Había una vez, en un rincón mágico de un mundo no tan lejano, una vela llamada Vela. A diferencia de las demás velas, que se encontraban en estanterías o en candelabros, Vela tenía una personalidad chispeante y un brillo especial que la hacía destacar. Era una vela de color dorado, con una flama que danzaba alegremente en la parte superior. Vela siempre estaba lista para iluminar las noches más oscuras y brindar calor a quienes la rodeaban.
Un día, Vela se encontró en una posición vertical, luciendo orgullosa y brillante. “¡Qué hermoso es el mundo desde aquí arriba!”, pensó, disfrutando de la luz que emitía y la felicidad que traía a los demás. Sin embargo, no pasaría mucho tiempo antes de que las cosas comenzaran a cambiar.
En una tarde soleada, su dueña, una niña llamada Clara, decidió organizar una fiesta de cumpleaños. Vela se sintió emocionada por ser parte de la celebración y de iluminar el rostro de los amigos de Clara. Pero, cuando llegó el momento de encenderla, algo extraño sucedió. Vela fue colocada en una mesa, pero en lugar de ser la protagonista de la fiesta, fue puesta en una posición horizontal sobre la superficie. “¿Por qué estoy acostada?”, se preguntó con tristeza. “Yo quiero estar erguida, brillando para todos”.
A pesar de su nueva posición, Vela se esforzó por brillar lo mejor que pudo. Durante la fiesta, Clara y sus amigos se rieron, jugaron y disfrutaron del pastel, y aunque Vela se sintió un poco olvidada, sabía que su luz aún iluminaba el ambiente. Pero cuando la fiesta terminó, Clara la apagó y la dejó en la mesa.
Pasaron los días, y Vela notó que su flama comenzaba a bajar. La posición horizontal la había hecho sentir mal. “Siento que me están utilizando”, pensó, mientras la soledad se apoderaba de su pequeño corazón de cera. “Necesito hacer algo para que se den cuenta de lo valiosa que soy”.
Un día, mientras pensaba en su situación, notó que Clara se acercaba con una vela más nueva y brillante. Era más alta y tenía una flama más intensa. “¡Qué hermosa es!”, pensó Vela, sintiéndose un poco celosa. “Pero no quiero ser reemplazada”. En ese momento, decidió que necesitaba una estrategia para evitar ser ignorada. “Debo convertirme en algo especial para que no me dejen de lado”.
Así que Vela ideó un plan. Cuando Clara se fue a la escuela, decidió “camuflajearse”. Se utilizó un poco de cera de colores que había caído a su alrededor y se pintó para parecer más llamativa. “Ahora me verán”, se dijo, sintiendo que el cambio la haría destacar. Pero Vela no sabía que su plan no sería tan sencillo.
Cuando Clara regresó, se sorprendió al ver la vela de colores. “¡Oh, qué interesante!”, exclamó, acercándose a Vela. “Nunca había visto una vela así”. Clara decidió encenderla para ver cómo brillaba. Vela se sintió emocionada, pero al mismo tiempo un poco preocupada. “Espero que no me queme demasiado”, pensó mientras la flama comenzaba a bailar alegremente.
Sin embargo, a medida que Vela ardía, comenzó a sentir que la cera se estaba desgastando más rápido de lo que había anticipado. La nueva apariencia no la protegía del desgaste que sufría al quemarse. “Me siento mal, me estoy desgastando”, pensó con desánimo. “Quería ser especial, pero no de esta manera”.
Esa noche, mientras la flama parpadeaba, Vela reflexionó sobre su valor. “No necesito ser diferente para ser especial”, se dijo. “Mi luz es suficiente tal como soy. No debo compararme con otras velas”. Con esta nueva perspectiva, comenzó a aceptar su naturaleza y a recordar los momentos felices que había compartido con Clara y sus amigos. Su luz brillaba, aunque no fuera la más intensa.
Al día siguiente, Clara encendió a Vela de nuevo. “Me encanta cómo iluminas la habitación”, dijo Clara, mirándola con cariño. Vela sintió que su corazón se llenaba de felicidad. “No necesito ser la más alta o la más brillante. Solo necesito ser yo misma y dar mi luz al mundo”, pensó con una sonrisa interna.
A partir de ese día, Vela decidió vivir cada momento con alegría. Ya no se sentía mal por su desgaste, sino que abrazó la idea de que cada vez que se encendía, traía felicidad a quienes la rodeaban. Sus días de sentirse sola y utilizada habían quedado atrás.
Con el tiempo, Clara comenzó a invitar a más amigos a la casa, y Vela se convirtió en parte de cada celebración. Desde cenas familiares hasta noches de juegos, su luz siempre brillaba en el centro de la mesa. Vela entendió que el amor y la calidez que compartía con los demás eran más importantes que su apariencia.
Un día, Clara organizó una velada de cuentos en la que invitó a todos sus amigos. “Esta vez, quiero que todos escuchen la historia de mi vela especial”, anunció. Vela se sintió emocionada y un poco nerviosa. A medida que Clara contaba las aventuras de su pequeña vela dorada, sus amigos escuchaban con atención.
“Vela siempre está aquí para iluminar nuestras noches y hacer que nuestros momentos sean especiales”, dijo Clara, mientras todos aplaudían. En ese instante, Vela comprendió que su verdadero valor no estaba en ser la más grande o la más hermosa, sino en el amor y la alegría que compartía con aquellos que la rodeaban.
Así, la vida de Vela continuó iluminando cada rincón de la casa. Aprendió a apreciar cada chispa de su flama, cada rayo de luz que emitía, y a nunca sentirse mal por su desgaste, porque sabía que siempre habría un lugar especial en el corazón de Clara y de sus amigos. La magia no solo estaba en ser una vela, sino en el amor que compartía, y en el hecho de que siempre estaría allí para dar luz y calidez a quienes la necesitaban.
Con el tiempo, Vela se convirtió en una leyenda en el pueblo. Todos hablaban de la vela dorada que iluminaba los momentos más bellos y cálidos, una vela que no solo daba luz, sino que también enseñaba el valor de ser uno mismo. Vela había encontrado su propósito y había aprendido que ser especial no significa ser perfecto, sino simplemente ser auténtico y compartir lo que tienes con los demás.
Y así, Vela vivió feliz, iluminando corazones y compartiendo su luz con todos los que la rodeaban, hasta que un día, con una gran chispa, decidió que era hora de descansar. “He dado todo lo que he podido”, pensó. Y mientras su flama se extinguía suavemente, sintió que su luz continuaría brillando en los recuerdos de Clara y de todos aquellos que habían disfrutado de su calor.
La historia de Vela se convirtió en un cuento que se contaba de generación en generación, recordando a todos la importancia de la autenticidad, el amor y la luz que cada uno puede brindar al mundo. Así, la vela dorada dejó un legado que seguiría iluminando vidas, mucho después de que su flama se extinguiera.
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Autor del Cuento
Soy Francisco J., apasionado de las historias y, lo más importante, padre de un pequeño. Durante el emocionante viaje de enseñar a mi hijo a leer, descubrí un pequeño secreto: cuando las historias incluyen a amigos, familiares o lugares conocidos, la magia realmente sucede. La conexión emocional con el cuento motiva a los niños a sumergirse más profundamente en las palabras y a descubrir el maravilloso mundo de la lectura. Saber más de mí.