”

Diego tragó saliva, sorprendido por la claridad de la voz en su mente. Se acercó un poco más, aunque cada paso que daba le provocaba un escalofrío más intenso.

—¿Qué te pasó?

“Morí aquí. Hace ocho años.”

El corazón de Diego se detuvo por un momento. No sabía qué decir. La chica, Elizabeth, había muerto en esa misma biblioteca, y ahora estaba atrapada allí, como un eco del pasado.

“Hubo un accidente”, continuó la voz de Elizabeth en su mente. “Pero no puedo irme. Algo me retiene aquí… algo oscuro.”

Diego no entendía completamente lo que estaba pasando, pero podía sentir la desesperación en la voz de Elizabeth. Algo o alguien la mantenía atrapada en ese lugar, y él, de alguna manera, se había convertido en parte de su historia.

Durante las semanas siguientes, Diego continuó visitando la biblioteca, intentando aprender más sobre lo que le había ocurrido a Elizabeth. Aunque ella no podía hablar con él de manera física, sus pensamientos siempre estaban allí, guiándolo a través de los misterios que rodeaban su muerte.

Le contó que no había sido un simple accidente. Había algo oscuro en la biblioteca, una presencia que se ocultaba entre los libros y los estantes polvorientos. Algo que había estado allí mucho antes de que ella muriera.

Poco a poco, Diego comenzó a notar cosas extrañas. Sombras que se movían cuando no había nadie más, susurros que parecían surgir de las paredes y una sensación constante de que estaba siendo observado. Elizabeth le advirtió que tuviera cuidado, pero cada vez que intentaba dejar de investigar, algo lo arrastraba de nuevo.

Una noche, mientras estaba solo en la biblioteca, sucedió lo impensable. Las luces comenzaron a parpadear, y un frío intenso llenó la sala. Las sombras parecían cobrar vida, moviéndose a su alrededor, rodeándolo.

“¡Corre!” La voz de Elizabeth resonó en su mente, más fuerte que nunca.

Diego sintió el pánico apoderarse de él. Salió corriendo de la biblioteca, pero las sombras lo seguían, arrastrándose por las paredes y el suelo como si intentaran atraparlo. Cuando llegó a la puerta, algo invisible lo empujó hacia fuera, y cayó al suelo, jadeando de miedo.

Esa fue la última vez que Diego visitó la biblioteca.

A partir de ese momento, la presencia de Elizabeth en su mente comenzó a desvanecerse, pero el miedo no. Sus padres notaron que algo estaba mal. Diego ya no dormía bien, y sus notas en la escuela empezaron a bajar. Sabían que algo le estaba afectando profundamente, aunque él nunca les contó toda la verdad.

Finalmente, sus padres decidieron mudarse. Diego no protestó. Sabía que alejarse de la biblioteca era lo mejor que podía hacer. Antes de irse, sin embargo, volvió una última vez, solo para despedirse de Elizabeth.

Se quedó en la puerta de la biblioteca, sin entrar, y susurró:

—Lo siento, Elizabeth. No pude ayudarte.

Por un momento, no hubo respuesta, pero luego, una suave brisa movió las hojas de los árboles cercanos, y en su mente, escuchó por última vez la voz de Elizabeth:

“Gracias por intentarlo, Diego. Ahora estás a salvo.”

Con el corazón encogido, Diego se dio la vuelta y se fue. Nunca volvió a saber de Elizabeth ni de la biblioteca, pero las sombras y los secretos de aquel lugar se quedaron con él, como un recuerdo imborrable de una historia que nunca terminó.

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Soy Francisco J., apasionado de las historias y, lo más importante, padre de un pequeño. Durante el emocionante viaje de enseñar a mi hijo a leer, descubrí un pequeño secreto: cuando las historias incluyen a amigos, familiares o lugares conocidos, la magia realmente sucede. La conexión emocional con el cuento motiva a los niños a sumergirse más profundamente en las palabras y a descubrir el maravilloso mundo de la lectura. Saber más de mí.

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