En un pequeño pueblo rodeado de densos bosques, vivía una bruja llamada Eloísa. Ella no era como las brujas que cuentan en las historias; en realidad, Eloísa era muy amable y solo usaba su magia para ayudar a los demás. Sin embargo, la gente del pueblo no entendía su bondad y siempre la miraba con desconfianza. La bruja pasaba sus días preparando pociones, recolectando hierbas y cuidando de su jardín mágico, donde crecían flores que brillaban en la oscuridad.
Una noche, mientras la luna llena iluminaba el cielo, Eloísa decidió salir a recolectar algunas hierbas especiales que solo florecían en esa noche mágica. Con su sombrero puntiagudo y su capa negra ondeando, se adentró en el bosque. El aire era fresco y el sonido de las hojas susurrantes la acompañaba. De repente, notó que la atmósfera se tornaba extraña. Un escalofrío recorrió su espalda y, en la penumbra, escuchó un susurro que la llamaba.
“Eloísa”, decía una voz tenue, como un eco lejano. Intrigada, siguió el sonido hasta que llegó a un claro iluminado por la luz de la luna. Allí, frente a ella, apareció un espectro envuelto en una niebla suave: era un mago fantasma. Su rostro era amable, pero sus ojos reflejaban una tristeza profunda.
“¿Quién eres?” preguntó Eloísa, sin temor. “¿Por qué me llamas?”
“Soy el Mago Samuel”, respondió la figura etérea. “He estado atrapado en este bosque durante siglos. Una maldición me condenó a vagar entre el mundo de los vivos y los muertos. He visto cómo te miran los aldeanos, y me gustaría ayudarte”.
Eloísa, conmovida por su historia, decidió escuchar. “¿Cómo puedo ayudarte, querido Samuel? No puedo soportar ver a alguien sufrir, sea quien sea”.
“Para romper mi maldición, debo encontrar un objeto especial que se encuentra en las profundidades del bosque, custodiado por un monstruo temible. Necesito tu magia para derrotar a esa criatura”, explicó el mago.
Eloísa se sintió emocionada y asustada a la vez. Sabía que este sería un gran desafío, pero también comprendía que ayudar a Samuel significaría liberar su espíritu y devolverle la paz. “¡Voy contigo!”, exclamó con determinación.
Juntos, comenzaron a caminar hacia el corazón del bosque. A medida que se adentraban, la oscuridad se hacía más densa y el aire más frío. Eloísa utilizaba su varita para iluminar el camino, mientras Samuel la guiaba con su suave voz.
“Debemos llegar al Lago de la Oscuridad”, dijo el mago. “Ahí es donde el monstruo guarda el objeto que busco”.
Finalmente, después de lo que pareció una eternidad, llegaron al Lago de la Oscuridad. El agua era tan negra como la noche, y en el centro flotaba una esfera de luz brillante. Sin embargo, no estaban solos. Desde las profundidades del lago, un enorme monstruo surgió. Tenía escamas negras y ojos rojos que resplandecían como brasas.
Eloísa sintió que el miedo la invadía, pero recordó que tenía magia. Con su varita, conjuró un hechizo de protección alrededor de ellos. “No temas, Samuel”, le dijo, “juntos podemos enfrentarlo”.
El monstruo, furioso por la intrusión, se lanzó hacia ellos. Eloísa, con el corazón latiendo fuertemente, levantó su varita y gritó: “¡Luz de la luna, brilla en la oscuridad, protege a quienes tienen bondad en su corazón!” Una ráfaga de luz se disparó de su varita, iluminando el lago y deslumbrando al monstruo.
El monstruo retrocedió, confundido por la luz. Aprovechando la oportunidad, Samuel se acercó a la esfera brillante en el agua. “¡Ahora, Eloísa, ayúdame!”, gritó. Con su magia, Eloísa creó un puente de luz que permitió a Samuel llegar hasta la esfera.
El monstruo, recuperándose, trató de atacar, pero la luz de Eloísa lo mantenía a raya. Samuel tomó la esfera, que brillaba intensamente, y al instante, una energía mágica se desató. “¡He encontrado el objeto! ¡La maldición se romperá!” exclamó.
Con la esfera en sus manos, Samuel se volvió hacia Eloísa. “Gracias, valiente bruja. Ahora, por fin, puedo liberarme”. Comenzó a recitar un hechizo antiguo, y mientras lo hacía, la esfera comenzó a emitir una luz resplandeciente. Eloísa sintió que una energía cálida la envolvía.
De repente, el monstruo, furioso y confundido, se lanzó hacia ellos una vez más. Pero esta vez, el poder de la esfera era demasiado grande. Una explosión de luz emanó de ella, y el monstruo gritó antes de ser absorbido por la oscuridad del lago.
“Lo hemos logrado”, dijo Eloísa, respirando aliviada. Samuel, con una sonrisa de gratitud, empezó a desvanecerse en la luz. “Siempre estaré en deuda contigo, Eloísa. Eres una bruja valiente y de buen corazón”.
“¡Espera! ¿Qué pasará contigo?” preguntó Eloísa, con preocupación.
“Ahora puedo descansar en paz. Recuerda, la bondad y la valentía siempre vencerán sobre el miedo y la oscuridad”, respondió el mago antes de desaparecer por completo, dejando solo la esfera brillando en el lago.
Eloísa, con lágrimas en los ojos, se sintió feliz por haber ayudado a alguien en su sufrimiento. La bruja recogió la esfera, que seguía brillando intensamente, y la llevó de regreso al pueblo. Cuando llegó, los aldeanos la miraron con sorpresa. “Eloísa, ¿dónde has estado?”.
“¡He tenido una gran aventura!”, respondió ella, sonriendo. “Y he aprendido que la verdadera magia proviene de ayudar a los demás y enfrentar nuestros miedos”.
Desde ese día, la bruja fue vista de manera diferente por los aldeanos. Comenzaron a comprender que su magia no era algo de lo que debían temer, sino una herramienta para hacer el bien. Eloísa se convirtió en una amiga del pueblo, y su jardín mágico floreció más que nunca, iluminando la vida de todos a su alrededor.
Y así, cada luna llena, Eloísa miraba al cielo y sonreía, recordando la noche en que liberó a un alma perdida y descubrió el verdadero poder de la bondad.
Fin.
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Autor del Cuento
Soy Francisco J., apasionado de las historias y, lo más importante, padre de un pequeño. Durante el emocionante viaje de enseñar a mi hijo a leer, descubrí un pequeño secreto: cuando las historias incluyen a amigos, familiares o lugares conocidos, la magia realmente sucede. La conexión emocional con el cuento motiva a los niños a sumergirse más profundamente en las palabras y a descubrir el maravilloso mundo de la lectura. Saber más de mí.