Cuentos de Terror

La Sombra del Mar

Lectura para 11 años

Tiempo de lectura: 5 minutos

Español

Puntuación:

0
(0)
 

Compartir en WhatsApp Compartir en Telegram Compartir en Facebook Compartir en Twitter Compartir por correo electrónico
0
(0)

En un pequeño pueblo costero, donde el sonido de las olas marcaba el ritmo de los días, vivían tres amigos inseparables: José, Raúl y Susana. Desde que eran pequeños, habían pasado casi todas sus tardes jugando en la playa, explorando las cuevas de la costa y desafiando las historias que los viejos marineros contaban sobre el mar.

El pueblo en sí tenía una atmósfera tranquila durante el día, pero cuando caía la noche, el mar parecía transformarse. Las aguas se volvían oscuras como la tinta, y las olas chocaban contra las rocas con un rugido profundo, como si algo en sus profundidades se agitara. Había leyendas, por supuesto. Cuentos antiguos sobre criaturas que vivían bajo las olas, sobre barcos desaparecidos y marineros que nunca volvían. Pero para José, Raúl y Susana, todo eso no eran más que historias para asustar a los turistas.

Una tarde de verano, cuando el sol comenzaba a ponerse y el cielo adquiría tonos rojizos y naranjas, los tres amigos decidieron que era momento de explorar una parte de la costa que siempre les había causado curiosidad. Era una zona donde las rocas formaban altos acantilados y las olas golpeaban con más fuerza. Los aldeanos evitaban esa parte de la playa, diciendo que el mar era traicionero y que, por alguna razón, incluso los peces rehuían esas aguas.

—¿Qué opinan? —dijo José, que siempre era el primero en sugerir nuevas aventuras—. ¡Vamos a ver qué hay allá!

Raúl y Susana intercambiaron miradas. Ambos confiaban en José, pero sabían que esa parte del mar tenía algo que no les gustaba. Sin embargo, la curiosidad pudo más.

—De acuerdo —dijo Raúl finalmente, tratando de sonar valiente—. ¡Pero si algo nos pasa, es tu culpa, José!

Susana, más callada pero igual de intrépida, simplemente asintió con la cabeza.

Caminando sobre la arena mojada, los tres se dirigieron hacia el norte, donde las rocas afiladas sobresalían del agua como dientes. A medida que se acercaban, el sonido del mar parecía cambiar. Las olas ya no tenían el ritmo suave que conocían, sino que se volvían más erráticas, como si algo invisible estuviera agitándolas.

Cuando llegaron a las rocas, la luz del sol comenzaba a desvanecerse, y una sensación de incomodidad se apoderó de ellos. La playa, que solía ser un lugar familiar y acogedor, de repente parecía extraña y hostil.

—Esto es raro —murmuró Susana, abrazándose los brazos—. El mar nunca suena así.

—Es solo el viento —dijo José, aunque incluso él notaba que algo estaba mal.

Raúl, que estaba más callado que de costumbre, se detuvo y señaló hacia el agua.

—Miren eso.

En la distancia, donde el mar se encontraba con el horizonte, algo parecía moverse bajo las olas. Era difícil distinguirlo por la luz menguante, pero una sombra oscura parecía deslizarse justo debajo de la superficie.

—¿Qué es eso? —preguntó Susana, su voz temblando ligeramente.

—Tal vez solo sea un pez grande —dijo José, aunque no estaba convencido de sus propias palabras.

La sombra desapareció tan rápido como había aparecido, y por un momento, los tres pensaron que tal vez su imaginación les estaba jugando una mala pasada. Pero entonces, algo aún más extraño ocurrió. El agua, que había estado agitada, de repente se calmó. Las olas dejaron de romperse, y el mar se volvió inquietantemente tranquilo. Demasiado tranquilo.

—Esto no me gusta —dijo Raúl, retrocediendo un paso.

José, siempre el más valiente, o tal vez el más terco, se adelantó hacia el borde de las rocas.

—Vamos, solo es agua. No hay nada de qué preocuparse.

Pero justo cuando José dio un paso más, algo salió del agua. Al principio, fue solo un leve burbujeo, como si el mar estuviera exhalando un suspiro. Pero luego, una mano, del color de la misma oscuridad del mar, emergió de las profundidades, agarrando la roca donde José estaba parado.

Los tres gritaron, retrocediendo instintivamente. La mano no era humana, al menos no completamente. Era delgada, alargada, con dedos huesudos que terminaban en garras afiladas. José, paralizado por el miedo, no podía moverse.

—¡Corre, José! —gritó Susana, tirando de su brazo.

Finalmente, reaccionó y se alejó justo cuando la mano se estiraba un poco más, como intentando atraparlo. Los tres corrieron por la playa, el corazón latiéndoles con fuerza en el pecho. Cuando finalmente llegaron a una distancia segura, se detuvieron, jadeando.

—¿Qué demonios fue eso? —preguntó Raúl, con la cara pálida.

—No lo sé —respondió José, todavía temblando—, pero no pienso volver a acercarme a esas rocas.

Susana miró hacia el mar, que ahora volvía a tener su aspecto normal. Pero algo en sus ojos indicaba que no creía que estuvieran a salvo.

—Las historias… —murmuró—. Tal vez eran ciertas.

José y Raúl la miraron confundidos.

—¿De qué hablas? —preguntó Raúl.

—Las historias que los pescadores contaban… sobre el «Guardían del Mar». Decían que en las noches de luna nueva, cuando el mar está más oscuro, una criatura surge de las profundidades para proteger lo que sea que esté escondido allá abajo. Nadie ha visto su verdadero rostro, pero aquellos que lo han intentado no han vuelto.

Los tres amigos permanecieron en silencio, asimilando lo que Susana acababa de decir. Parecía imposible, una historia más de las que se contaban para asustar a los niños. Pero ahora, después de lo que habían visto, ya no estaban tan seguros de qué creer.

El sol había desaparecido por completo, y la luna, apenas visible, comenzaba a asomarse en el horizonte. José, Raúl y Susana decidieron regresar al pueblo. Sin embargo, la sensación de que algo los observaba desde el mar los acompañó todo el camino de vuelta.

Esa noche, ninguno de ellos pudo dormir bien. Cada vez que cerraban los ojos, veían esa mano, esa sombra moviéndose bajo las olas. ¿Qué era lo que el mar ocultaba? ¿Y por qué los había atacado de esa manera?

A la mañana siguiente, los tres se reunieron en la playa, más cerca del pueblo esta vez. Aunque el sol brillaba y el mar parecía pacífico, la tensión entre ellos era palpable.

—No podemos dejarlo así —dijo José, mirando hacia las rocas en la distancia—. Tenemos que saber qué es eso.

—¿Estás loco? —exclamó Raúl—. Casi te atrapa anoche. ¿Qué más necesitas para entender que ese lugar está maldito?

Susana, aunque más silenciosa, asintió.

—Raúl tiene razón, José. No sabemos qué es eso, y podría ser peligroso. Tal vez deberíamos hablar con alguien… con los pescadores, o incluso con los ancianos del pueblo. Ellos deben saber algo.

Pero José no estaba dispuesto a renunciar tan fácilmente. Había algo en su interior, una mezcla de miedo y curiosidad, que lo impulsaba a regresar. Necesitaba respuestas.

—Si no quieren venir, lo entiendo —dijo finalmente—. Pero yo no puedo dejar esto así.

Raúl y Susana intercambiaron una mirada. Sabían que no podían dejar a José solo en algo tan peligroso, pero el miedo que sentían los mantenía indecisos.

Finalmente, Susana suspiró.

—De acuerdo. Iremos. Pero esta vez, iremos preparados.

José, Raúl y Susana se dieron el resto del día para planear su regreso a las rocas, y esta vez se aseguraron de estar mejor preparados. José consiguió una linterna potente de su padre, mientras que Raúl llevó una cuerda gruesa que encontró en el cobertizo de su abuelo, un pescador experimentado. Susana, más práctica, llevó una pequeña bolsa con algunas provisiones y su teléfono celular, aunque sabían que la señal era muy débil cerca de las rocas.

Se encontraron de nuevo al atardecer, en el mismo lugar donde todo había empezado la noche anterior. El ambiente era tenso, pero ninguno de los tres lo mencionaba. Sabían que lo que habían visto no era normal, pero sus ansias por descubrir la verdad eran más fuertes que el miedo. Decidieron esperar hasta que la oscuridad cubriera completamente el cielo, ya que las leyendas decían que la criatura solo aparecía bajo la luz tenue de la luna.

Cuando finalmente la luna se alzó sobre el horizonte, iluminando débilmente la playa, comenzaron su caminata hacia las rocas. El sonido del mar les resultaba extraño. Las olas rompían con más suavidad, pero aun así, había algo en el aire que les provocaba escalofríos.

—Todo se siente diferente esta noche —murmuró Susana, ajustándose la mochila en los hombros.

Raúl asintió, sin decir una palabra. José, que iba al frente, trataba de mantener su mente clara, enfocada en su objetivo. Tenía que saber qué era esa cosa que los había atacado. No podía dejar que el miedo lo dominara.

Llegaron a las rocas cuando la luna estaba alta en el cielo, y lo primero que notaron fue que el mar estaba sorprendentemente calmo, igual que la noche anterior antes de que la mano emergiera del agua. El ambiente era denso, como si el aire mismo estuviera cargado de algo invisible, algo que solo ellos podían sentir.

José encendió su linterna y comenzó a explorar las rocas cercanas al agua, mientras Raúl y Susana lo seguían de cerca.

—¿Ves algo? —preguntó Raúl, nervioso.

—Todavía no —respondió José, iluminando las oscuras y resbaladizas piedras con la linterna.

Los minutos pasaron en un silencio inquietante. Solo el sonido suave de las olas llenaba el aire, pero incluso ese sonido parecía lejano, como si el mar estuviera conteniendo la respiración. De repente, un burbujeo surgió de las profundidades, justo donde José estaba mirando. Susana dio un paso atrás, asustada, y Raúl sujetó la cuerda con fuerza, preparado para lo peor.

—Ahí está —murmuró José, sin apartar los ojos del agua.

De nuevo, algo oscuro comenzó a moverse bajo la superficie. Esta vez, la sombra era más grande, más definida. No era solo una mano; algo mucho más grande y aterrador estaba acechando en el agua.

—¡Cuidado! —gritó Susana.

De repente, el agua se agitó violentamente, y la criatura emergió por completo. Era una cosa retorcida, una mezcla grotesca de humano y algo marino. Su piel era oscura y brillaba con la luz de la luna, cubierta de algas y con una textura rugosa. Tenía una cabeza desproporcionada, con ojos enormes y vacíos que parecían brillar desde lo más profundo de su ser. Sus brazos eran largos y delgados, pero sus garras eran afiladas y peligrosas.

Raúl gritó al ver la monstruosidad, pero José, a pesar de su miedo, mantuvo la calma. Sin embargo, no había esperado que la criatura fuera tan grande, ni tan aterradora.

—¡Retrocedan! —gritó José, agitando la linterna para deslumbrar a la criatura.

La luz de la linterna pareció incomodar al monstruo, que lanzó un gruñido grave y gutural antes de retroceder hacia el agua. José no perdió tiempo y siguió alumbrando, manteniendo la linterna enfocada en sus ojos brillantes. El agua se agitaba furiosamente, pero la criatura no avanzaba.

—¿Qué es eso? —preguntó Raúl, su voz llena de terror.

—No lo sé, pero parece que no le gusta la luz —respondió José, tratando de sonar más confiado de lo que realmente estaba.

Susana, que hasta ahora había estado paralizada por el miedo, sacó su teléfono y empezó a grabar. Tal vez nadie les creería, pero si lograban captar a la criatura en video, tendrían pruebas de lo que habían visto.

La criatura, al ver que no podía avanzar bajo la intensa luz de la linterna, comenzó a hundirse de nuevo en el agua. Pero justo antes de desaparecer, lanzó un grito agudo que resonó en toda la playa, como una advertencia. Un escalofrío recorrió a los tres amigos, y el mar, que hasta ese momento había estado quieto, volvió a rugir con fuerza.

—Tenemos que irnos, ahora —dijo Susana con voz temblorosa.

Sin necesidad de discutirlo, los tres se dieron la vuelta y corrieron por la playa, alejándose lo más rápido que podían de las rocas y del monstruo que habitaba en sus aguas. No pararon hasta que estuvieron lo suficientemente lejos, donde la linterna de José ya no podía iluminar las olas.

Se detuvieron, respirando agitadamente. El miedo todavía estaba en el aire, pero al menos ahora sabían a qué se enfrentaban.

—¿Qué demonios era eso? —preguntó Raúl, aún sin aliento.

—No lo sé —respondió José—. Pero no era solo una leyenda.

—¿Creen que deberíamos contarle a alguien? —preguntó Susana, guardando su teléfono.

José asintió, aunque sabía que sería difícil convencer a alguien sin que los llamaran locos.

—Tenemos pruebas —dijo—. Lo grabaste, ¿verdad?

Susana asintió.

—Sí, pero no sé si se verá con claridad. Era oscuro, y esa cosa se movía rápido.

De cualquier manera, los tres sabían que no podían volver a acercarse a esas rocas. Lo que sea que habitara allí, no quería ser descubierto, y no tenían ninguna intención de enfrentarlo de nuevo. Con una última mirada al mar, comenzaron a caminar de regreso al pueblo.

Esa noche, las olas continuaron golpeando las rocas, y aunque el pueblo dormía tranquilo, el mar ocultaba secretos que solo ellos conocían. La criatura, la sombra del mar, seguía allí, esperando, vigilando. Sabían que nunca olvidarían lo que habían visto, y que, en ese rincón oscuro de la costa, el mar guardaba mucho más que historias de pescadores.

Conclusión:

José, Raúl y Susana nunca volvieron a acercarse a las rocas después de esa noche. Aunque compartieron su historia con algunos amigos, pocos les creyeron. Las leyendas sobre el «Guardían del Mar» siguieron siendo solo eso, leyendas. Pero los tres sabían la verdad. Sabían que en las profundidades del mar, donde las sombras se mueven bajo las olas, algo los observaba, algo que prefería mantenerse oculto en la oscuridad.

image_pdfDescargar Cuentoimage_printImprimir Cuento

¿Te ha gustado?

¡Haz clic para puntuarlo!

Comparte tu historia personalizada con tu familia o amigos

Compartir en WhatsApp Compartir en Telegram Compartir en Facebook Compartir en Twitter Compartir por correo electrónico

¿Te ha gustado?

¡Haz clic para puntuarlo!

Cuentos cortos que te pueden gustar

autor crea cuentos e1697060767625
logo creacuento negro

Soy Francisco J., apasionado de las historias y, lo más importante, padre de un pequeño. Durante el emocionante viaje de enseñar a mi hijo a leer, descubrí un pequeño secreto: cuando las historias incluyen a amigos, familiares o lugares conocidos, la magia realmente sucede. La conexión emocional con el cuento motiva a los niños a sumergirse más profundamente en las palabras y a descubrir el maravilloso mundo de la lectura. Saber más de mí.

Deja un comentario