Cuentos de Terror

Sara y Antonio en la Noche de los Susurros

Lectura para 11 años

Tiempo de lectura: 2 minutos

Español

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Sara y Antonio eran dos amigos inseparables. Siempre les había gustado explorar los alrededores de su pequeño pueblo, y sus aventuras eran conocidas por todos los vecinos. Sin embargo, ninguno de los dos se imaginaba que una tarde de otoño se convertiría en la experiencia más aterradora de sus vidas.

Todo comenzó un sábado por la tarde, cuando decidieron hacer una excursión al antiguo bosque al otro lado del río. El sol brillaba intensamente y el aire fresco del otoño hacía que fuera el día perfecto para explorar. Sara, con su larga melena castaña recogida en una cola de caballo, llevaba una mochila llena de bocadillos y una linterna. Antonio, con su cabello negro y su espíritu aventurero, llevaba una brújula y un mapa del bosque que había encontrado en la biblioteca del pueblo.

Cruzaron el viejo puente de madera que crujía bajo sus pies y se adentraron en el bosque. El follaje era espeso y los árboles formaban una bóveda natural sobre sus cabezas. Caminaban sin prisa, disfrutando de los sonidos de la naturaleza y de la compañía mutua. Pero, a medida que avanzaba la tarde, el bosque se volvía cada vez más oscuro y denso. Las sombras de los árboles parecían alargarse y susurrar entre sí.

—Deberíamos volver antes de que oscurezca —sugirió Sara, mirando el cielo que comenzaba a teñirse de un color anaranjado.

—Solo un poco más —respondió Antonio—. Estoy seguro de que hay algo interesante más adelante.

Continuaron caminando hasta que el sol desapareció por completo, sumiendo el bosque en una oscuridad inquietante. Fue entonces cuando se dieron cuenta de que no sabían cómo regresar. La brújula de Antonio parecía estar rota, girando sin sentido, y el mapa no coincidía con el terreno que veían a su alrededor.

—Antonio, estoy asustada —dijo Sara, encendiendo la linterna y mirando a su alrededor con ojos nerviosos.

—No te preocupes, encontraremos el camino —trató de tranquilizarla Antonio, aunque su propia voz temblaba un poco.

Caminaron en silencio, escuchando el crujido de las hojas bajo sus pies y los extraños sonidos del bosque nocturno. Cada rama rota y cada susurro del viento parecía amplificarse en la oscuridad. De repente, Sara tropezó con una raíz y cayó al suelo, soltando la linterna que rodó unos metros antes de detenerse. Antonio corrió a ayudarla, pero cuando recuperaron la linterna, se dieron cuenta de que estaban aún más desorientados.

—Creo que deberíamos quedarnos aquí hasta el amanecer —sugirió Sara, frotándose la rodilla dolorida.

—No, tenemos que seguir moviéndonos —insistió Antonio—. Si nos quedamos quietos, nunca encontraremos la salida.

Decidieron seguir adelante, esperando encontrar algún rastro del camino que los llevara de vuelta al pueblo. Sin embargo, el bosque parecía transformarse a cada paso, como si estuviera vivo y jugara con sus mentes. De repente, Antonio pisó en falso y el suelo se desmoronó bajo sus pies. Con un grito ahogado, cayó en un agujero profundo, desapareciendo de la vista de Sara.

—¡Antonio! —gritó Sara, arrodillándose al borde del agujero y alumbrando con la linterna.

Pero no hubo respuesta. Solo un silencio abrumador y la oscuridad del agujero. Desesperada, Sara intentó buscar algo para ayudar a su amigo a salir, pero no había cuerdas ni ramas lo suficientemente fuertes. El pánico comenzó a invadirla, pero no podía dejar a su amigo allí.

—¡Antonio, dime algo! —siguió llamando, con la voz quebrada por el miedo.

Pasaron los minutos, que parecían horas, y Sara no podía hacer más que esperar y rogar que Antonio estuviera bien. El frío de la noche se hacía más intenso y el cansancio empezaba a pesarle. Sin embargo, no quería abandonar a su amigo.

De repente, escuchó un débil murmullo proveniente del agujero. Con el corazón en un puño, Sara se inclinó más, tratando de escuchar.

—Sara… no puedo salir… —la voz de Antonio era apenas un susurro, cargado de miedo y desesperación.

—¡Voy a buscar ayuda! ¡Aguanta, Antonio! —dijo Sara, levantándose con determinación.

Corrió a través del bosque, intentando recordar el camino de vuelta. Los árboles parecían moverse a su alrededor y las sombras la perseguían, pero no se detuvo. Su única esperanza era encontrar a alguien que pudiera ayudarlos.

Después de lo que parecieron horas, divisó una luz a lo lejos. Era una cabaña antigua, con una débil luz en la ventana. Con el corazón latiendo con fuerza, corrió hacia la cabaña y golpeó la puerta con todas sus fuerzas.

—¡Por favor, ayúdenme! ¡Mi amigo está atrapado! —gritó, esperando que alguien respondiera.

La puerta se abrió lentamente y una anciana apareció en el umbral. Su rostro estaba arrugado, pero sus ojos brillaban con una extraña mezcla de sabiduría y compasión.

—¿Qué sucede, niña? —preguntó con una voz suave.

Sara le explicó lo sucedido con lágrimas en los ojos, y la anciana asintió con comprensión. Sin decir una palabra, tomó una cuerda fuerte de la cabaña y siguió a Sara de regreso al agujero.

Cuando llegaron, el lugar estaba aún más oscuro y silencioso. La anciana ató la cuerda a un árbol cercano y comenzó a descender con la linterna de Sara. Después de unos minutos de angustia, logró llegar al fondo del agujero y encontró a Antonio, débil pero consciente.

Con mucho esfuerzo, lograron sacar a Antonio del agujero. Estaba magullado y asustado, pero vivo. Sara lo abrazó con fuerza, agradecida de tener a su amigo de vuelta. La anciana los guió de regreso a la cabaña, donde les ofreció refugio y cuidado hasta que amaneciera.

Al día siguiente, la luz del sol trajo consigo un nuevo día y la esperanza de encontrar el camino de regreso al pueblo. Con la ayuda de la anciana, lograron orientarse y salir del bosque. Cuando finalmente llegaron al pueblo, fueron recibidos con alegría y alivio por sus familias y vecinos.

La experiencia había sido aterradora, pero también les enseñó el valor de la amistad y la importancia de no rendirse, incluso en los momentos más oscuros. Sara y Antonio nunca olvidaron aquella noche en el bosque y la misteriosa anciana que les había salvado. Sus aventuras continuaron, pero siempre con un nuevo respeto por los misterios y peligros que podían encontrar en su camino.

Fin

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Soy Francisco J., apasionado de las historias y, lo más importante, padre de un pequeño. Durante el emocionante viaje de enseñar a mi hijo a leer, descubrí un pequeño secreto: cuando las historias incluyen a amigos, familiares o lugares conocidos, la magia realmente sucede. La conexión emocional con el cuento motiva a los niños a sumergirse más profundamente en las palabras y a descubrir el maravilloso mundo de la lectura. Saber más de mí.

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