Raúl no sabía cuándo había comenzado todo. Al principio, pensaba que solo era su imaginación, algo que pasaba de vez en cuando, pero con el tiempo, las voces se volvieron más fuertes. Al principio eran susurros suaves, casi imperceptibles, que se desvanecían tan rápido como llegaban. Sin embargo, con cada día que pasaba, se volvían más insistentes, más persistentes. A veces, mientras estaba solo en su cuarto o caminando por las calles vacías, las escuchaba con mayor claridad.
Eran voces que reían, murmuraban y, de vez en cuando, parecían hablar entre ellas. Al principio, Raúl intentaba ignorarlas. Pensaba que solo estaba cansado, que quizás necesitaba dormir más, pero las voces no se desvanecían con el descanso. De hecho, algunas noches eran más intensas que nunca.
Una tarde, mientras volvía a casa después de la escuela, las voces se hicieron tan presentes que sentía como si lo siguieran. Caminaba rápido, con los ojos fijos en el suelo, mientras el sonido de risas suaves y susurros ininteligibles lo rodeaban.
“¿Quién está ahí?” murmuró, pero no había nadie. Solo el eco de sus propias pisadas y las voces que lo acompañaban.
La vista de Raúl empezó a nublarse. Todo a su alrededor parecía volverse borroso. Los colores del mundo a su alrededor se desvanecían, como si una sombra invisible lo estuviera envolviendo. Sentía que algo lo estaba observando desde lejos, escondido en las esquinas de su visión.
Las risas se intensificaron. Algunas de las voces eran burlonas, como si disfrutaran de su miedo. Pero otras sonaban preocupadas, como si le estuvieran advirtiendo de algo.
“Detente… no sigas… no estás solo…” decían algunas, mientras otras reían, como si disfrutaran de su confusión.
Raúl, desesperado por escapar de ese constante susurro en su mente, salió corriendo de la calle hacia el parque más cercano. El parque estaba desierto, como solía estarlo a esa hora. Las sombras de los árboles caían largas sobre el césped, y las luces del parque apenas iluminaban los bancos dispersos por el lugar.
Se sentó en uno de los bancos, con la esperanza de que el aire fresco le aclarara la mente. Cerró los ojos, tratando de calmar su respiración, pero las voces no se detenían. Ahora eran más tenues, como susurros suaves que envolvían su mente. Aunque el volumen había bajado, no desaparecían.
Las voces se transformaron en algo armonioso, como si formaran una melodía misteriosa. Por primera vez, no sentía miedo, sino una extraña calma que lo hacía sentirse como si el tiempo se hubiera detenido.
Raúl abrió los ojos lentamente. El parque seguía vacío, pero las luces ahora parecían más débiles, como si todo el lugar estuviera envuelto en una neblina. Se frotó los ojos, intentando aclarar su visión, pero no funcionó. Todo se veía cada vez más borroso, y las sombras se alargaban a su alrededor, como si quisieran envolverlo.
“¿Qué está pasando?” susurró, pero esta vez, la pregunta no fue solo para las voces. Era para sí mismo. Algo estaba cambiando a su alrededor, y lo sabía.
Las voces ya no reían. Algunas seguían siendo suaves y armoniosas, pero otras sonaban angustiadas, casi como si estuvieran rogándole que se fuera de allí.
De repente, algo frío rozó la espalda de Raúl. Se dio la vuelta rápidamente, pero no había nada. El viento movía las hojas de los árboles, y todo estaba en silencio, excepto por las voces en su cabeza.
“No te quedes aquí… vete… no es seguro…” susurró una de las voces, claramente preocupada.
Raúl se levantó del banco, con el corazón latiendo con fuerza. Comenzó a caminar rápidamente hacia la salida del parque, pero con cada paso que daba, las voces se hacían más desesperadas.
“Vete ahora… corre…” repetían insistentemente.
El aire a su alrededor se volvió helado, y la sensación de ser observado era más intensa que nunca. Raúl apretó el paso, sus pies resonando sobre el camino de grava del parque. Pero a medida que avanzaba, las sombras parecían moverse más rápido, acercándose a él.
Sintió un terror profundo. Algo estaba mal, terriblemente mal.
Cuando llegó a la salida del parque, se detuvo y miró hacia atrás. Las luces del parque parpadeaban débilmente, y en la distancia, las sombras seguían moviéndose, como si estuvieran vivas. Las voces ya no eran susurros, sino gritos lejanos que parecían advertirle que no mirara atrás, que siguiera corriendo.
Sin pensarlo dos veces, Raúl salió corriendo del parque, con el corazón en la garganta. No se detuvo hasta que llegó a casa, cerrando la puerta detrás de él. La respiración entrecortada y el sudor frío en su frente eran prueba de que lo que acababa de vivir no era normal.
Una vez dentro de su casa, el silencio era absoluto. Las voces se habían ido. La calma que tanto había anhelado había regresado, pero Raúl no se sentía seguro.
Desde ese día, las voces desaparecieron. No volvieron a molestar a Raúl, pero cada vez que pasaba por el parque, no podía evitar sentir que algo, o alguien, seguía acechando en las sombras, esperando el momento adecuado para volver.
Fin.
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Autor del Cuento
Soy Francisco J., apasionado de las historias y, lo más importante, padre de un pequeño. Durante el emocionante viaje de enseñar a mi hijo a leer, descubrí un pequeño secreto: cuando las historias incluyen a amigos, familiares o lugares conocidos, la magia realmente sucede. La conexión emocional con el cuento motiva a los niños a sumergirse más profundamente en las palabras y a descubrir el maravilloso mundo de la lectura. Saber más de mí.