En el corazón de un bosque mágico donde los árboles susurraban secretos antiguos y las flores bailaban al ritmo del viento, vivían dos amigas inusuales, Belén y Bruna. Belén, una adolescente amante del metal y con habilidades para casi todo, encontraba en la tranquilidad del bosque un refugio para sus pensamientos. Bruna, por su parte, era la personificación de la distracción, con su cabello rojo corto siempre despeinado y una tendencia a meterse en problemas sin siquiera intentarlo.
Un día, Belén decidió que era hora de emprender una nueva aventura, y para ello, necesitaba la ayuda de Bruna. Habían oído rumores sobre un antiguo reloj escondido en lo profundo del bosque que podía alterar el tiempo, y Belén, siempre curiosa, quería descubrirlo y estudiar su mecanismo.
«¿Estás segura de esto, Belén? Este mapa parece estar al revés», murmuró Bruna, mientras miraba el pergamino que parecía más un garabato que una guía.
«Confía en mí, solo sigue mis instrucciones y llegaremos en menos de lo que canta un cuervo», aseguró Belén con una sonrisa, cargando su mochila llena de herramientas que podrían necesitar.
Las dos amigas se adentraron en el bosque, siguiendo un camino adornado con piedras luminosas que parecían guiarlas. A medida que avanzaban, los sonidos del bosque se hacían más intensos: pájaros cantores, el crujir de las hojas bajo sus pies, y el ocasional roce de algún animal curioso que se escondía tras los arbustos.
Después de varias horas, y un par de equivocaciones por seguir el mapa al revés, Bruna tropezó con una raíz y cayó frente a una enorme puerta de piedra cubierta de musgo. «¡Belén, lo encontré! Bueno, creo que me encontró», exclamó Bruna, levantándose y sacudiendo las hojas de su vestido.
Belén examinó la puerta, sus ojos brillaban con emoción. «Este es el lugar, ¡vamos a ver ese reloj!» Dicho esto, sacó un pequeño dispositivo de su mochila y comenzó a trabajar en abrir la cerradura antigua.
Mientras Belén trabajaba, Bruna miraba distraídamente a su alrededor. Sin darse cuenta, tocó un arbusto que resultó ser la cola de un zorro mágico. El zorro, sorprendido pero no hostil, saltó y se transformó en un anciano de aspecto sabio. «¿Qué hacen jóvenes tan lejos del camino marcado?», preguntó con una voz que parecía un susurro del viento.
Belén, sin dejar su tarea, respondió: «Estamos aquí por el reloj que puede alterar el tiempo. Queremos verlo y aprender de él.»
El anciano asintió y, con un gesto de su mano, la pesada puerta se abrió sin esfuerzo. «El reloj les enseñará más de lo que buscan aprender», advirtió mientras desaparecía tan misteriosamente como había aparecido.
Dentro de la cámara, encontraron el reloj colgado en la pared, su tic-tac resonaba en el silencio como un latido poderoso. Belén se acercó y, con sumo cuidado, comenzó a estudiarlo, mientras Bruna, aún confundida por el encuentro con el zorro, decidía que tal vez algunos misterios eran mejor dejarlos sin resolver.
El tiempo parecía detenerse mientras exploraban el reloj, y aunque no alteraron el tiempo ese día, ambas aprendieron algo invaluable sobre la amistad, la curiosidad y los límites de la aventura. Al volver al pueblo, llevaban consigo no solo historias, sino también un renovado respeto por los secretos del bosque.
Y así, entre risas y pasos cautelosos, Belén y Bruna continuaron su camino, siempre listas para la próxima desventura que, sin duda, no tardaría en encontrarlas.
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Autor del Cuento
Soy Francisco J., apasionado de las historias y, lo más importante, padre de un pequeño. Durante el emocionante viaje de enseñar a mi hijo a leer, descubrí un pequeño secreto: cuando las historias incluyen a amigos, familiares o lugares conocidos, la magia realmente sucede. La conexión emocional con el cuento motiva a los niños a sumergirse más profundamente en las palabras y a descubrir el maravilloso mundo de la lectura. Saber más de mí.