Había una vez tres hermanos llamados Pablo, María y Lauren. Vivían en una casa acogedora en las afueras de la ciudad, rodeados de árboles y naturaleza. Los tres hermanos eran muy unidos, siempre jugaban juntos después de la escuela, y una de las cosas que más disfrutaban era pasar el tiempo con su perrito, Max. Max era un cachorro pequeño y juguetón, con un pelaje suave y unas orejas que parecían demasiado grandes para su cuerpo. Siempre corría detrás de los niños, saltando y ladrando alegremente, como si fuera uno más de los hermanos.
Pablo, el mayor de los tres, era responsable y siempre cuidaba de sus hermanos menores. María, la de en medio, era creativa y cariñosa; le gustaba dibujar y escribir cuentos, y a menudo imaginaba aventuras en las que Max era el héroe. Lauren, la más pequeña, era un torbellino de energía, siempre riendo y corriendo de un lado a otro, y Max la seguía a todas partes.
Una tarde, después de regresar de la escuela, los tres hermanos notaron que Max no los estaba esperando en la puerta, como solía hacer. Generalmente, el pequeño perrito saltaba sobre ellos apenas abrían la puerta, moviendo la cola con entusiasmo. Pero ese día, Max no apareció. Pablo fue el primero en darse cuenta.
—¿Dónde está Max? —preguntó, frunciendo el ceño.
—Debe estar durmiendo en algún lugar —respondió María, aunque también comenzó a sentirse un poco preocupada.
Buscaron por toda la casa, llamando a Max, pero no aparecía. Finalmente, lo encontraron acurrucado en su cama, pero algo no estaba bien. Max no levantaba la cabeza ni movía la cola como siempre. Parecía débil, y sus ojitos, normalmente brillantes y vivaces, estaban apagados.
—Max… —susurró Lauren, arrodillándose junto a él y acariciando su pelaje.
—¿Qué le pasa? —preguntó María, con la voz temblorosa.
Pablo, que siempre intentaba mantener la calma, se agachó y examinó al pequeño perrito. Max parecía estar enfermo, respiraba con dificultad, y apenas tenía fuerzas para mover las patas. Algo estaba mal, y los tres hermanos lo sabían.
—Tenemos que llevarlo al veterinario —dijo Pablo, con decisión.
María y Lauren asintieron rápidamente. Estaban asustadas, pero confiaban en su hermano mayor para saber qué hacer. Sin perder tiempo, los tres se pusieron sus chaquetas y envolvieron a Max en una manta para mantenerlo caliente. Mientras caminaban hacia la clínica veterinaria, Lauren sostenía a Max en sus brazos, acariciando su cabeza con delicadeza.
—Va a estar bien, Max. Eres nuestro pequeño valiente —le susurraba Lauren, tratando de no llorar.
Cuando llegaron al veterinario, el doctor los recibió de inmediato al ver la preocupación en sus rostros. Los hermanos explicaron lo que estaba sucediendo, y el veterinario examinó a Max con atención.
—Max está muy débil —dijo el doctor, después de un rato—. Parece que tiene una infección, pero lo trataremos de inmediato. Deberán dejarlo aquí unas horas para que le demos el tratamiento adecuado.
María empezó a llorar en silencio. La idea de dejar a Max solo en el veterinario la ponía muy triste, pero sabía que era lo mejor para él. Pablo, aunque estaba preocupado, puso su brazo alrededor de sus hermanas para consolarlas.
—Max es fuerte, va a superar esto —les dijo con confianza.
Dejaron a Max en la clínica y regresaron a casa, aunque el ambiente era completamente distinto. La casa, que solía estar llena de risas y el sonido de las patitas de Max corriendo por todas partes, ahora se sentía vacía y silenciosa.
Las horas pasaron lentamente, y los tres hermanos apenas podían concentrarse en otra cosa. Cada tanto, uno de ellos miraba hacia la puerta, esperando que el teléfono sonara con buenas noticias. Finalmente, cuando el sol empezaba a ponerse, el teléfono sonó. Pablo atendió con rapidez, y el veterinario les dio noticias alentadoras.
—Max ha respondido bien al tratamiento, pero necesitará reposo y cuidados durante algunos días. Pueden venir a recogerlo —les dijo el doctor.
Los tres hermanos respiraron aliviados. Corrieron de vuelta a la clínica veterinaria, ansiosos por ver a su amigo de cuatro patas. Cuando llegaron, encontraron a Max acurrucado en su cama, un poco más animado, aunque todavía débil.
—¡Max! —exclamó Lauren, abrazando suavemente al pequeño perrito.
Max levantó la cabeza y movió ligeramente la cola, haciendo un esfuerzo por demostrarles que estaba mejor. Los tres hermanos se turnaron para acariciarlo y darle palabras de ánimo, felices de verlo fuera de peligro.
—Tienes que descansar, Max —dijo María, acariciando su suave pelaje—. Nosotros te cuidaremos.
Y así lo hicieron. Durante los siguientes días, los tres hermanos se turnaron para cuidar a Max. Le daban su medicina, lo mantenían calentito en su cama y, aunque extrañaban jugar con él en el jardín, sabían que lo más importante era que se recuperara.
Cada noche, Lauren le contaba a Max historias inventadas, en las que él era el héroe que salvaba a sus amigos de grandes peligros. Pablo le preparaba su comida especial con mucho cuidado, y María pasaba horas junto a él, dibujando mientras lo vigilaba para asegurarse de que estaba cómodo.
Los días pasaron, y poco a poco, Max fue recuperando su energía. Empezó a levantarse de su cama y a caminar despacio por la casa. Los hermanos lo animaban, aplaudiendo cada pequeño avance que hacía.
Finalmente, una mañana, Max volvió a hacer algo que los tres habían estado esperando con ansias: corrió hacia la puerta para recibirlos cuando regresaron de la escuela, moviendo la cola y ladrando con alegría, tal como solía hacer antes de enfermarse.
—¡Max está de vuelta! —exclamó Lauren, riendo mientras Max saltaba a su alrededor.
Los tres hermanos se abrazaron con alegría, sabiendo que su perrito había superado su enfermedad gracias a su amor y dedicación.
Desde ese día, valoraron aún más el tiempo que pasaban con Max. Sabían que, aunque él era pequeño y frágil, tenía un corazón fuerte y valiente. Y también comprendieron lo importante que era cuidarse unos a otros, tanto en los momentos felices como en los difíciles.
El pequeño Max, con su energía renovada, siguió acompañándolos en sus aventuras diarias. Corría con ellos por el jardín, los seguía mientras montaban en bicicleta, y siempre estaba listo para recibirlos con una gran bienvenida cada vez que llegaban a casa.
Y así, la vida en la casa de los tres hermanos y su pequeño valiente Max continuó llena de amor, aventuras y muchas, muchas risas.
Y colorín colorado, este cuento se ha terminado.
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Autor del Cuento
Soy Francisco J., apasionado de las historias y, lo más importante, padre de un pequeño. Durante el emocionante viaje de enseñar a mi hijo a leer, descubrí un pequeño secreto: cuando las historias incluyen a amigos, familiares o lugares conocidos, la magia realmente sucede. La conexión emocional con el cuento motiva a los niños a sumergirse más profundamente en las palabras y a descubrir el maravilloso mundo de la lectura. Saber más de mí.