Era un día de verano caluroso, tan caluroso que las hojas de los árboles parecían suspirar con cada brisa que pasaba. En un pequeño pueblo, tres amigos inseparables decidieron que lo mejor para combatir el calor sería ir a explorar. Liu, Juan, y Carla siempre salían juntos, y esta vez llevaban consigo a su fiel perro, Charqui. Charqui era un perrito pequeño, con orejas puntiagudas y un pelaje blanco con manchas marrones. Siempre estaba lleno de energía, saltando alrededor de los niños, como si él mismo fuera uno más del grupo.
—¡Hace demasiado calor! —exclamó Juan, secándose el sudor de la frente.
—Deberíamos ir al bosque —sugirió Carla—. Allí hay sombra, y podemos refrescarnos bajo los árboles.
Liu asintió con entusiasmo, y sin más que hablar, los tres se dirigieron hacia el bosque que estaba en las afueras del pueblo. El bosque siempre les había parecido un lugar tranquilo y lleno de aventuras, pero ese día, algo diferente se sentía en el aire.
A medida que se adentraban más y más en el bosque, Charqui caminaba junto a ellos, olfateando el aire con curiosidad. Al principio, todo parecía normal. Los árboles altos los protegían del calor del sol, y el canto de los pájaros llenaba el aire.
Pero conforme avanzaban, algo cambió.
—¿Escucharon eso? —preguntó Liu, deteniéndose en seco.
—¿Escuchar qué? —respondió Juan, mirando a su alrededor.
Un leve crujido resonó entre los árboles, como si alguien o algo los estuviera siguiendo. Charqui levantó las orejas y comenzó a gruñir suavemente, lo cual no era propio de él.
—Debe ser solo el viento —dijo Carla, aunque su voz no sonaba muy segura.
Siguieron caminando, pero a cada paso que daban, las cosas parecían más extrañas. Las sombras de los árboles eran más largas y oscuras, y a veces, Juan juraba que veía ojos brillantes observándolos desde los arbustos.
—Esto está raro —dijo Juan, mirando nervioso hacia el camino por el que habían venido—. Tal vez deberíamos regresar.
—No seas miedoso —le respondió Liu, tratando de sonar valiente, aunque él también sentía una ligera inquietud.
Sin embargo, justo cuando estaban a punto de dar la vuelta, algo increíble sucedió. De los árboles salió rodando una pequeña pelota roja, como si alguien la hubiera lanzado hacia ellos. Todos se quedaron inmóviles.
—¿De dónde salió esa pelota? —preguntó Carla, dando un paso hacia atrás.
De repente, se escuchó una risita aguda, como si dos niños estuvieran divirtiéndose cerca de ellos. Pero no había nadie a la vista.
—¿Quién está ahí? —gritó Liu, sintiendo que su corazón comenzaba a latir más rápido.
—¿Acaso… acaso hay fantasmas? —susurró Juan, cada vez más nervioso.
Charqui, el pequeño perro, empezó a ladrar en dirección a los arbustos. Los niños lo siguieron con la mirada y, de repente, dos figuras salieron corriendo desde los arbustos. Eran dos niños, más o menos de su misma edad, pero con caras traviesas y grandes sonrisas. Uno de ellos tenía el cabello alborotado y el otro llevaba una gorra puesta al revés.
—¡Ja! ¡Les hemos dado un buen susto! —dijo el niño de la gorra, riéndose a carcajadas.
Liu, Juan, y Carla se quedaron boquiabiertos.
—¿Quiénes son ustedes? —preguntó Carla, recuperándose del susto.
—Somos los niños que viven en la otra cuadra —respondió el de cabello alborotado—. Nos llamamos Beto y Nico, y hemos estado jugando bromas por aquí desde hace días. ¡Ustedes cayeron en una de nuestras mejores!
—¿Ustedes hicieron todo esto? —preguntó Juan, aliviado pero aún molesto—. ¿El crujido de ramas y los ojos que vimos?
Beto asintió orgulloso.
—Colocamos espejos entre los árboles para que pareciera que había ojos brillando, y tiramos esa pelota para asustarlos.
—¡Y funcionó! —dijo Nico, riendo aún más fuerte.
Liu y Carla se miraron entre sí, aliviados al darse cuenta de que no había fantasmas ni criaturas misteriosas en el bosque. Solo dos niños traviesos que estaban pasando el rato.
—Eso no fue gracioso —dijo Liu, cruzándose de brazos—. ¡Nos asustaron de verdad!
—Lo sentimos —dijo Beto, bajando la mirada por primera vez—. Solo queríamos divertirnos.
Charqui dejó de ladrar y, al parecer, ya no veía a los dos niños como una amenaza. Se acercó a ellos y empezó a mover la cola amistosamente.
Carla suspiró y miró a sus amigos.
—Bueno, supongo que no estuvo tan mal —dijo finalmente, y luego, sonriendo—. De hecho, fue un poco emocionante, ¿no creen?
Liu y Juan se rieron, aunque todavía sentían un poco de vergüenza por haber caído en la broma. Aun así, la tensión en el grupo desapareció y todos empezaron a relajarse.
—¿Quieren seguir jugando con nosotros? —preguntó Nico—. Podemos mostrarles otros trucos divertidos.
Liu, Juan, y Carla aceptaron, y juntos pasaron el resto de la tarde corriendo y explorando el bosque. Charqui los seguía felizmente, olfateando el aire mientras todos se divertían. Ahora que sabían que no había nada realmente peligroso en el bosque, podían disfrutar de la aventura.
Al caer la tarde, los cinco niños y Charqui salieron del bosque, cansados pero contentos. Mientras caminaban de regreso al pueblo, Beto y Nico les prometieron que la próxima vez no harían más bromas pesadas, y todos se despidieron como nuevos amigos.
Cuando Liu, Juan, y Carla llegaron a sus casas, no podían esperar para contarles a sus familias todo lo que había sucedido ese día. Habían comenzado la tarde con miedo, pero la terminaron con risas y nuevos amigos.
Conclusión:
Liu, Juan, y Carla aprendieron que a veces las cosas pueden parecer más aterradoras de lo que realmente son. Con un poco de valentía y trabajo en equipo, descubrieron que los misterios del bosque no eran tan peligrosos como pensaban. Y, además, hicieron nuevos amigos en el proceso. Desde ese día, siempre que volvían al bosque, recordaban que la mejor aventura es aquella que compartes con los demás, incluso si comienza con un pequeño susto.
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Autor del Cuento
Soy Francisco J., apasionado de las historias y, lo más importante, padre de un pequeño. Durante el emocionante viaje de enseñar a mi hijo a leer, descubrí un pequeño secreto: cuando las historias incluyen a amigos, familiares o lugares conocidos, la magia realmente sucede. La conexión emocional con el cuento motiva a los niños a sumergirse más profundamente en las palabras y a descubrir el maravilloso mundo de la lectura. Saber más de mí.