Había una vez, en un reino muy lejano, una pequeña princesa llamada Sofía. Sofía era conocida en todo el reino no solo por su belleza, con su largo cabello rubio y su sonrisa encantadora, sino también por ser una niña muy traviesa. A pesar de ser una princesa, Sofía no se comportaba como se esperaba. Le encantaba correr por los pasillos del castillo, esconderse detrás de las cortinas para asustar a los sirvientes, y su mayor diversión era idear travesuras que sorprendieran a todos.
Un día, mientras Sofía paseaba por los jardines del castillo, encontró un pequeño y brillante objeto entre las flores. Era una varita mágica, con destellos dorados que brillaban bajo el sol. Sin pensarlo dos veces, Sofía la tomó entre sus manos, y una chispa de travesura cruzó por su mente.
—¡Esto será muy divertido! —dijo Sofía para sí misma, sonriendo mientras imaginaba todas las travesuras que podría hacer con una varita mágica.
De inmediato, comenzó a experimentar con su nueva varita. Primero, apuntó a un arbusto y lo convirtió en un arbusto de dulces. Los sirvientes del castillo, al verlo, no podían creer lo que estaba pasando. Algunos incluso pensaron que el reino había sido bendecido por algún tipo de magia especial. Pero solo Sofía sabía la verdad: era su varita mágica la que estaba causando todo.
Después, decidió entrar al salón del trono, donde sus padres, el rey y la reina, estaban ocupados con asuntos del reino. Con un movimiento rápido, Sofía usó su varita para cambiar el color de las túnicas reales a un verde brillante y luego a un rosa intenso. Al principio, el rey y la reina no se dieron cuenta, pero cuando los consejeros comenzaron a murmurar, finalmente vieron lo que había sucedido.
—¡Sofía! —exclamó la reina, con una mezcla de sorpresa y risa—. ¿Qué has hecho ahora?
Sofía, con su característico espíritu travieso, solo sonrió y se encogió de hombros.
—Nada, mamá. Solo estoy probando algo nuevo.
Aunque sus padres la amaban con todo su corazón, sabían que Sofía necesitaba aprender a usar su energía para cosas más positivas. Pero Sofía no tenía intención de detenerse. Decidió que era hora de hacer algo aún más divertido. Se dirigió a la cocina, donde los cocineros estaban preparando la comida para el banquete real de esa noche. Con un movimiento rápido de su varita, Sofía hizo que los ingredientes comenzaran a volar por la cocina, mezclándose en el aire en un caos de risas y sorpresas.
Los cocineros no sabían si reír o llorar, pero Sofía se reía tanto que le dolía el estómago. Sin embargo, pronto se dio cuenta de que su travesura podría causar problemas para la cena del banquete, así que con otro movimiento de su varita, hizo que todo volviera a la normalidad.
Pero no todas las travesuras de Sofía terminaban tan bien. Esa tarde, mientras jugaba en la sala de estar, decidió probar algo más arriesgado. Quiso hacer que todos los cojines del salón flotaran en el aire. Sin embargo, al hacerlo, la magia de la varita se salió de control, y no solo los cojines comenzaron a flotar, sino también los muebles, los cuadros, e incluso un sirviente que pasaba por allí.
—¡Oh no! —exclamó Sofía, dándose cuenta de que esta vez había ido demasiado lejos.
Intentó revertir el hechizo, pero la varita parecía no responderle. Los muebles seguían flotando, y el sirviente volaba por el salón como si fuera un pájaro. Justo en ese momento, sus padres entraron en la sala y vieron el desastre.
—Sofía, ¿qué has hecho? —preguntó el rey, tratando de no reírse al ver al sirviente flotando en el aire.
—Lo siento, papá, mamá —dijo Sofía con un tono de preocupación—. Solo quería divertirme un poco, pero no puedo detener esto.
El rey y la reina entendieron que, aunque Sofía tenía un buen corazón, a veces su entusiasmo la llevaba a causar problemas. Decidieron ayudarla a aprender a usar la magia de manera correcta. Con la ayuda de un sabio consejero del reino, enseñaron a Sofía cómo controlar su varita mágica y usarla para hacer cosas buenas.
Con el tiempo, Sofía aprendió a ser más cuidadosa con sus travesuras. Aún le encantaba divertirse, pero ahora lo hacía de una manera que no causaba problemas a los demás. Descubrió que podía usar su varita para ayudar a los sirvientes en sus tareas, hacer crecer hermosas flores en el jardín y hasta crear espectáculos de luces mágicas que alegraban a todos en el reino.
Al final, Sofía se dio cuenta de que la verdadera magia no estaba solo en hacer travesuras, sino en usar su energía y creatividad para hacer felices a los demás. Y aunque seguía siendo una princesa traviesa, ahora también era conocida como la princesa que siempre encontraba la manera de alegrar el día de todos los que la rodeaban.
Fin.
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Autor del Cuento
Soy Francisco J., apasionado de las historias y, lo más importante, padre de un pequeño. Durante el emocionante viaje de enseñar a mi hijo a leer, descubrí un pequeño secreto: cuando las historias incluyen a amigos, familiares o lugares conocidos, la magia realmente sucede. La conexión emocional con el cuento motiva a los niños a sumergirse más profundamente en las palabras y a descubrir el maravilloso mundo de la lectura. Saber más de mí.