Cuentos de Humor

Los Ratones Aventureros y la Portera Lula

Lectura para 10 años

Tiempo de lectura: 4 minutos

Español

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Había una vez, en una escuela pequeña y bulliciosa, tres ratoncitos llamados Tobías, Eduardo y Diego. Eran amigos inseparables, pero había un pequeño problema: no les gustaba estudiar. En lugar de leer libros o hacer tareas, preferían una actividad mucho más sabrosa: ¡comer las hojas de los libros de la biblioteca! Cada día, después de que los estudiantes se iban a casa, los tres ratones se aventuraban en la biblioteca, donde los libros eran su buffet.

Tobías era el más pequeño de los tres, un ratón marrón con grandes orejas y unas gafas que siempre se deslizaban por su nariz. Era el más tímido, pero también el más astuto. Eduardo, un ratón un poco más gordito, siempre tenía una sonrisa traviesa en su rostro. Era el más divertido y le encantaba hacer reír a sus amigos con sus ocurrencias. Diego, el más aventurero del grupo, llevaba una pequeña mochila en la que guardaba todas las migajas que encontraba. Siempre estaba listo para la próxima aventura.

Una tarde, mientras los rayos del sol se desvanecían y la biblioteca se llenaba de sombras, los tres ratones decidieron que era el momento perfecto para una gran comilona. Habían descubierto un libro viejo, con hojas crujientes y deliciosas, y no podían resistirse. Se subieron a uno de los estantes más altos, donde la luz apenas llegaba. Sin darse cuenta, se quedaron dormidos sobre las suaves páginas del libro, con la pancita llena y los sueños felices.

Cuando la escuela se cerró y el silencio reinaba, la portera Lula, una mujer mayor y bastante seria, entró a limpiar. Era conocida por ser un poco gruñona y siempre estaba lista para asustar a los ratones. Mientras movía su escoba por la biblioteca, algo llamó su atención: “¿Qué es eso ahí arriba?”, murmuró. Mirando hacia arriba, vio a los tres ratones dormidos en el estante.

Lula se asustó y luego se enojó. “¡Ratones en la biblioteca! ¡No lo puedo creer!”, gritó, empuñando su escoba como si fuera una espada. Tobías, Eduardo y Diego se despertaron de repente, confundidos y asustados. “¡Es la portera!”, chilló Diego. “¡Salgan corriendo!”, ordenó Tobías.

Los tres ratones saltaron de su escondite y comenzaron a correr por el estante, con Lula persiguiéndolos furiosa. “¡No escapen, pequeños ladrones!”, gritaba Lula, mientras agitaba su escoba. La biblioteca se llenó de risas y gritos, mientras los ratones intentaban esquivar los ataques de la escoba.

Tobías, siendo el más ágil, encontró una pequeña abertura entre los libros. “¡Por aquí!”, gritó. Los tres ratones se metieron en la abertura y comenzaron a deslizarse por el pasillo. Lula se detuvo un momento, confundida, y miró a su alrededor. “¡No puedo dejar que se escapen!”, dijo con determinación.

Los ratones se apresuraron, y al salir de la abertura, se encontraron en una sección de la biblioteca que nunca habían visto antes. Estaba llena de libros viejos, cubiertos de polvo y telarañas. “¡Esto es raro!”, dijo Eduardo, mirando a su alrededor. “No sé si deberíamos estar aquí”.

“¡Es nuestra única oportunidad de escondernos!”, dijo Diego, tratando de calmar a sus amigos. Mientras buscaban un lugar seguro, escucharon a Lula acercándose. “¡No hay donde esconderse, pequeños ratones!”, gritó, mientras seguía buscando.

Entonces, Tobías tuvo una idea brillante. “¡Escondámonos detrás de ese libro gigante!”, sugirió. Los tres ratones corrieron hacia el libro más grande que encontraron y se deslizaron detrás de él. Lula llegó justo cuando se escondían. “Sé que están por aquí, pequeños. Salgan y enfrenten su destino”, dijo, sacudiendo la escoba con fuerza.

Los ratones estaban en silencio, conteniendo la respiración. Al ver que Lula se acercaba, Eduardo tuvo otra idea. “Voy a hacer un ruido para distraerla”, susurró. “Cuando lo haga, corran”. Con un pequeño empujón, Eduardo golpeó un libro que cayó al suelo, haciendo un gran ruido. “¡Ay, eso dolió!”, exclamó en voz baja, mientras los otros dos se reían.

Lula se giró rápidamente hacia el sonido. “¿Qué fue eso?” dijo, mirando a su alrededor. Los ratones aprovecharon la confusión y corrieron hacia la estantería más cercana. “¡Rápido, por aquí!”, gritó Tobías.

Los ratones corrieron por entre las estanterías, moviéndose rápidamente de un lado a otro. “No puede atraparnos”, se decía a sí mismos. Sin embargo, sabían que Lula era persistente y no se rendiría fácilmente. “¡No la dejen atraparnos, chicos!”, gritó Diego, mientras saltaba por encima de una pila de libros.

Finalmente, encontraron un pequeño agujero en la pared que llevaba al exterior. “¡Por aquí!”, gritó Tobías. Los tres ratones se deslizaron rápidamente por el agujero, justo cuando Lula giró la esquina con su escoba. “¡No puedo creer que se escapen!”, gritó frustrada.

Una vez afuera, los ratones se encontraron en el patio de la escuela. Se sintieron aliviados y felices de haber escapado. “¡Lo logramos!”, exclamó Eduardo. “¡Nos escapamos de la portera!”.

Pero entonces, se dieron cuenta de que estaban en un lugar desconocido. El patio estaba vacío, y no había nadie alrededor. “¿Dónde estamos?”, preguntó Matías, mirando a su alrededor. “No lo sé”, respondió Tobías, “pero tenemos que encontrar un lugar seguro”.

Decidieron explorar el patio y se dirigieron hacia un gran árbol que se alzaba en el centro. Era un árbol frondoso, con ramas que se extendían en todas direcciones. “Podemos escondernos allí”, sugirió Diego. “Es un lugar perfecto”.

Al llegar al árbol, notaron que había una pequeña cueva en la base. “¿Qué hay en esa cueva?”, se preguntó Tobías. “Vamos a averiguarlo”, dijo Eduardo, aventurándose primero. Entraron cautelosamente en la cueva y, para su sorpresa, encontraron un lugar acogedor. Las paredes estaban cubiertas de hojas secas, y había un suave olor a hierba.

“Este es un gran escondite”, dijo Diego, mientras se acomodaban dentro. “Podemos quedarnos aquí hasta que Lula se vaya”. Los tres ratones se sintieron aliviados y comenzaron a contar historias sobre sus aventuras mientras esperaban.

Después de un rato, comenzaron a escuchar risas y voces. “¿Qué es eso?”, preguntó Tobías, asomando la cabeza fuera de la cueva. Vieron a un grupo de niños jugando en el patio. “¡Mira! Hay niños. Ellos pueden ayudarnos”, dijo.

Los ratones decidieron salir de la cueva y acercarse a los niños. “Hola, pequeños amigos”, dijo uno de los niños al ver a los ratones. “¿Están perdidos?”. “Sí”, respondió Eduardo. “Nos estamos escondiendo de la portera”.

Los niños se rieron y uno de ellos dijo: “No se preocupen, nosotros podemos ayudarles. No dejen que Lula los atrape”. Con la ayuda de los niños, los ratones comenzaron a jugar y a divertirse, olvidando por un momento sus preocupaciones.

Mientras jugaban, Lula apareció en la entrada del patio. “¡Niños! ¡Ratones! ¡No pueden estar aquí!” gritó, mientras los niños intentaban esconder a los ratones detrás de su ropa. “¿Dónde están esos pequeños traviesos?”.

Los ratones, aunque un poco asustados, no podían evitar reírse. “¡Miren, están tratando de protegernos!”, dijo Diego mientras se asomaba por la camiseta de un niño. “Esto es muy divertido”.

Finalmente, Lula se dio cuenta de que no había manera de atraparlos sin asustar a los niños. “Está bien, está bien”, dijo, alzando las manos en señal de rendición. “Pero los ratones no pueden estar en la escuela. Necesito que salgan de aquí”.

Los niños, viendo que Lula estaba un poco más tranquila, decidieron ayudar a los ratones. “No se preocupen, les ayudaremos a salir del patio”, dijeron, llevando a los ratones hacia la salida.

Tobías, Eduardo y Diego se sintieron agradecidos. “¡Gracias, amigos!”, dijeron mientras los niños los llevaban hacia la salida. Una vez afuera, los ratones dieron un pequeño salto de alegría. “¡Libres al fin!”, exclamó Eduardo.

Los tres ratones sabían que tendrían que tener cuidado en el futuro. Decidieron que, aunque la biblioteca era un lugar maravilloso, también debían encontrar otros lugares donde jugar y explorar sin ser atrapados. Así que, en lugar de volver a la biblioteca, se dirigieron al bosque cercano, donde las aventuras estaban esperándolos.

Desde ese día, los ratones se hicieron amigos de los niños del pueblo y encontraron muchos lugares divertidos donde jugar. Aprendieron que, a veces, la aventura puede llevarte a situaciones inesperadas, pero siempre hay amigos dispuestos a ayudarte.

Y así, Tobías, Eduardo y Diego continuaron sus travesuras, haciendo reír a todos con sus travesuras y recordando siempre la divertida y emocionante vez que escaparon de Lula, la portera de la escuela.

Fin.

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Soy Francisco J., apasionado de las historias y, lo más importante, padre de un pequeño. Durante el emocionante viaje de enseñar a mi hijo a leer, descubrí un pequeño secreto: cuando las historias incluyen a amigos, familiares o lugares conocidos, la magia realmente sucede. La conexión emocional con el cuento motiva a los niños a sumergirse más profundamente en las palabras y a descubrir el maravilloso mundo de la lectura. Saber más de mí.

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