Había una vez una niña llamada Sofía que vivía en un pequeño pueblo rodeado de árboles y flores. A Sofía le encantaba jugar en el parque, correr entre los árboles y mirar a los pajaritos cantar. Un día, mientras jugaba, se dio cuenta de que había dejado su botella de agua en el suelo. La botella era de plástico, y Sofía, al verla, se quedó pensando.
—¿Qué debo hacer con esta botella? —se preguntó en voz alta.
Sofía sabía que no debía dejar basura tirada en el parque, porque eso podía hacer daño a los animales y a las plantas. Recordó que su mamá siempre le decía que el plástico no debía quedarse en el suelo, porque tardaba mucho en desaparecer y podía hacer que los animalitos se lastimaran o comieran algo que no debían.
Decidida a hacer lo correcto, Sofía recogió la botella y miró a su alrededor. No muy lejos, vio un bote de basura verde que tenía un símbolo especial. Era un símbolo de reciclaje. Su mamá le había explicado que ese símbolo significaba que el plástico, el papel y otros materiales podían tener una segunda vida si los ponías en ese bote.
—¡Claro! —exclamó Sofía—. ¡Debo reciclar la botella!
Con mucho cuidado, caminó hacia el bote de reciclaje y, antes de lanzar la botella dentro, se detuvo por un momento. Cerró los ojos e imaginó lo que podría pasar si no reciclara la botella. Pensó en un pajarito confundido que podría intentar hacer un nido con ella, o en cómo una flor podría crecer más feliz sin basura a su alrededor.
Pero luego imaginó algo aún más especial: si reciclaba la botella, tal vez, ¡se podría convertir en algo nuevo! Quizás en un juguete, una maceta o hasta una botella nueva.
Sofía sonrió y lanzó la botella en el bote de reciclaje.
—¡Misión cumplida! —dijo con orgullo.
Mientras seguía jugando en el parque, escuchó un suave susurro, como si el viento le hablara. Se detuvo por un momento, mirando a su alrededor, y se dio cuenta de que los árboles parecían más verdes, y los pájaros cantaban más alto. Era como si todo el parque estuviera agradecido con ella por cuidar del medio ambiente.
—Gracias, Sofía —dijo una vocecita suave.
Sofía, sorprendida, miró a su alrededor y se dio cuenta de que un pequeño pajarito, que estaba posado en una rama cercana, le estaba hablando.
—¿Fuiste tú? —preguntó Sofía, acercándose despacito.
El pajarito asintió con su cabecita.
—Sí, pequeña Sofía —dijo el pajarito—. Tú nos has ayudado mucho al cuidar el parque y reciclar. A veces, los humanos no piensan en lo importante que es mantener el mundo limpio, pero tú lo hiciste. Gracias a ti, nosotros, los animales, podemos vivir más felices.
Sofía se sintió tan feliz y orgullosa de sí misma. No solo había hecho lo correcto, sino que había aprendido que pequeñas acciones como reciclar podían tener un gran impacto en el mundo que la rodeaba.
—Siempre cuidaré de este parque y de todos los lugares donde juegue —prometió Sofía.
El pajarito cantó una canción alegre, y Sofía, contenta, siguió jugando, sabiendo que cada vez que cuidaba del planeta, hacía nuevos amigos, como los pájaros, los árboles y las flores.
Desde ese día, cada vez que Sofía veía algo que debía ser reciclado, se aseguraba de ponerlo en el lugar correcto. Le contaba a sus amigos sobre la importancia de cuidar el medio ambiente y, juntos, empezaron a hacer pequeñas acciones que marcaban una gran diferencia.
Así, Sofía y sus amigos mantuvieron su parque siempre limpio, convirtiéndose en héroes para la naturaleza y para todos los animalitos que vivían allí.
Fin.
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Autor del Cuento
Soy Francisco J., apasionado de las historias y, lo más importante, padre de un pequeño. Durante el emocionante viaje de enseñar a mi hijo a leer, descubrí un pequeño secreto: cuando las historias incluyen a amigos, familiares o lugares conocidos, la magia realmente sucede. La conexión emocional con el cuento motiva a los niños a sumergirse más profundamente en las palabras y a descubrir el maravilloso mundo de la lectura. Saber más de mí.