Cuentos de Terror

El Sueño de la Oscuridad

Lectura para 11 años

Tiempo de lectura: 2 minutos

Español

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Andrés abrió los ojos lentamente, sintiendo un peso extraño sobre su cuerpo. Todo estaba oscuro a su alrededor, y al principio, no podía entender dónde estaba. El aire era denso, casi irrespirable, y un frío helado recorría cada rincón del lugar. Intentó levantarse, pero sus piernas temblaban y sus manos estaban frías como el hielo.

“¿Dónde estoy?” Murmuró para sí mismo, sintiendo que el eco de su voz resonaba por las paredes.

A su alrededor, las sombras parecían moverse, como si el lugar estuviera vivo, respirando con un ritmo lento y agónico. Lo último que recordaba era haber estado en su casa, descansando después de un largo día de escuela. ¿Cómo había terminado aquí? No lo sabía, pero lo único que tenía claro era que nada en ese lugar parecía real.

Mientras intentaba calmarse, escuchó un sonido a lo lejos. Era un sollozo, suave pero constante. Giró la cabeza y, en una esquina de la habitación, vio a alguien sentado en el suelo. La tenue luz que apenas iluminaba el lugar le permitió reconocerlo. Era Paul, su amigo de toda la vida, pero algo en él no estaba bien.

“Paul…” llamó Andrés, su voz entrecortada.

Paul levantó la cabeza lentamente, y cuando sus ojos se encontraron, Andrés sintió un escalofrío recorrer su cuerpo. Paul tenía el rostro descompuesto, sus ojos estaban rojos, como si hubiera estado llorando durante horas. Su cabello estaba desordenado, su ropa rasgada, y su expresión era de puro terror.

“Andrés…” susurró Paul, su voz quebrada. “No podemos salir de aquí.”

Andrés, con el corazón latiendo descontroladamente, se acercó a su amigo, intentando comprender lo que estaba pasando. “¿Qué es este lugar? ¿Qué está ocurriendo?”

Paul sacudió la cabeza, con las lágrimas cayendo por sus mejillas. “No lo sé… Todo se volvió oscuro de repente. Intenté encontrar una salida, pero no hay ninguna. Solo está esta habitación… este lugar… que cada vez se siente más aterrador.”

Las paredes a su alrededor parecían moverse sutilmente, como si el lugar en sí estuviera cambiando. De repente, un sonido metálico, como el chirrido de una puerta oxidada, llenó el ambiente. La habitación se hizo aún más fría, y las sombras comenzaron a alargarse, deformándose en figuras que parecían observar a los dos amigos.

“Tenemos que salir de aquí”, dijo Andrés, su voz temblando.

Pero Paul no se movió. Seguía sentado en el suelo, con la mirada perdida. “No hay salida, Andrés. No hay escapatoria.”

Desesperado, Andrés comenzó a buscar una puerta, una ventana, cualquier cosa que los llevara fuera de aquel lugar. Las sombras lo seguían de cerca, como si estuvieran vivas. Cada rincón que inspeccionaba se volvía más y más opresivo, como si el espacio se cerrara alrededor de él. Era como si estuviera atrapado en una pesadilla de la que no podía despertar.

De pronto, la luz en la habitación comenzó a parpadear. Por un segundo, todo se volvió completamente oscuro, y cuando la luz volvió, Andrés ya no estaba solo. Frente a él, un hombre alto, con una bata blanca y una expresión sombría, lo miraba fijamente. Su rostro estaba cubierto por una máscara que solo dejaba ver sus ojos fríos y calculadores.

“¿Quién eres?”, preguntó Andrés, retrocediendo un paso.

El hombre no respondió. En lugar de eso, sacó una aguja larga y brillante de su bolsillo, avanzando lentamente hacia él. Paul, todavía en el suelo, gritó de miedo, pero no se movió.

“No… no me hagas daño”, suplicó Andrés, pero sus palabras fueron inútiles.

En ese instante, el hombre levantó la aguja, y Andrés cerró los ojos, esperando el dolor. Pero en lugar de eso, todo se desvaneció.

Cuando Andrés volvió a abrir los ojos, estaba en una cama, rodeado de máquinas que emitían pitidos suaves. La luz era brillante y cegadora, y cuando se acostumbró a su entorno, vio a alguien parado a su lado. Era un doctor, con una expresión seria pero tranquila.

“Has despertado”, dijo el doctor, revisando algunos papeles en su mano.

Andrés parpadeó, confundido. “¿Dónde… dónde estoy?”

“Has estado inconsciente durante varios días”, explicó el doctor. “Tuvimos que sedarte después del accidente. Sufriste una conmoción cerebral, pero ahora estás bien.”

La realidad golpeó a Andrés como una tormenta. Todo lo que había vivido, la habitación oscura, las sombras, Paul llorando… todo había sido un sueño, una pesadilla creada por su mente mientras estaba inconsciente. El alivio lo inundó, pero también una sensación extraña permaneció. Todo había parecido tan real.

“¿Paul?” preguntó Andrés, su voz débil.

El doctor lo miró con una sonrisa calmante. “Paul está bien. Estaba preocupado por ti, pero te verás con él pronto.”

Andrés suspiró, cerrando los ojos por un momento. Había sido solo un sueño, pero el miedo que había sentido seguía presente, como una sombra que no quería desaparecer del todo. Sin embargo, al saber que todo había pasado y que estaba a salvo, dejó que el cansancio lo venciera una vez más.

Fin.

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Soy Francisco J., apasionado de las historias y, lo más importante, padre de un pequeño. Durante el emocionante viaje de enseñar a mi hijo a leer, descubrí un pequeño secreto: cuando las historias incluyen a amigos, familiares o lugares conocidos, la magia realmente sucede. La conexión emocional con el cuento motiva a los niños a sumergirse más profundamente en las palabras y a descubrir el maravilloso mundo de la lectura. Saber más de mí.

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