A finales del siglo XXI, el mundo había cambiado más de lo que cualquiera hubiera podido imaginar. Lo que antes era una sociedad igualitaria se había transformado en un sistema draconiano y distópico, donde las mujeres controlaban absolutamente todo. Tras décadas de guerras, crisis y desastres medioambientales, un nuevo orden se había instaurado, liderado por Valeria, una mujer implacable que creía que solo las mujeres podían garantizar la estabilidad y el futuro de la humanidad. Bajo su mandato, los hombres habían sido relegados a un segundo plano, permitidos únicamente para funciones reproductivas, y aquellos que no cumplían esa función eran perseguidos, esclavizados o, en muchos casos, exterminados.
La ley que Valeria había promulgado era clara: los hombres debían ser controlados. Ya no se les permitía tener derechos ni tomar decisiones. Su existencia se limitaba a la inseminación artificial, y solo los que aceptaban este destino podían vivir bajo la protección del nuevo régimen. Los demás vivían en la clandestinidad, temerosos de ser descubiertos.
En el corazón de esta sociedad fracturada, había un grupo de jóvenes que no estaban dispuestos a aceptar este destino. Valeria gobernaba con puño de hierro, y su mano derecha, Diana, supervisaba la caza de los hombres que se resistían al nuevo orden. Pero Diego y Yago, dos jóvenes que se habían criado bajo la sombra de este régimen, no podían soportar más la injusticia.
Diego había perdido a su padre cuando era solo un niño. Valeria lo había mandado capturar cuando él decidió huir del sistema, y desde entonces, Diego había jurado que algún día encontraría la forma de derrocar a la dictadura que los mantenía oprimidos. Yago, por su parte, había crecido escuchando historias de libertad y de un tiempo en el que hombres y mujeres compartían el poder. Para él, la idea de luchar era tan natural como respirar.
Ambos jóvenes vivían ocultos en los túneles subterráneos de lo que una vez fue una gran ciudad. La superficie era un lugar peligroso para ellos, ya que los drones y patrullas de Diana los buscaban día y noche. Valeria había enviado cientos de escuadrones para acabar con los últimos hombres libres que quedaban. Pero Diego y Yago no estaban solos. Había más hombres y mujeres que creían en la igualdad, y juntos, en las sombras, formaban una resistencia.
—No podemos seguir ocultándonos para siempre —dijo Diego una noche, mientras observaba los mapas del antiguo sistema de alcantarillado—. Si no hacemos algo pronto, acabarán con nosotros.
Yago asintió, pero su rostro estaba lleno de preocupación.
—Lo sé, Diego, pero Valeria es demasiado poderosa. Su ejército es enorme y Diana es despiadada. No será fácil.
—Nunca dijimos que sería fácil —respondió Diego, apretando los puños—. Pero tenemos que intentarlo. No podemos dejar que nuestros hijos crezcan en un mundo donde el miedo es lo único que conocen.
Esa noche, tomaron una decisión. Junto con los demás miembros de la resistencia, trazaron un plan para infiltrarse en la torre central de Valeria, el lugar donde se controlaba todo el sistema. Sabían que era su única oportunidad de desactivar la red de vigilancia y detener la persecución.
Valeria, mientras tanto, se encontraba en su sala de mando, rodeada de pantallas que mostraban imágenes de cada rincón de la ciudad. Con un gesto severo, observaba cómo Diana le informaba sobre las últimas capturas.
—Hemos reducido el número de rebeldes, pero aún quedan algunos escondidos —dijo Diana, con su tono frío y calculador—. No escaparán por mucho tiempo.
Valeria asintió.
—No podemos permitir que la rebelión crezca. Si los dejamos, todo por lo que hemos trabajado se desmoronará. Asegúrate de que no quede ninguno.
Diana inclinó la cabeza y salió de la sala, decidida a cumplir con su misión. Lo que Valeria y Diana no sabían era que la resistencia estaba más cerca de lo que imaginaban.
El día del ataque finalmente llegó. Bajo la cobertura de la noche, Diego, Yago y un grupo de hombres y mujeres de la resistencia se infiltraron en la ciudad. Utilizando los túneles subterráneos, lograron llegar a las inmediaciones de la torre central. Allí, se enfrentaron a los primeros guardias, quienes, aunque estaban bien armados, no esperaban un ataque tan audaz. La resistencia logró avanzar rápidamente, desactivando los sistemas de seguridad uno por uno.
Pero justo cuando estaban a punto de llegar al corazón de la torre, Diana apareció. Con su uniforme brillante y su mirada desafiante, los interceptó en los pasillos oscuros.
—Pensaron que podrían detenernos —dijo Diana, con una sonrisa irónica—. Pero subestimaron nuestro poder.
El enfrentamiento fue inevitable. Diana, con su destreza en combate, se enfrentó a Diego y Yago, mientras los demás luchaban contra las fuerzas de Valeria. El sonido de disparos y gritos resonaba en los pasillos mientras ambos bandos se enfrentaban en una batalla por el control.
—¡No pueden ganar! —gritó Diana, mientras atacaba a Diego con rapidez.
Pero Diego, aunque joven, era hábil y estaba impulsado por una furia alimentada por años de opresión. Esquivó sus ataques y, con un movimiento ágil, logró desarmarla. Diana cayó al suelo, pero antes de que pudiera recuperarse, Yago la desarmó completamente.
—Esto es por todos aquellos que perdimos —dijo Diego, mientras la miraba fijamente.
Sabían que no podían matarla. No querían convertirse en aquello que combatían. En lugar de eso, la tomaron como prisionera y continuaron su avance hacia la sala de control, donde Valeria los esperaba.
La líder del régimen los observaba desde su trono de cristal, con una calma perturbadora. Sus ojos se entrecerraron al ver a Diego y Yago entrar en la sala.
—Así que finalmente se atrevieron a enfrentarse a mí —dijo Valeria con voz serena—. Pero están muy lejos de detenerme.
Diego dio un paso adelante.
—Este régimen se acaba hoy, Valeria. No puedes seguir controlando al mundo con miedo.
Valeria se levantó lentamente, su armadura futurista brillando bajo las luces de la sala. Con una sonrisa despectiva, respondió:
—¿Miedo? Yo no controlo con miedo. Yo ofrezco orden. ¿Acaso creen que el caos es preferible a esto?
—El orden no es justicia si no se basa en la igualdad —respondió Yago, con firmeza—. Has destruido familias, has esclavizado a personas, y has exterminado a quienes no se ajustan a tu visión. Eso no es liderazgo, eso es tiranía.
Valeria los observó en silencio por un momento, como si estuviera evaluando sus palabras. Pero antes de que pudiera responder, la resistencia activó el último comando en la consola central de la torre. Con un destello de luces, la red de control de Valeria se desactivó por completo. Las pantallas se apagaron, los drones dejaron de volar, y el sistema de vigilancia que había mantenido al pueblo bajo su control durante tanto tiempo se derrumbó.
En ese instante, Valeria perdió su poder. No tenía más control sobre la gente. Los ciudadanos, al ver que la red había caído, comenzaron a salir de sus casas, alzando la voz contra el régimen. La rebelión había triunfado.
Valeria, al ver que todo por lo que había luchado se desmoronaba, cayó de rodillas. Sabía que su reinado había llegado a su fin.
—El poder no te pertenece, Valeria —dijo Diego, mirándola con compasión—. El poder pertenece a todos, no a uno solo.
Y así, la dictadura de Valeria llegó a su fin. La resistencia, liderada por Diego, Yago y aquellos que habían luchado por la libertad, se encargó de reconstruir el mundo que había sido destruido por años de tiranía. No fue un proceso fácil, pero con el tiempo, hombres y mujeres volvieron a vivir en igualdad, y el miedo fue reemplazado por esperanza.
Fin.
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Autor del Cuento
Soy Francisco J., apasionado de las historias y, lo más importante, padre de un pequeño. Durante el emocionante viaje de enseñar a mi hijo a leer, descubrí un pequeño secreto: cuando las historias incluyen a amigos, familiares o lugares conocidos, la magia realmente sucede. La conexión emocional con el cuento motiva a los niños a sumergirse más profundamente en las palabras y a descubrir el maravilloso mundo de la lectura. Saber más de mí.