Anto se encontraba bajo un gran árbol de cerezos en flor, observando el cielo azul mientras las hojas caían suavemente alrededor de ella. En su mente, solo había un nombre: Eli. Desde hacía tiempo, Anto había estado enamorada de él. Eli era amable, generoso y siempre tenía una sonrisa que iluminaba cualquier lugar. Sin embargo, las cosas no eran tan simples. Otra chica, Kiara, también estaba interesada en Eli, y no dudaba en usar todos los trucos posibles para captar su atención. Por si fuera poco, Enzo, un chico de una familia adinerada, había comenzado a mostrar interés en Anto, lo que complicaba aún más la situación.
Una tarde, mientras Anto pensaba en cómo acercarse a Eli, un pequeño destello apareció frente a ella. Parpadeó varias veces antes de darse cuenta de que un diminuto ser, con una corona en la cabeza y un pequeño instrumento musical en las manos, flotaba frente a su nariz.
—¡Hola, humana! —dijo la criatura con una sonrisa traviesa—. Soy Mirmo, y he venido para ayudarte con tus deseos.
Anto se quedó boquiabierta. El ser se presentó como un «muglox», una especie de hada mágica cuya misión era ayudar a los humanos a cumplir sus más profundos deseos. Mirmo era un príncipe en su reino, y aceptaba quedarse con Anto con la condición de que le ofreciera chocolates de vez en cuando.
—¿Vas a ayudarme a que Eli se fije en mí? —preguntó Anto, llena de esperanza.
Mirmo asintió, tocando su pequeño instrumento musical, del cual comenzaron a surgir notas mágicas que llenaron el aire. —¡Por supuesto! Aunque no será tan fácil como piensas. Hay otros muglox involucrados en esta historia, y cada uno tiene su propio plan.
Anto no tardó en descubrir a los otros muglox. Eli tenía a su propio compañero: Rima, la prometida de Mirmo en su mundo. Rima no estaba contenta con el hecho de que Mirmo estuviera en la Tierra, y aún menos con la idea de que ayudara a Anto a acercarse a Eli. Rima también podía tocar un instrumento mágico, y cada vez que lo hacía, interfería con los planes de Mirmo. Las cosas no se quedaban ahí. Kiara, decidida a ganar el corazón de Eli, tenía a su propio muglox: Jacky, un ninja que siempre intentaba sabotear a Mirmo, aprovechando cada oportunidad para molestar a su eterno rival. Jacky usaba técnicas furtivas y lanzaba estrellas ninja hechas de notas musicales para interrumpir los conjuros de Mirmo. Y, como si eso fuera poco, Enzo también tenía un muglox: Murumo, el hermano pequeño de Mirmo. Murumo era travieso y le encantaba jugar con los sentimientos de los humanos, ayudando a Enzo a acercarse a Anto, aunque no siempre de la mejor manera.
Cada día, los muglox trataban de cumplir los deseos de sus respectivos humanos, lo que solo causaba más caos. Mirmo intentaba hacer que Anto y Eli pasaran más tiempo juntos, pero Rima siempre interfería, creando situaciones embarazosas para Anto. Jacky, por su parte, se dedicaba a lanzar trampas invisibles para que Mirmo fallara en sus hechizos, mientras que Murumo complicaba todo aún más ayudando a Enzo a acercarse a Anto con sus trucos mágicos.
Un día, cansada de las constantes interferencias, Anto decidió que era hora de hablar con Eli directamente. No podía depender siempre de la magia de Mirmo. Sin embargo, justo cuando estaba a punto de acercarse a él en el patio de la escuela, Rima hizo sonar su flauta mágica. De repente, una ráfaga de viento barrió el lugar, levantando las hojas del suelo y provocando que Anto tropezara y cayera justo frente a Eli.
—¡Oh, lo siento! —exclamó Anto, con el rostro rojo de vergüenza.
Eli, siempre amable, la ayudó a levantarse con una sonrisa. —No te preocupes. ¿Estás bien?
Anto asintió, pero la frustración la invadía. Mirmo apareció junto a ella, disculpándose por no haber previsto la jugada de Rima.
—Este es un desastre —dijo Anto, suspirando—. Cada vez que intento acercarme a Eli, algo sale mal. No sé si seguir con esto.
Mirmo, aunque travieso, la miró con sinceridad. —El amor no es algo que puedas forzar con magia, Anto. Podemos intentarlo todo, pero al final, los sentimientos deben ser genuinos.
Anto lo sabía en el fondo, pero las cosas no eran tan fáciles. Mientras tanto, Enzo continuaba intentando impresionarla, a menudo con la ayuda de Murumo. A pesar de su comportamiento molesto, Enzo no era mala persona, y Anto comenzaba a sentirse dividida entre sus sentimientos por Eli y la atención que Enzo le dedicaba.
El conflicto entre los muglox no hacía más que intensificarse. Una noche, durante una celebración en la ciudad, todos los muglox decidieron que era el momento de una confrontación directa. Mirmo y Rima tocaban sus instrumentos mágicos, desatando ondas de energía en el aire, mientras Jacky lanzaba sus notas ninja para confundir a Mirmo. Murumo, por su parte, simplemente observaba desde un rincón, divertido por todo el caos.
La pelea entre los muglox solo empeoraba la situación para sus humanos. Anto y Eli parecían cada vez más distantes debido a las constantes interferencias, mientras que Kiara intentaba ganar puntos con Eli a través de pequeños trucos sucios que Jacky le enseñaba.
En un momento de desesperación, Anto decidió que debía tomar el control de la situación. Sabía que no podía seguir dependiendo de la magia de Mirmo para resolver su vida. Durante una tarde tranquila, se reunió con Mirmo bajo el mismo cerezo donde lo había conocido por primera vez.
—Mirmo, agradezco toda tu ayuda, pero creo que es momento de que yo enfrente esta situación por mi cuenta.
El pequeño muglox, sorprendido, dejó de tocar su instrumento y la miró con respeto. —¿Estás segura? Todavía puedo hacer algo más de magia para ayudarte.
Anto negó con la cabeza, sonriendo. —No. Creo que he aprendido que, aunque la magia puede ser útil, hay cosas que debo hacer por mí misma. No puedo obligar a Eli a sentir algo por mí, y no puedo huir de Enzo para siempre. Debo ser sincera y hablar con ellos directamente.
Mirmo asintió, comprendiendo finalmente lo que Anto quería. —Está bien, Anto. Pero recuerda, siempre estaré aquí para ti, aunque no uses mi magia.
Anto se despidió de Mirmo y decidió poner en marcha su plan. Primero, habló con Enzo. Le explicó que, aunque apreciaba su atención, sus sentimientos por él no eran los mismos que los que él tenía por ella. Fue honesta, pero amable, y Enzo lo aceptó con madurez, aunque Murumo parecía decepcionado por no poder seguir jugando.
Luego, Anto se acercó a Eli. Esta vez, sin accidentes mágicos ni interferencias de muglox. Le dijo cómo se sentía de manera clara y directa. Eli, sorprendido por la sinceridad de Anto, le explicó que también había estado confundido por los extraños eventos recientes, pero que la apreciaba mucho. Decidieron empezar como amigos y ver qué sucedía a partir de ahí, sin presiones ni magia de por medio.
Kiara, al ver que sus trucos sucios no habían funcionado, se alejó lentamente, aceptando que tal vez había intentado forzar algo que no debía ser.
Al final, los muglox se reunieron en su propio mundo, contentos de haber ayudado en parte, pero también sabiendo que los humanos tienen su propio camino que recorrer. Mirmo, aunque siempre dispuesto a hacer travesuras, aprendió que la magia más poderosa no era la que él podía conjurar con su instrumento, sino la que nacía de los propios corazones de los humanos.
Conclusión:
Los deseos pueden ser complicados, pero forzar a que se cumplan mediante trucos o magia rara vez lleva a una verdadera satisfacción. A veces, lo más importante es ser honesto con uno mismo y con los demás. Al final, las relaciones y los sentimientos deben nacer de la sinceridad, no de la manipulación o los deseos forzados.
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Autor del Cuento
Soy Francisco J., apasionado de las historias y, lo más importante, padre de un pequeño. Durante el emocionante viaje de enseñar a mi hijo a leer, descubrí un pequeño secreto: cuando las historias incluyen a amigos, familiares o lugares conocidos, la magia realmente sucede. La conexión emocional con el cuento motiva a los niños a sumergirse más profundamente en las palabras y a descubrir el maravilloso mundo de la lectura. Saber más de mí.