Había una vez, en un reino muy lejano, dos hermanas llamadas Milagros y María que vivían al borde de un bosque misterioso. Milagros, la mayor, era dulce y cuidadosa, siempre pendiente de su hermana menor, María, quien, a pesar de ser la pequeña, tenía un espíritu aventurero y decidido que la hacía tomar la iniciativa en todas sus travesuras.
Las dos compartían una característica muy especial: sus largos cabellos castaños oscuro, siempre trenzados con delicadeza por su abuela, quien les contaba historias de hadas y magia cada noche antes de dormir. Estas historias despertaban en Milagros y María el deseo de vivir sus propias aventuras mágicas.
Un día soleado, mientras jugaban cerca del límite del bosque, una mariposa de colores brillantes y alas que parecían hechas de purpurina se posó en la nariz de María. La pequeña, emocionada, supo de inmediato que esta no era una mariposa común; era un ser mágico que las invitaba a seguirle. María, con su curiosidad desbordante, cogió de la mano a Milagros y ambas siguieron a la mariposa, adentrándose en el corazón del bosque.
A medida que avanzaban, el bosque parecía cobrar vida. Los árboles susurraban entre sí, moviendo sus hojas al compás de una melodía silenciosa. Pequeñas luces, como luciérnagas en pleno día, bailaban alrededor de las hermanas, guiándolas por un sendero escondido entre la espesura.
Pronto, llegaron a un claro donde el sol bañaba un antiguo roble, cuyas raíces se entrelazaban formando un pequeño trono natural. Sentada allí, había una anciana de aspecto amable, con ropas que brillaban con luz propia y un bastón tallado con símbolos antiguos. Era la Guardiana del Bosque, protectora de todos sus seres mágicos.
La Guardiana, con voz suave pero firme, les explicó a las hermanas que el bosque estaba en peligro. Un hechizo oscuro amenazaba con robar toda su magia, dejándolo sin vida. Sin embargo, había una esperanza: Milagros y María, con su vínculo inquebrantable y corazones puros, eran las elegidas para salvar el Bosque de los Sueños Encantados.
Para romper el hechizo, debían encontrar tres objetos mágicos escondidos en el bosque: el Cristal del Amanecer, la Pluma de Fénix y la Semilla de la Luna. Cada objeto estaba protegido por pruebas que solo podrían superar con valentía, inteligencia y, sobre todo, el amor que se tenían la una a la otra.
Las hermanas, decididas a salvar el bosque, aceptaron el desafío. La primera prueba las llevó a la Cueva de los Ecos, donde el Cristal del Amanecer brillaba en lo alto de una columna de piedra. Para alcanzarlo, Milagros y María tuvieron que cruzar un puente hecho de palabras. Solo diciendo verdades podían hacer que el puente se solidificara bajo sus pies. Con cada paso, compartieron recuerdos, sueños y miedos, fortaleciendo su lazo y cruzando con éxito hacia el cristal.
La siguiente prueba las condujo al Lago de las Llamas, hogar de un antiguo Fénix. Aquí, debían ganarse la confianza de la criatura para recibir una de sus plumas. María, con su valor, se acercó al Fénix y le contó sobre su misión. Conmovido por su determinación, el Fénix les entregó una pluma, no sin antes enseñarles el poder de renacer de las cenizas y la importancia de no perder nunca la esperanza.
La última prueba las esperaba en el Jardín de Noche Eterna, donde la Semilla de la Luna descansaba bajo un manto de estrellas perpetuas. Para llegar a ella, las hermanas debían atravesar un laberinto que cambiaba de forma con cada paso. Este desafío puso a prueba su paciencia y su capacidad de trabajar juntas, guiándose mutuamente con palabras de aliento y confiando en su instinto. La oscuridad del jardín no era rival para la luz que emanaba de su unión, iluminando el camino hacia la semilla.
Con los tres objetos mágicos en su poder, Milagros y María regresaron al claro donde las esperaba la Guardiana del Bosque. La anciana les enseñó cómo utilizar los objetos para tejer un encantamiento que dispersaría las sombras y restauraría la magia del bosque. Juntas, alzaron los objetos hacia el cielo, y mientras recitaban las palabras mágicas, un resplandor dorado envolvió el bosque.
Las raíces del viejo roble se iluminaron, extendiendo su luz por todo el bosque, tocando cada árbol, cada flor, cada ser que habitaba en él. El hechizo oscuro se disipó como niebla ante el sol, y la vida volvió a florecer con más fuerza que nunca. Las hermanas habían salvado el Bosque de los Sueños Encantados.
La Guardiana, con lágrimas de alegría en sus ojos, agradeció a Milagros y María. Les reveló que no solo habían salvado el bosque, sino que también habían fortalecido el vínculo entre ellas, demostrando que juntas podían superar cualquier obstáculo. Como muestra de gratitud, les otorgó un pequeño colgante en forma de hoja, que les permitiría visitar el bosque mágico cuando quisieran y recordar siempre su aventura.
Al volver a casa, las hermanas se prometieron mantener vivo el recuerdo de su viaje y los valores que habían aprendido: el valor de la verdad, la esperanza, la paciencia y, sobre todo, el poder del amor. La mariposa de colores brillantes, que había sido la primera en guiarlas al bosque, revoloteó a su alrededor, como despidiéndose, y luego desapareció en el crepúsculo.
Los años pasaron, y Milagros y María crecieron, pero nunca olvidaron su aventura en el Bosque de los Sueños Encantados. Contaron la historia a todos los niños del pueblo, enseñándoles a creer en la magia, en la bondad y en el poder de un corazón valiente. Y aunque muchos creyeron que era solo un cuento de hadas, aquellos que miraban de cerca podían ver el colgante en forma de hoja que las hermanas siempre llevaban consigo, un símbolo de su coraje, su amor y la verdad de su historia.
Fin.
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Autor del Cuento
Soy Francisco J., apasionado de las historias y, lo más importante, padre de un pequeño. Durante el emocionante viaje de enseñar a mi hijo a leer, descubrí un pequeño secreto: cuando las historias incluyen a amigos, familiares o lugares conocidos, la magia realmente sucede. La conexión emocional con el cuento motiva a los niños a sumergirse más profundamente en las palabras y a descubrir el maravilloso mundo de la lectura. Saber más de mí.