Era una noche oscura cuando Edgar se despertó en medio de la calle, desorientado y con un dolor agudo en su brazo. Al mirar hacia abajo, notó algo extraño: su antebrazo derecho no estaba. No sabía cómo había llegado allí, ni qué había pasado, pero lo que más lo aterraba era la criatura que veía frente a él, un ser oscuro y retorcido que se acercaba lentamente. Sus ojos brillaban en la penumbra y, en sus garras, sostenía lo que parecía ser su propio brazo.
Edgar no podía moverse. El miedo lo tenía paralizado, pero dentro de él, algo despertaba. El demonio, aquella figura sin forma definida, estaba masticando lentamente su carne, mientras lo observaba con una sonrisa siniestra. Edgar, sin entender por qué, sintió que algo dentro de él cambiaba. En lugar de gritar o llorar, sonrió.
En ese momento, escuchó pasos que se acercaban. Era Jhosep, su amigo de toda la vida, que venía corriendo hacia él. «¡Edgar! ¿Qué te pasó?» gritó, claramente asustado al ver a su amigo en tal estado.
Edgar no dijo nada, solo lo miró. Sabía que Jhosep no entendía lo que estaba ocurriendo, pero había algo que Edgar sí sabía: mientras el demonio estuviera ocupado con otra víctima, lo dejaría en paz. Su sonrisa se ensanchó mientras Jhosep corría hacia él.
El demonio, que hasta ese momento había ignorado la presencia de Jhosep, levantó la vista, y en un segundo, se lanzó sobre él con una rapidez que Edgar no había visto antes. Jhosep apenas tuvo tiempo de reaccionar. La oscuridad lo envolvió, y lo último que Edgar escuchó fueron sus gritos que se desvanecían en la noche.
El silencio volvió a la calle. La figura del demonio se había desvanecido con Jhosep, y Edgar, sentado en el suelo, se sentía vacío pero aliviado. Sabía que no había acabado del todo. El demonio había desaparecido, sí, pero volvería. Siempre volvía. Pero ahora tenía tiempo, tiempo para pensar, tiempo para escapar… o para esperar.
Edgar se levantó lentamente, tambaleándose un poco por el dolor que todavía sentía en su brazo ausente. La sonrisa en su rostro había desaparecido, reemplazada por una expresión de cansancio y resignación. Miró alrededor; las calles vacías parecían aún más solitarias bajo la luz parpadeante de las farolas. El aire era frío, casi cortante, y el silencio absoluto solo acentuaba la tensión en su pecho.
Sabía que no podía quedarse allí. Tenía que moverse. De alguna manera, sentía que el demonio le había dado una oportunidad, pero no duraría para siempre. Si el demonio lo había dejado solo por ahora, era porque tenía un plan, algo más que se preparaba en la oscuridad.
Con el poco aliento que le quedaba, Edgar comenzó a caminar por la calle, sin rumbo fijo. Cada paso que daba resonaba en el vacío, y aunque no veía nada extraño a su alrededor, no podía deshacerse de la sensación de ser observado. ¿El demonio lo estaba siguiendo? ¿Lo observaba desde las sombras, esperando el momento perfecto para atacar de nuevo?
De pronto, escuchó un ruido a lo lejos. Era leve, casi imperceptible, pero lo suficientemente claro como para que se detuviera en seco. Su corazón comenzó a latir con fuerza. Era como si el mismo viento llevara una advertencia. Volvió la cabeza lentamente, temeroso de lo que podría encontrar. Pero no había nada, solo la calle vacía y las sombras interminables.
«Debo encontrar un refugio», pensó. No podía quedarse al aire libre, no cuando sabía que el demonio podía aparecer en cualquier momento. Se apresuró hacia la casa más cercana, un edificio antiguo y desgastado por el tiempo. Subió las escaleras con torpeza, golpeando la puerta con fuerza.
“¡Por favor! ¡Alguien, ayúdenme!” gritó con desesperación, pero nadie respondió. El edificio estaba desierto, como si los mismos habitantes hubieran huido de la presencia oscura que parecía dominar la noche.
Sin otra opción, Edgar se forzó a abrir la puerta que crujió al empujarla. El interior de la casa estaba tan vacío como las calles, con el polvo acumulado cubriendo los muebles. Entró con cautela, cerrando la puerta detrás de él. Al menos aquí podría esconderse, podría esperar a que pasara lo que sea que estuviera ocurriendo.
Se dejó caer en un viejo sofá, sintiendo cómo sus músculos se relajaban por primera vez desde que todo comenzó. Pero mientras trataba de calmarse, las imágenes de Jhosep regresaban a su mente. Su amigo, que había venido a ayudarlo, ahora estaba perdido, devorado por la criatura. Edgar no podía dejar de pensar en la sonrisa que había mostrado cuando el demonio atacó a Jhosep. Fue una reacción instintiva, una mezcla de alivio y terror, pero ahora le parecía monstruosa. ¿Qué clase de persona sonreía mientras su amigo era devorado?
El silencio dentro de la casa era sofocante. No había ningún ruido, ni siquiera el viento. Edgar cerró los ojos por un momento, tratando de despejar su mente, pero justo cuando comenzaba a relajarse, un susurro suave llenó el aire.
«Edgar…»
Abrió los ojos de golpe, su corazón se detuvo por un segundo. ¿Había oído eso o lo había imaginado? Se incorporó en el sofá, sus ojos recorriendo la habitación en busca de algo, pero no vio nada.
«Edgar…»
Esta vez lo escuchó con claridad. La voz era profunda, resonante, y venía de algún lugar dentro de la casa. La reconoció al instante: era la misma voz que había oído antes, la del demonio.
“No puede ser”, murmuró. “No puede haberme encontrado ya.”
Sin embargo, las sombras en la habitación comenzaron a moverse, retorciéndose como si tuvieran vida propia. Edgar retrocedió, buscando algo con lo que defenderse, pero solo había muebles rotos y el polvo que cubría todo.
De repente, la puerta de la entrada se abrió de golpe, dejando entrar un viento helado que apagó la tenue luz de la lámpara. Las sombras se extendieron por toda la casa, y entre ellas apareció una figura. No era el demonio que había visto antes, no del todo, pero era igual de aterradora. Tenía una forma vagamente humana, pero su piel era de un color oscuro y retorcido, y sus ojos brillaban como brasas.
Edgar sintió que no tenía a dónde ir. Estaba atrapado.
“Sabes que esto no ha terminado, Edgar”, dijo la figura, con una voz suave pero llena de maldad. “Nunca termina.”
Edgar intentó retroceder, pero la figura avanzó lentamente hacia él. “Te dejé vivir, pero eso no significa que te haya perdonado.”
El miedo se apoderó de él de nuevo. Sabía que el demonio no lo dejaría en paz. Tal vez había sido un error pensar que podía escapar. Tal vez siempre había estado destinado a ser una presa más.
La criatura se acercó aún más, hasta que Edgar pudo sentir su aliento frío en la cara. Cerró los ojos, esperando el golpe final, pero nada ocurrió.
Cuando volvió a abrirlos, la figura había desaparecido.
Edgar estaba solo, otra vez. Pero ahora, sabía algo que no había comprendido antes. El demonio no solo lo había dejado vivir, lo estaba atormentando, haciéndolo sentir su poder, recordándole que siempre estaría cerca, siempre vigilando.
El sonido de la puerta volviendo a cerrarse le hizo estremecerse. El demonio se había ido, por ahora. Edgar se quedó en el centro de la habitación, temblando, sabiendo que esta paz momentánea era solo un respiro antes de la próxima vez.
Sonrió de nuevo, pero esta vez no fue por alivio. Era una sonrisa vacía, llena de miedo. Sabía que el demonio volvería, y cuando lo hiciera, no habría escapatoria.
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Autor del Cuento
Soy Francisco J., apasionado de las historias y, lo más importante, padre de un pequeño. Durante el emocionante viaje de enseñar a mi hijo a leer, descubrí un pequeño secreto: cuando las historias incluyen a amigos, familiares o lugares conocidos, la magia realmente sucede. La conexión emocional con el cuento motiva a los niños a sumergirse más profundamente en las palabras y a descubrir el maravilloso mundo de la lectura. Saber más de mí.