Era un día soleado en la ciudad, y Maricarmen caminaba hacia la escuela con su mochila colgada en la espalda. Aunque estaba acostumbrada a la rutina diaria, esa mañana había algo diferente en el aire. Mientras cruzaba la plaza cerca de su casa, se encontró con Héctor, un compañero de la escuela que siempre había sido algo misterioso y distante.
Maricarmen lo observó de lejos y notó que algo no estaba bien. Héctor estaba de pie junto a un banco, y en sus manos, sujetaba un teléfono celular con una expresión que ella no podía leer del todo. Maricarmen decidió acercarse, sin saber muy bien por qué lo hacía, solo que algo la empujaba a acercarse más.
Fue entonces cuando lo vio. Héctor, con sus ojos fijos en el teléfono, no se percató de que ella se acercaba. Maricarmen, al principio, pensó que no debía involucrarse, pero algo en su interior le decía que lo que veía no era correcto. Héctor estaba mirando a su alrededor, asegurándose de que nadie lo observaba, mientras intentaba esconder el celular en su bolsillo. Pero Maricarmen vio todo claramente.
El celular que Héctor sostenía no era suyo. Era de una chica que había estado sentada en el banco poco antes. Maricarmen reconoció la mochila de la joven en el suelo, y recordó haberla visto allí unos minutos antes. La chica había ido a comprar un café, y ahora su celular había desaparecido.
Maricarmen sintió un nudo en el estómago. No sabía qué hacer. Por un lado, sabía que debía intervenir, pero por otro, se sentía aterrada. Héctor la había intimidado siempre un poco. Aunque nunca había sido cruel con ella, había escuchado historias de lo que él hacía en la escuela y en el vecindario. Era un chico que no temía romper las reglas, y su mirada fría y su actitud desafiante siempre la hacían sentir insegura.
En ese momento, Maricarmen se quedó quieta, observando a Héctor. Sabía que él no la había visto aún, y tenía una oportunidad de hacer algo. Sus manos temblaban, y su corazón latía con fuerza. Sabía que hacer lo correcto podía ser muy difícil, sobre todo cuando había miedo de las consecuencias.
Héctor, al darse cuenta de que Maricarmen lo observaba, levantó la mirada y la vio. Por un segundo, sus ojos se encontraron, y la tensión se hizo palpable. Héctor sonrió con una expresión retorcida, como si supiera que ella no diría nada. Pero algo cambió en Maricarmen en ese preciso momento. Su miedo se transformó en determinación.
—Maricarmen, ¿te pasa algo? —dijo Héctor con una voz burlona, como si intentara intimidarla.
Maricarmen respiró hondo y, aunque su voz temblaba, dijo:
—Héctor, sé lo que estás haciendo. Ese teléfono no es tuyo. ¿Por qué lo has tomado?
Héctor se quedó en silencio por un momento. Su expresión cambió de la sonrisa burlona a una mirada seria. Maricarmen no sabía si debía seguir hablando, pero su corazón le decía que debía hacerlo. Ella no podía quedarse callada, no cuando algo tan injusto estaba sucediendo justo frente a ella.
—No es lo que parece, Maricarmen —dijo Héctor, intentando justificar lo injustificable—. Solo lo estaba mirando. No lo he robado.
Pero Maricarmen no se dejó engañar. Sabía que las palabras de Héctor no eran sinceras. Estaba tratando de salirse con la suya, como tantas veces antes. Sin embargo, algo dentro de ella le decía que no podía dejarlo pasar. Era su oportunidad de hacer lo correcto.
—Eso no es cierto, Héctor —respondió Maricarmen, mirando directamente a sus ojos—. Si no lo has robado, ¿por qué lo escondes? Sabes que eso no está bien.
Héctor la miró en silencio por unos segundos. La tensión entre ellos era palpable. Maricarmen sentía que el miedo la invadía, pero se mantenía firme. Sabía que debía hacer algo, y no iba a retroceder.
Finalmente, Héctor suspiró, y sus hombros se dejaron caer, como si toda su postura de confianza hubiera desaparecido.
—No me hagas esto, Maricarmen —dijo con voz cansada—. No quiero problemas.
Maricarmen no dijo nada más, pero lo miró fijamente, esperando que entendiera. Luego, sacó su celular de su bolsillo y, con la mano temblorosa, marcó el número de la policía. Sabía que estaba haciendo lo correcto, aunque sentía un nudo en el estómago. Mientras esperaba la llamada, miró a Héctor.
—Te voy a denunciar. Esto no es un juego, Héctor. Las personas deben respetar las pertenencias de los demás.
Héctor no dijo nada. Simplemente se giró y comenzó a caminar, desapareciendo entre la multitud de la plaza. Maricarmen observó cómo se alejaba, su corazón todavía latiendo con fuerza, pero al mismo tiempo, sintiendo una extraña paz interior. Había tomado una decisión difícil, pero sabía que era la correcta.
Poco después, la policía llegó y, con la ayuda de Maricarmen, lograron devolver el celular a su legítima dueña. Aunque fue un día difícil para ella, Maricarmen sintió una gran satisfacción al saber que había hecho lo correcto.
Conclusión: Maricarmen aprendió que, aunque a veces nos cueste hacer lo correcto, siempre es importante hacerlo, incluso cuando tenemos miedo. Hacer lo que es justo nos da una sensación de paz que ninguna otra cosa puede ofrecer. En la vida, es fundamental no dejarse intimidar por los demás, y siempre elegir lo que es correcto, aunque eso signifique enfrentarnos a situaciones incómodas o difíciles.
Cuentos cortos que te pueden gustar
El Eco de la Vida: Una Lucha por el Derecho a Existir
Una nueva escuela, un nuevo comienzo
Las Tartas de Manzana de Abuela María
Autor del Cuento
Soy Francisco J., apasionado de las historias y, lo más importante, padre de un pequeño. Durante el emocionante viaje de enseñar a mi hijo a leer, descubrí un pequeño secreto: cuando las historias incluyen a amigos, familiares o lugares conocidos, la magia realmente sucede. La conexión emocional con el cuento motiva a los niños a sumergirse más profundamente en las palabras y a descubrir el maravilloso mundo de la lectura. Saber más de mí.